Estaba en la parada de autobús para regresar a mi casa como todos los días. Dos sujetos se acercan, uno enciende un cigarro mientras el otro me mira. Siento la mirada como que me quiere desnudar. La lámpara de la calle parpadea y de pronto, mis manos empiezan a sudar. El tipo del cigarro se acerca poco a poco, retrocedo, pero el otro se coloca detrás de mí. El del cigarro intenta besarme, pongo mi bolsa frente a mis pechos como si fuera una barrera. La gente que también espera el transporte ha de pensar que son mis amigos porque siguen mirando sus celulares. Me duele más esa indiferencia.
Al día siguiente lo volví a ver cuando regresaba a clases, lo reconocí por el cigarro. Me pasé a la otra banqueta y me gritó: “¿lo reconoces? Lo arranqué de tu casa”, “así voy a arrancarlos todos hasta que te encuentre”. Entré a la escuela y le conté a una amiga. Ella le habló a una maestra. Nos salimos de clase aunque el maestro que nos tocaba nos amenazó con reprobarnos. La maestra me preguntó si lo conocía. Le dije que no, sólo que lo había visto en la parada del transporte. Me preguntó por mi familia, con quién vivía. Ella hizo una llamada porque yo no podía pensar nada.
Perdí el año escolar, vivo en Ciudad de México. No quiero regresar.
Publicado en El Vigía del Pacífico, 26 de mayo de 2020
Publicado en El Vigía del Pacífico, 26 de mayo de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario