viernes, 31 de julio de 2020

Mi abuela tuvo cuatro esposos

Mi primer esposo era panadero, se murió porque le dio una enfermedad de esas que si te dan ya no te alivias. De él tuve dos hijos, Pablo y Carmela que se apellidan Casas. Lo enterré, lloré, le puse su gaveta y todo. 

Después llegó un capitán a vivir al pueblo, yo no quería casarme pero insistió en que vería bien a mis hijos, así que ahí tuve mi segunda boda. De él nada más nació Eva, que se nombra Plata. Un día me lo trajeron muerto que porque en el monte se había enfrentado con unos malhechores. Cuando lo enterré, a la lápida le puse “El segundo”, así nomás sin ningún nombre; total, había sido el segundo. 

Yo ya no me quería casar, pero esa mala suerte me tocó, de casarme muchas veces. Así que llegó el tercero. Se llamaba Pedro, era muy cantador, juguetón, alegre. Luego, luego me ganó y ahí voy otra vez a casarme. Era joven así que pensé que no se moriría. Ahí tuve a tu papá y a tu tía Teresa. Ya para entonces, decían que yo les echaba la mala sal, pero no. Un día se fue a Pantanal a recoger la caña y no regresó en toda la tarde. No me gustó porque nunca se retrasaba, pues también lo trajeron ya muy tieso. Me dijeron que había chocado con una vaca y no lo habían encontrado pronto. Ese Pedro me dolió mucho porque siempre estábamos de buenas. También lo llevé al panteón y le puse “El tercero”.

Ya había decidido no casarme. Lo dije recio y quedito, pero ya al paso de los años, se me hizo un huequito en algún lugar del cuerpo. Así que simplemente me junté con el cuarto. Le dije que no quería boda porque a la mejor esa era la salazón. Y dije: “si éste se me muere, juro que no me volveré a casar ni a juntar”. Todavía alcancé a tener a Ruth, que salió guerita. Estábamos tan a gusto, tan tranquilos, pero una tarde, entré a darle una taza de café ya acabando el día y ahí lo encontré: mirando el techo. Le cerré los ojos y lo llevé al panteón. Búscalo también, dice “El último”. 

Publicado en El Vigía del Pacífico, 24 de julio de 2020.

Nido

Josefa no podía ver una gallina clueca sin meter manos al asunto; como pensaba que los perros le robarían los huevos, subía la caja del nidal hasta una repisa que construyó para que no estuviese en el piso. En la altura, los zopilotes bajaban a robarlos, así que los tapaba con hojas de plátano durante la noche, mientras ella vigilaba en el día. Amanecía cuidando los empollos. Pensamos que ese arguende de gallina, huevos, pollos, terminaría cuando creciera, pero no fue así. Cada vez afinaba las trampas para perros y pájaros.

A veces se llevaba los pollitos recién nacidos a dormir con ella para darles calor, quizá por eso en una ocasión, amaneció abrazada a una Tzincóatl. Seguramente la serpiente se deslizó debajo de la cobija para comerse los pollos y después, llena, se quedó a reposar. Fue cuando Josefa despertó abrazando a la Tzincóatl. ¡El revuelo que se armó!¡las habladurías del pueblo!

Josefa se fue con su hermana a California y nunca más supimos de su cariño por los pollitos.

Publicado en El Vigía del Pacífico, 29 de julio de 2020.

martes, 28 de julio de 2020

Dolor

Déjame reposar, 
aflojar los músculos del corazón
 y poner a dormitar el alma 
para poder hablar, 
para poder recordar estos días,
 los más largos del tiempo. 

Jaime Sabines. Algo sobre la muerte del Mayor Sabines

Si a usted le preguntan cuál es la representación del dolor, lo más probable es que la primera imagen la constituya La Llorona, esa mujer que se la pasa penando por sus hijos y que, con diversos nombres se encuentra en los imaginarios de casi todos los pueblos. Ese dolor puede ser el dolor más intenso dentro de la gramática de los sentimientos del mundo contemporáneo. De alguna manera, recuerda un dolor parecido a la Pasión de Miguel Ángel. La escultura muestra a una Virgen joven cargando en sus rodillas a su hijo muerto, porque en la intensidad del dolor, el de la madre que pierde al hijo parece ser la cúspide de lo que humanamente entendemos por dolor en la sociedad contemporánea.

Ello ocurre porque pensamos que los padres debieran morir antes que su descendencia, por lo que la muerte de los hijos se considera una muerte injusta, anticipada, una alteración del ciclo natural de la vida. Quizá por eso, Miguel Ángel expresó el dolor como dolor de una madre en esta escultura de mármol blanco.

Tenemos otras representaciones: las “Dolorosas” de la tradición católica que son otra expresión de la madre que padece el sufrimiento. Podemos recordar otras variaciones del dolor: las pinturas de Fridha Khalo o la desesperanza de Van Goh. Cada quien podrá tener una idea particular de lo que significa. 

El emoticón de la carita triste con lágrimas, de la comunicación digital, será la más universal de las representaciones actuales, sin duda alguna.

El dolor se vive de manera individual/ familiar, por la pérdida de una persona que forma parte de nuestros afectos vitales. Sin embargo, hoy experimentamos un dolor colectivo por las muertes que tocan a nuestra puerta, aún cuando sean puertas de pantalla. En México más de 40 mil muertes cimbran la fortaleza de las seguridades, mientras que, en todo el mundo, cada día, asciende el número de quienes mueren de manera anticipada por COVID. 

Mientras los países ricos protagonizan una carrera por la obtención de la vacuna, los habitantes de diversas latitudes inventan medidas de protección a su alcance: ha dado la vuelta al mundo la fotografía de una persona que usa una bolsa de plástico como cubrebocas. Generalmente se trata de población que vive al aire libre, cuya vivienda es solamente un lugar para dormir, porque la mayor parte de las actividades se realiza en el patio, en el corral, en la banqueta. El concepto de confinamiento carece de sentido cuando la vida se vive en el afuera. 

La población de la ruralidad, de la pobreza mundial, debe reinventar protecciones porque las que se difunden son las protecciones para las sociedades urbanas cuya casa cuenta con espacios diferenciados para los distintos momentos de la convivencia. En las casas de la ruralidad el mismo espacio es cocina, comedor, dormitorio, lugar de estar. 

El cerco cada vez se estrecha. Basta el estornudo de la hija o la tos de la madre para ponernos en alerta. Sabemos, cada día, de un nuevo caso, cada vez más próximo que trastoca el sentido común, el ritmo de la vida cotidiana, las certezas con las que vivíamos. Entierran a la abuela en el silencio de los deudos, la hija que la cuidó ahora está contagiada. Los duelos son duelos del silencio. 

La familia del vecino está encerrada en sus dormitorios; dentro del confinamiento, un confinamiento interior. Alguien, sin contagio, deja la comida en la puerta tres veces al día como nuevos mensajeros de la vida. Tomar signos vitales, administrar medicamentos, aprender la evolución de la enfermedad, saber leer los ciclos del virus, se convierten en habilidades que se desarrollan en la práctica. 

Así es el dolor: ver la boca de una caverna alejada del sol y retener la respiración en la entrada, en la interrogación de tener que morir en la anticipación, cual si fuera ruleta rusa sobre la que muy poco control tenemos. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, julio 28 de 2020.

lunes, 27 de julio de 2020

25 de julio: 488 años de la fundación hispana de Tepic

Tengo el derecho de amar a ese rincón del territorio nacional, apartado y tranquilo, desde la cumbre de cuyas montañas, se divisa la lejana y azul inmensidad del Pacífico, que se llama Tepic. 
Amado Nervo

¿Cuántos nombres ha tenido Tepic? Según los historiadores, la fundación prehispánica de Tepic, con el nombre de Tepec (Piedra, por estar cerca de la piedra del Sanganguey), o Tepictli (lugar del maíz) ocurrió alrededor de 350 a. C. a 600 a. C., era un Tlatoanazgo (pueblo subordinado) al Hueitlatoanazgo (lugar principal) de Xalisco. En algunos de los primeros mapas también se le denomina Tepice.

Entre los vestigios prehispánicos de Tepic se cuentan las Urnas Mololoa, localizadas en las inmediaciones del Río Mololoa en el Valle de Matatipac. De acuerdo a los hallazgos realizados por antropólogos en los años recientes, José Carlos Beltrán entre ellos, son muestra de la incineración de difuntos, ya que se encontraron restos óseos en urnas de barro, localizadas en las márgenes e inmediaciones del río Mololoa. Se trata de grandes vasijas cilíndricas antropomorfas. El principal altar fue localizado en la colonia López Mateos de Tepic. 

Hernán Cortés envió una expedición a lo que hoy es el noroccidente. En la “IV Carta de Relación” enviada a Carlos V en 1524, dio cuenta de tener conocimiento de un lugar habitado por mujeres que le recordaba la historia de Las Amazonas: “…afirman mucho haber una isla toda poblada de mujeres, sin varón alguno y que en ciertos tiempos van de la tierra firme hombres, con los cuales han acceso y las que quedan preñadas, si paren mujeres las guardan y si hombres, los echan de su compañía y que esta isla está diez jornadas de esta provincia y que muchos de ellos han ido allá y la han visto. Dícenme asimismo que es muy rica en perlas y oro; yo trabajaré, en teniendo aparejo, de saber la verdad y hacer de ello larga relación a vuestra majestad”

Seguramente con ésta y otras leyendas en la imaginería española, Francisco Cortés de San Buenaventura, sobrino de Hernán Cortés (nótese el nepotismo inicial), llega a Tepic en 1526. El censo que realizó registró 200 viviendas y 400 habitantes. Según las crónicas, esta región se rindió pacíficamente, pero es muy probable que los indígenas hayan huido a la montaña. El asiento definitivo del dominio español ocurrió con la llegada de Nuño Beltrán de Guzmán en marzo de 1530. El primer nombre que le dieron los españoles fue Villa del Espíritu Santo de la Mayor España (18 de noviembre de 1531), pero posteriormente se le cambió a Santiago de Galicia de Compostela y fue reconocida como la capital de la provincia de Nueva Galicia. 

La llegada de Nuño de Guzmán a esta región significó sembrar el terror entre la población indígena porque, aunque lo recibieron en son de paz, una de las estrategias del conquistador fue incendiar los pueblos para evitar un posible ataque por la retaguardia. “De aquí pasamos al pueblo de Tepique, que está de paz, que sería legua y media delante de Xalisco…les fue señalado que diesen cierta cantidad de tributos, muchos de nosotros creímos, no se si así, que por no poder cumplir se alzaron…y por este enojo les mandó hacer la guerra Nuño de Guzmán, y así la apregonó a fuego y sangre, y los mandó dar por esclavos, aunque después no se herraron mucha parte que se tomó. El día que fue Nuño de Guzmán con su compañía se quemó totalmente el pueblo, y de ahí fuimos hasta la Mar del Sur… (tomado de Pedro López González, “La población de Tepic bajo la organización regional, 1530-1821).

La fundación de Tepic se realizó de manera solemne el 25 de julio de 1532 y estuvo dedicada a Santiago, apóstol. Posteriormente, debido a los alzamientos indígenas, la capital de Nueva Galicia se cambió al valle de Coactlán donde se refundó con el nombre de Santiago de Galicia de Compostela, lo que hoy conocemos como Compostela. Al desaparecer el nombre español, Tepic, recuperó su nombre indígena o el vocablo que quedó de él.

Se cumplen 488 años de la fundación hispana de Tepic. No sabemos realmente cuándo se fundó el poblado prehispánico, pero esta es la fecha que conmemoramos. Y opino que sí, que necesitamos un perdón histórico por parte de los españoles por la conquista sangrienta que realizaron en esta parte del territorio. Si los indios eran de paz, como dicen las crónicas ¿para que hacerlos esclavos, herrarlos, e incendiar sus pueblos? Fue, prácticamente, una guerra de exterminio. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, julio 21 de 2020.

viernes, 24 de julio de 2020

Falta un mandamiento

Nos llevaban a la doctrina para que nos enseñaran que Dios hizo el cielo azul, los ángeles con sus rizos, los diablos colorados. Yo me entretenía pensando en lo que se había tardado en pintar cada hormiga, las hojas de los árboles de una en una, los picos de los pájaros. La monja que nos enseñaba me dijo que no los hacía de uno en uno. Entonces, pensé que los haría de a montones, pero no, no salía porque si miras a tu alrededor nada tiene el mismo color, aún las cucarachas tienen café casi negro cerca de la cabeza y más ralito, en las alas. Pero mejor, no preguntaba.

En la casa, mi papá me daba tundas por cualquier cosa, mi mamá nomás se esperaba a que terminara para abrazarme, pero no se le oponía. Le dije a la monja que hacía falta un mandamiento, el de “Honrarás a tus hijas”, ¿Por qué teníamos que aprendernos “Honrarás a tu padre y a tu madre” si ellos, sobre todo mi papá,  no nos honraba a las hijas?  Todo el día me traía, que da de comer a los pollos, que ahora trae el agua, luego vete al lavadero, sobre todo, donde no estuviera mi mamá. Yo pensaba que a Dios se le olvidó escribir ese mandamiento por andar entretenido pintando tanto cerro. 


Publicado en El Vigía del Pacífico, 6 de julio de 2020.

Silencio

A veces el silencio habla, así pensábamos cuando veíamos a la vieja Natividad ir de un lado al otro de la casa. Ya estaba junto al pozo de agua o atrás en los corrales dando de comer a los animales. Mascaba cilantro todo el día, llegué a oirle decir que era bueno para los dolores de estómago, pero nunca me ha dado por mascarlo.  

Una tarde cayó un rayo sobre un árbol del corral, quedó todo carbonizado por lo que nadie se arrimaba. Se convirtió en su sitio favorito para ver las caídas de las tardes. -¿No tienes miedo que caiga otro rayo?- le pregunté. Me miró con misericordia y dijo: -Nunca te caen dos desgracias iguales-.

Natividad se iba a casar, -me contó mi madre- el día de la boda antes de salir a la iglesia, le vinieron a decir que al novio le había caído un rayo. -No estaba muerto, pero como si lo estuviera, porque se convirtió en el loco del pueblo. 

domingo, 19 de julio de 2020

500 años de La Noche Triste



Con flores escribes, Dador de la Vida, 
con cantos das color, 
con cantos sombreas 
a los que han de vivir en la tierra,
Después destruirás a águilas y tigres,
sólo en tu libro de pinturas vivimos, 
aquí sobre la tierra. 
Con tinta negra borrarás
lo que fue la hermandad, 
la comunidad, la nobleza.
Tú sombreas a los que han de vivir en la tierra. 

Netzahualcoyotl traducido por Miguel León Portilla 

Tal vez no fue cierto que Cortés lloró bajo un ahuehuete la derrota que sufrió a manos de los mexicas el 30 de junio de 1520. Sin embargo, en los libros de texto de primaria que estudié ahí estaba un desfallecido conquistador llorando su derrota.   

Bernal Díaz del Castillo habla de este suceso en su libro Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, fechado el 10 de julio de 1520. A partir de la reforma del calendario Juliano en que narraba Don Bernal, esa fecha corresponde al 30 de junio,del calendario Gregoriano que nos rige, el cual fue modificado en 1582 aunque tardó cerca de tres siglos para que todos los países del orbe se rijan por él.

Nos explicaron que los habitantes del México prehispánico tenían mentalidad mágica: pensaban que los conquistadores eran los protagonistas de la profecía sagrada; sin embargo, hacerles frente de la manera como los mexicas lo hicieron, muestra que tan poco sustentable es esta teoría. Supongo el estupor de los españoles al constatar la posibilidad de perder ante seres considerados inferiores. Bien, Cortés lloró en esa batalla como cuentan diversos historiadores:

El mismo historiador dice “…que como Cortés y los demás capitanes le encontraron y vieron que no veían más soldados, se le saltaron las lágrimas de los ojos y dijo Pedro de Alvarado, que Juan Velázquez de León quedó muerto…y mirábamos toda la ciudad y las puentes y calzadas por donde salimos huyendo; y en ese instante suspiró Cortés con una gran tristeza, muy mayor a la que antes traía y por los hombres que le mataron antes…”

Diversos historiadores dan cuenta de las mujeres que acompañaron a los conquistadores, María de Estrada es una de las mencionadas. Había nacido en Sevilla y probablemente viajó con su hermano Francisco de Estrada quien había acompañado a Cristóbal Colón como Grumete. Dice el historiador Francisco Cervantes Salazar que después de la Noche Triste, Hernán Cortés quiso dejarla en Tlaxcala, pero ella dijo:

“No es bien, señor capitán que mujeres españolas dejen a sus maridos yendo a la guerra; donde ellos murieren moriremos nosotras, y es razón que los indios entiendan que somos tan valientes los españoles que hasta sus mujeres saben pelear”

Otras mujeres señaladas en las crónicas son:

Isabel Rodríguez, mencionada como mujer solado y médico que acompañó a Cortés durante la Conquista pionera de la medicina de guerra y organizadora de los cuidados a los heridos.

Beatriz Bermudez de Velazco, también mujer soldado que en la derrota de la noche triste arengó a españoles y a indígenas a no abandonar la batalla.

Beatriz de Palacios o La Parda, una mujer mulata que fue parte de las enfermeras al lado de Isabel Rodríguez en la Noche Triste. 

Seguramente, del lado de la resistencia indígena, diversas mujeres participaron en las batallas; sin embargo, muy poco sabemos de ello, pues como ocurre con los vencidos, son historias ocultas y mucho más con las mujeres, cuyas historias no se contaron y todavía no se cuentan. 

Cortés perdió una batalla, pero ganó la conquista. Es cierto que de esa derrota surgió el México que somos ahora, donde no somos indios ni somos españoles, sino una combinación de ambos ocurrida durante 500 años. El espíritu de los pueblos indígenas permanece entre nosotros en diversos aspectos, sin embargo, el mestizaje se ha encargado de inferiorizar la parte indígena que nos corresponde. Se alaba a los indios muertos, pero se desprecia a los indios que día a día vemos deambular en su pobreza. El esplendor de las grandes civilizaciones mayas, teotihuacanas, olmecas, son parte del tesoro artístico y turístico del México contemporáneo, pero la población maya y sus descendientes, los teotihuacanos, etc., padecen la pobreza más abyecta en nuestro país.

La sensibilidad mesoamericana pervive entre nosotros en diversas expresiones, quizá la más importante sea el culto a Tonatzin/Guadalupe, que cada 12 de diciembre se apropia de la capacidad de volver a lo sagrado simbolizado en una fuerza femenina que perdura más allá de conquistas y derrotas. Surge en su esplendor con una fuerza interna que la mantiene como eje sobre el cual se asienta la vida misma. 

La noche triste de los españoles, sin duda, dio un aliento a los mexicas de hace 500 años. Hoy los indios contemporáneos viven en una colonización interna continuada durante cinco siglos. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, julio 17 de 2020.

lunes, 6 de julio de 2020

Tranquilidad

Basta que te pongas a escuchar 
en la profunda calma de las noches,
 para escucharles murmurar. 

Kahlil Gibran. El Profeta

Llegué a Pochotitán, una comunidad wixaritari en las faldas de la Sierra Madre Occidental, donde intenté aprender telar de cintura con la finalidad de calcular el tiempo que invertían las mujeres en la elaboración de los morrales tradicionales. Narcisa, me enseñaba. En una ocasión, su niño más pequeño, de apenas año y meses, empezó a llorar sin causa aparente. Narcisa lo dejó llorar, en tanto seguía viendo los desastres que yo hacía con el telar. El niño seguía llorando. Ella se levantó, tomó una jícara de agua fría y la vertió sobre la cabeza del niño. Al derramar el agua le dijo “nonutzi” (niño) con una gran ternura. El niño sorbió el agua fría y se calmó. Narcisa volvió a mirar el telar desde el sosiego imperturbable.

Esa tarde aprendí la tranquilidad. Quizá sea uno de los sentimientos que más cuesta experimentar en el tiempo productivo en que nos hemos lanzado agobiadas en cumplir expectativas personales, familiares, sociales. ¿Han existido representaciones divinas de la tranquilidad? Se puede rastrear la historia de Hetis, supuestamente, diosa de la cotidianidad entre los griegos, pero sin duda es la “Gioconda” la pintura que, con su carga expresiva de quietud, la que se identifica con este sentimiento. La Gioconda (Leonardo Da Vinci), sigue fascinando no solamente por la sonrisa placentera con que inunda el mundo, sino porque los volúmenes redondeados y regulares en el espacio, la cabeza y las manos una sobre otra, logran que la tensión desaparezca y revele un relajamiento deliberado.

Esa expresión tendrá, posteriormente, la pintura religiosa. En las Vírgenes y las Santas se aprecia la serenidad que las posee. El esbozo de un mundo de placidez, que se anuncia más allá de los ojos entornados y los rostros confiados, se convierte en el simbolismo con que intervienen para desbordar dicha en cada creyente que las mira.

En la música, es fácil reconocer los efectos tranquilizadores y los que causan euforia. Si queremos construir un ambiente de reposo, es mejor seleccionar ritmos lentos, cercanos a los sonidos de la naturaleza. Cada quien podrá seleccionar aquellas melodías que permiten dialogar consigo misma, a calmarse o meditar. Ya sabemos que existe una selección de Mozart para dormir bebés, así que fácilmente se puede experimentar con ella.

Seguramente, cada quien en estos tiempos de desasosiego tendrá que buscar aquellos elementos que inducen a la tranquilidad. El agobio permanente causado por las cifras de contagiados y muertos por Covid-19, la falta de soluciones oportunas de diversos gobiernos, la apariencia de estar a la deriva, darnos cuenta de contagiados o decesos de personas conocidas, bien merece que busquemos estrategias hacia la calma. A mí en lo particular, me conecta con la tranquilidad la escultura “La pequeña bailarina” de Edgar Degas (1881), porque el artista capta el momento previo del inicio de la danza; también, ver el atardecer sobre el Cerro de San Juan, las nubes rosas sobre el mar sosegado que inicia en la bahía de Matanchén. 

También me llena de tranquilidad pensar en mi madre de 94 años. La he visitado dos veces durante el tiempo del confinamiento. Nos recibe desde ese lugar donde habita la vejez. Escuchar sus historias, palpar su modo de estar en el mundo, no puede sino introducirnos a un sentimiento que sobrepasa la fe.

Tiempo después encontré a Narcisa un miércoles santo yendo a visitar al Señor de Huaynamota en las orillas de la Presa de Aguamilpa, en la región indígena. Iba con una marakame porque tanto a ella como a uno de sus hijos les había caído una enfermedad en un ojo. Narcisa, con su pobreza a cuestas no perdía el sosiego con que la había conocido en la montaña. Estaba ahí, frente a un Cristo indígena en la petición sagrada a la que íbamos los peregrinos de ese año. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, julio 6 de 2020.

miércoles, 1 de julio de 2020

Las curaciones de la Negra

Me crié muy perlática, flaca, me daban unos calenturones que mi madre me curaba con limones, me ponía emplastos. Ya de grande me compuse. Entonces los muchachos andaban en buenos caballos, con sus capotes, todos los muchachos andaban en sillas nuevas, en sillas viejas y las muchachas de mi edá, montábamos y nos íbamos a los ranchos a correr. Corrían los muchachos y nosotras también.

Un día me caí. Casi me moría porque no se dieron cuenta cuando me arrastró el caballo. Soñé unos puercos bichis que se escondían entre los matujos, los seguí hasta que llegamos a una cueva con mucha luz, como si el sol fuera a estallar de tanta luz. Cuando desperté, se me había quitado el gusto por los caballos y las corretizas. Empezaron a ir a mi casa para que les curara sus dolencias porque decían que yo había regresado del más allá. Yo no hice caso, pero se enfermaban y en ese tiempo, no había medecinas. Di por decirles cosas bonitas, les recetaba remedios con limones y manzanilla.  Así, unos se curaban, hasta que mi casa ya fue la de las curaciones. 

Mi nombre es Nazaria pero mi madre me puso Negra porque en el rancho había una señora que le decían Nazaria la ombligona y no le gustaba. Ese día que me llevaron a bautizar el padre dijo que no me podía poner Negra.

Publicado en El Vigía del Pacífico, 2 de junio de 2020.

El acoso no es gracioso

Estaba en la parada de autobús para regresar a mi casa como todos los días. Dos sujetos se acercan, uno enciende un cigarro mientras el otro me mira. Siento la mirada como que me quiere desnudar. La lámpara de la calle parpadea y de pronto, mis manos empiezan a sudar. El tipo del cigarro se acerca poco a poco, retrocedo, pero el otro se coloca detrás de mí. El del cigarro intenta besarme, pongo mi bolsa frente a mis pechos como si fuera una barrera. La gente que también espera el transporte ha de pensar que son mis amigos porque siguen mirando sus celulares. Me duele más esa indiferencia. 

Al día siguiente lo volví a ver cuando regresaba a clases, lo reconocí por el cigarro. Me pasé a la otra banqueta y me gritó: “¿lo reconoces? Lo arranqué de tu casa”, “así voy a arrancarlos todos hasta que te encuentre”. Entré a la escuela y le conté a una amiga. Ella le habló a una maestra. Nos salimos de clase aunque el maestro que nos tocaba nos amenazó con reprobarnos. La maestra me preguntó si lo conocía. Le dije que no, sólo que lo había visto en la parada del transporte. Me preguntó por mi familia, con quién vivía. Ella hizo una llamada porque yo no podía pensar nada. 

Perdí el año escolar, vivo en Ciudad de México. No quiero regresar. 

Publicado en El Vigía del Pacífico, 26 de mayo de 2020

La viruela negra

Yo tenía dos años cuando llegaron los de la revolución y le dijero a mi mamá “órale, vámonos” y todos se tenían que ir. Todos se subían al ferrocarril, adentro iban las armas. Yo tenía dos años cuando perdí mi ojo porque me contagié de viruela negra, de la que no había vacuna en ese tiempo. Teníamos que huir porque llegaban los contrarios. Mi mamá luego me dejó con mi tía porque ella se fue a Estados Unidos. Los trastres los tenía que lavar con jabón de pasta y ¡cuidado olieran a huevo! porque en el pueblo se usaba pura torta de huevo y me decía “huele, muchachita, huélelos”. Ya sabía que me iba a dar, ya me había cansado porque me pegaba mucho.

Luego comencé a trabajar cuidando un niñito. Iban los ricos del pueblo a ver quién les podía cuidar al niñito. Yo dije que sí con tal de irme de con mi tía y con saber que eran ricos, allí no me iba a faltar nada, principalmente los alimentos, aunque tuviera huarachitos no me importaba. 

Un día llegó una foto de mi mamá. Andaba muy elegante, se ponía un abrigo de cuello de piel que le decían el sobre todo. Yo la miré con el único ojo que tengo porque el otro me lo había quitado la viruela negra. 

Lo despedí en el celular

Me avisaron que mi padre estaba enfermo y pues, tuve que olvidarme de todo lo pasado para ir por él. Mi madre me contaba que mi padre se fue con todas las moneditas de oro que su madre y ella habían guardado, pero le llegó la calentura con una muchacha muy jovencita y se fue tras ella. A veces nos daban alguna noticia, que se fue a Caborca, que ahora está en Río Colorado.

Fui por él a Los Mochis, ya estaba infectado y me lo traje porque yo lo podía internar en el Seguro. Apenas lo di de alta cuando ya no me dejaron verlo. En cuanto salieron los resultados, a mí también me hicieron la prueba y a mis hijos. Por lo bueno, nomás uno salió infectado, pero la más chica no; digo por lo bueno porque no nos alcanzó a dar a todos.

La tercera noche me dijeron que lo podía ver en el celular. Sí, lo ví aunque casi no lo pude reconocer. Se siente extraño que ahí esté, tan lejos como estuvo siempre y dentro de mí, el pecho vendado, queriendo salir un grito ante el cuadrito. Adiós, papá, le dije en el celular. Dicen que me darán las cenizas.

Publicado en El Vigía del Pacífico, 10 de junio de 2020.