miércoles, 19 de septiembre de 2018

Los que nacieron de la tierra: Sismos de septiembre en México

A Miguel, desde luego

Hay algunos que nacieron de la tierra, otros quedaron allí. Muchachas estarían aquí entre nosotras viendo el atardecer, quizá un poco envejecidas para llamarlas muchachas, pero estarían con sus recuerdos de la infancia en Tlatelolco.

Supongo incluso que algunos quedaron unidos en un abrazo al verse a esa hora en la Alameda, porque también sabemos que los brazos llenos de vida, nos rodean en cualquier minuto ante bahías deslumbrantes o en bancas, frente a mausoleos de los Héroes de la Patria.

A veces me causa dolor el morado deslumbrante de las jacarandas de Reforma donde el rocío vuelve a posarse sobre las hojas, indiferente a la ausencia de quienes ya no volvieron a detenerse en su sombra.

Otros nacieron de la tierra. Nacieron ahí mismo en el minuto preciso cuando las olas del silencio, vagabundas o perezosas, dejaron pasar los quejidos, las canciones, los murmullos, los sonidos de quienes aún respiraban en el inframundo de los escombros.

No, no se los tragó la tierra. Alguien los volvió a tomar desde el fondo de la entraña y los trajo al verde de la orilla, al amarillo, a los atardeceres rosados. Quizá alguien recuerde cómo fue. Tampoco me importa el instante preciso, la crónica de los segundos, porque hoy están plantando sus propios verdores en el valle de ceniza donde resurge la vida.

Quizá, una noche, el mismo sueño se apodere de los matorrales del recuerdo y toquen virtuosos el piano, agranden los panales de las abejas, canten las melodías de la milpa o dibujen volcanes flotando en el aire, como se debe. Entonces, los verás caminar en el empedrado de un pueblo que todavía no los convierte en nostalgia.

Ayer, en el aeropuerto, un rescatista me mostró la placa que lleva colgada al cuello, rescatista en  Oaxaca, hace un año. Me dijo que la lleva porque si la gran tierra se fractura, bajará de nuevo en busca de quien aún late, niña o anciano; vida, la que sea. Regresaba a casa por el momento. No huye, sabe que puede volverse escombro, pero la placa lo devolverá de la tierra, del silencio.

Debo mucho a los que nacieron de la tierra. Debo la hermosa ilusión de estar en la vida.


Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit septiembre 19 de 2018.


martes, 11 de septiembre de 2018

Estudiantes contra la necropolítica del Estado

Por los cadáveres de mi raza
No callaron mi espíritu ni mataron mi raza

Consignas en la marcha del 3 de septiembre 2018

Si hace cincuenta años las demandas estudiantiles de la UNAM y del IPN se centraban en la transformación del sistema político, contra un gobierno “duro”, autoritario, adultocéntrico y masculino, hoy las demandas se han movido de sitio. El movimiento estudiantil de la UNAM se mueve en contra del acoso sexual como una forma naturalizada de poder de ciertos profesores en contra de estudiantes mujeres. También se movilizan por no tener clases y en contra de las decisiones autoritarias para eliminar las expresiones artísticas juveniles del caso Ayotzinapa.

Lo sorpresivo es la respuesta violenta: la intervención de los porros.

¿Por qué se tienen porros en las universidades? Los porros simbolizan la violencia del poder en sus dimensiones de ideología del control estudiantil en declive de la figura de lo joven como ciudadanía participativa. Ello implica un sometimiento de los y las estudiantes ante estructuras de violencia autoritaria como forma de domesticación de la rebeldía.

Una vez más Joven y Estudiante van más allá de sí mismos. Estos nombres designan la posibilidad de la transgresión del pensamiento, del orden sexista, del poder acumulante de más poder, de la gerontocracia mandataria. Generan una resistencia amplia a la coerción social y al disciplinamiento de los cuerpos y de las mentes que implica el proyecto del poder avasallador.

El retorno de la violencia a los ambientes universitarios, la emergencia de estos nuevos rostros de la agresión aluden a una versión de la necropolítica en que está sumido el país: el descubrimiento de fosas clandestinas en prácticamente todo el territorio nacional, la desaparición de niñas, adolescentes y jóvenes en cualquier calle de México, las balaceras y ejecuciones a lo largo y ancho del país, los descuartizamientos, embolsamientos, los ajusticiamientos y feminicidios.

Ante la necropolítica instalada como forma de la política, se moviliza el estudiantado universitario. Muy posiblemente estemos ante una genealogía juvenil de derechos estudiantiles entendidos como forma de contrapoder a la política realmente existente. Un modo de inaugurar una época de las universidades, posts violencia corporativa estudiantil, postporros. No sabemos si los movimiento actuales de la juventud universitaria transiten hacia esos derroteros, lo que sí podemos prever es que el mundo que emerge del movimiento estudiantil no es un mundo de la pérdida ocasionada por la violencia estructural sino un desafío acerca de cómo construir comunidad, encontrar nuevos sentidos de pertenencia e inclusión.

Es la marca juvenil ante la sociedad envejecida y sus obsoletas estructuras corroídas. En 2018 ha obtenido el triunfo electoral un partido que no es el PRI pero, ¿hasta que punto priísado? La sociedad adulta incapaz de caminar en nuevas direcciones, de abrir otros futuros.

El movimiento estudiantil de la UNAM intenta superar los límites asfixiantes del presente. La movilización nos estremece. Vemos marchar por plazas y calles a jóvenes hombres y mujeres y lo menos que podemos pensar es ¡la reserva de vida! ¡caminar a otra esperanza!

Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit septiembre 11 de 2018.