miércoles, 22 de noviembre de 2017

Crímenes de amor

No te olvides, temprana,
de los besos un día.
De los besos alados que a tu boca
llegaron.
Un instante pusieron su plumaje
encendido
sobre el puro dibujo que se rinde
entreabierto.

Vicente Aleixandre

Quienes investigan el amor romántico, saben que el 95% de quienes están enamorados, dicen estar dispuestos a morir de amor, pero a nadie se le pregunta si matarían a la persona amada, quizá porque no se sabría dar esa respuesta o porque nos horroriza pensar que cometeremos crímenes. Sin embargo, a las mujeres se las mata por amor.

El amor, esa emoción que nos constituye como seres humanos, que nos inserta en la angustia de la incertidumbre del otro/otra que puede no correspondar mi amor, o que aún correspondido, pueda desaparecer porque termina el encantamiento, porque el amor se dirige a otra persona o simplemente porque se agotó el amor.

¿Quiénes matan lo que aman? No son seres depravados aunque sus actos sí lo sean. Son seres comunes y corrientes, como usted y como yo, que deciden matar a quien despreció su amor por el amor desmedido que le tiene. Ese amor posesión imposible de realizar. Ese amor fusión que se agota en cuanto inicia. Ese amor incorporación, de trasladar al otro/otra en mí. Ese afán de la imposibilidad: de ser uno en lugar de ser dos.

El amor es nuestra vida, nuestra eternidad, pero no nos pertenece. Es nuestra ruina y nuestra salvación.

El amor es nuestra salvación porque el amor nos escoge entre el azar y fija el destino. De todas las relaciones posibles, hay una que se convertirá en la relación en la cual saldré de mi mismidad para construir el mundo a partir de yo en el otro/a. Como dos, veré de nuevo el mundo, pero ya no será el atisbado por mi mirada individual, sino que será el mundo percibido desde los dos que somos. Sean hombre y mujer o dos hombres o dos mujeres. En cualquiera de las variaciones está el otro en mí; yo estoy en el otro. Nosotros, los que ahora somos Dos.

¿Por qué deciden matar? Ante la sospecha de que la mujer no los ama, empieza el acoso, la sospecha. Ante la evidencia de que ella se quiere ir de casa, o ir con otro, se empieza a tender la trampa. Ante la declaración de no amor, se decide el asesinato.

Me asustaba la canción “Virgencita de Talpa” ya que en sus versos decía “tú que todo lo puedes/haz que regrese/que vuelva a ser como antes/ y que me bese/Y si no me la traes/vale más que se muera/ya que su alma no es mía/que sea de Dios”. Recuerdo que se cantaba con fervor religioso.

Las matan porque las aman y suplican a los dioses que las maten. Los crímenes de amor tienden a ser justificados porque “no podía vivir sin ella”. A más de un criminal esa declaración de amor les ha servido para atenuar la pena.

Las matan por amor o por odio o por desprecio o por diversión o por desobedientes o porque sí, porque son mujeres, porque tienen permiso para matarlas. Por cualquier razón, matan a las mujeres.

Porque ¿por qué las mujeres no matan a los hombres que las engañan, las dejan, las desaman? Ellos tienen los permisos, nosotras no.


Publicado en Nayarit Opina, noviembre 22 de 2017, Tepic, Nayarit.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Hay algo que no se sabe: el momento de la muerte

¿Quién nos conformó así-
que hagamos lo que hagamos,
tenemos siempre la actitud de quien se va?
Como el que sobre la última colina,
desde donde se divisa todo el valle,
una vez más, se vuelve, se detiene y rezaga,
Así vivimos-
despidiéndonos siempre.

Rainer María Rilke. Octava Elegía

Hay algo que no se sabe y es el momento de la muerte. Todo el afán del conocimiento humano, de las especulaciones filosóficas, de la melodía poética, de la fe religiosa tienen como finalidad desentrañar la muerte.

Vamos hacia ella con los ojos abiertos, enceguecidos por el aquí y el ahora, por las luces de neón del presente que pasa. Entretenidas en el encaje del vestido, los caballos de raza, las galaxias remotas, las monedas de cuño y la casa.

Una minúscula criatura, la hormiga roja, tiene ante sí el paisaje sin muerte. Tal vez tampoco vea el paisaje, sólo el pequeño espacio en que camina nerviosa. La hormiga, el pájaro, el colibrí ven siempre el presente a salvo de dioses, de ángeles y melancolía.

Pero los seres humanos vemos como peces sonámbulos desde el lugar de adentro donde se fragua la muerte. Caminamos hacia ella sin que nadie se detenga, sin que nada nos lo impida. Irreversible en su mandato, todas las razones se encuentran de su lado y todos los miedos y todos los instintos y las rabias.

Las máscaras que hemos construido para vivir no sirven para morir. Debemos entrar con el rostro profundo de lo que somos, sin nombre ni bandera. Ni padres ni madres. Ni hijas ni amantes. Ni voz ni aullido.

La muerte es lo desconocido sin falsos atractivos. Todas las palabras del después, toda la imaginación y el deseo inagotable de la promesa, toda la fantasía de reinos luminosos, de infiernos de hierro, de jardines majestuosos, de estrellas y de abismos, detienen la salida, oxidan la cordura.

La muerte, incendia los instintos. Los rebela en su límite de soplo, de viento que pasa, petrificada cabellera del espanto.

Nos habita el silencio y el vacío. Cesa el canto y el beso; cesa la danza y el llanto. Cesa mi semejante.


Publicado en Nayarit Opina, 2 de Noviembre de 2017