Basta que te pongas a escuchar
en la profunda calma de las noches,
para escucharles murmurar.
Kahlil Gibran. El Profeta
Llegué a Pochotitán, una comunidad wixaritari en las faldas de la Sierra Madre Occidental, donde intenté aprender telar de cintura con la finalidad de calcular el tiempo que invertían las mujeres en la elaboración de los morrales tradicionales. Narcisa, me enseñaba. En una ocasión, su niño más pequeño, de apenas año y meses, empezó a llorar sin causa aparente. Narcisa lo dejó llorar, en tanto seguía viendo los desastres que yo hacía con el telar. El niño seguía llorando. Ella se levantó, tomó una jícara de agua fría y la vertió sobre la cabeza del niño. Al derramar el agua le dijo “nonutzi” (niño) con una gran ternura. El niño sorbió el agua fría y se calmó. Narcisa volvió a mirar el telar desde el sosiego imperturbable.
Esa tarde aprendí la tranquilidad. Quizá sea uno de los sentimientos que más cuesta experimentar en el tiempo productivo en que nos hemos lanzado agobiadas en cumplir expectativas personales, familiares, sociales. ¿Han existido representaciones divinas de la tranquilidad? Se puede rastrear la historia de Hetis, supuestamente, diosa de la cotidianidad entre los griegos, pero sin duda es la “Gioconda” la pintura que, con su carga expresiva de quietud, la que se identifica con este sentimiento. La Gioconda (Leonardo Da Vinci), sigue fascinando no solamente por la sonrisa placentera con que inunda el mundo, sino porque los volúmenes redondeados y regulares en el espacio, la cabeza y las manos una sobre otra, logran que la tensión desaparezca y revele un relajamiento deliberado.
Esa expresión tendrá, posteriormente, la pintura religiosa. En las Vírgenes y las Santas se aprecia la serenidad que las posee. El esbozo de un mundo de placidez, que se anuncia más allá de los ojos entornados y los rostros confiados, se convierte en el simbolismo con que intervienen para desbordar dicha en cada creyente que las mira.
En la música, es fácil reconocer los efectos tranquilizadores y los que causan euforia. Si queremos construir un ambiente de reposo, es mejor seleccionar ritmos lentos, cercanos a los sonidos de la naturaleza. Cada quien podrá seleccionar aquellas melodías que permiten dialogar consigo misma, a calmarse o meditar. Ya sabemos que existe una selección de Mozart para dormir bebés, así que fácilmente se puede experimentar con ella.
Seguramente, cada quien en estos tiempos de desasosiego tendrá que buscar aquellos elementos que inducen a la tranquilidad. El agobio permanente causado por las cifras de contagiados y muertos por Covid-19, la falta de soluciones oportunas de diversos gobiernos, la apariencia de estar a la deriva, darnos cuenta de contagiados o decesos de personas conocidas, bien merece que busquemos estrategias hacia la calma. A mí en lo particular, me conecta con la tranquilidad la escultura “La pequeña bailarina” de Edgar Degas (1881), porque el artista capta el momento previo del inicio de la danza; también, ver el atardecer sobre el Cerro de San Juan, las nubes rosas sobre el mar sosegado que inicia en la bahía de Matanchén.
También me llena de tranquilidad pensar en mi madre de 94 años. La he visitado dos veces durante el tiempo del confinamiento. Nos recibe desde ese lugar donde habita la vejez. Escuchar sus historias, palpar su modo de estar en el mundo, no puede sino introducirnos a un sentimiento que sobrepasa la fe.
Tiempo después encontré a Narcisa un miércoles santo yendo a visitar al Señor de Huaynamota en las orillas de la Presa de Aguamilpa, en la región indígena. Iba con una marakame porque tanto a ella como a uno de sus hijos les había caído una enfermedad en un ojo. Narcisa, con su pobreza a cuestas no perdía el sosiego con que la había conocido en la montaña. Estaba ahí, frente a un Cristo indígena en la petición sagrada a la que íbamos los peregrinos de ese año.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, julio 6 de 2020.
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