Mi primer esposo era panadero, se murió porque le dio una enfermedad de esas que si te dan ya no te alivias. De él tuve dos hijos, Pablo y Carmela que se apellidan Casas. Lo enterré, lloré, le puse su gaveta y todo.
Después llegó un capitán a vivir al pueblo, yo no quería casarme pero insistió en que vería bien a mis hijos, así que ahí tuve mi segunda boda. De él nada más nació Eva, que se nombra Plata. Un día me lo trajeron muerto que porque en el monte se había enfrentado con unos malhechores. Cuando lo enterré, a la lápida le puse “El segundo”, así nomás sin ningún nombre; total, había sido el segundo.
Yo ya no me quería casar, pero esa mala suerte me tocó, de casarme muchas veces. Así que llegó el tercero. Se llamaba Pedro, era muy cantador, juguetón, alegre. Luego, luego me ganó y ahí voy otra vez a casarme. Era joven así que pensé que no se moriría. Ahí tuve a tu papá y a tu tía Teresa. Ya para entonces, decían que yo les echaba la mala sal, pero no. Un día se fue a Pantanal a recoger la caña y no regresó en toda la tarde. No me gustó porque nunca se retrasaba, pues también lo trajeron ya muy tieso. Me dijeron que había chocado con una vaca y no lo habían encontrado pronto. Ese Pedro me dolió mucho porque siempre estábamos de buenas. También lo llevé al panteón y le puse “El tercero”.
Ya había decidido no casarme. Lo dije recio y quedito, pero ya al paso de los años, se me hizo un huequito en algún lugar del cuerpo. Así que simplemente me junté con el cuarto. Le dije que no quería boda porque a la mejor esa era la salazón. Y dije: “si éste se me muere, juro que no me volveré a casar ni a juntar”. Todavía alcancé a tener a Ruth, que salió guerita. Estábamos tan a gusto, tan tranquilos, pero una tarde, entré a darle una taza de café ya acabando el día y ahí lo encontré: mirando el techo. Le cerré los ojos y lo llevé al panteón. Búscalo también, dice “El último”.
Publicado en El Vigía del Pacífico, 24 de julio de 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario