lunes, 3 de agosto de 2020

Odio ¿quiénes contagian?

Estaba enojado con mi amigo:
 le manifesté mi ira, la ira terminó. 
Estaba enojado con mi enemigo: 
me quedé callado, y mi ira aumentó. 

En el miedo la fui regando, 
de noche y de día con mis lágrimas, 
con sonrisas la fui asoleando 
y con sutiles y arteras estratagemas. 

Así creció de día y de noche, 
hasta volverse una brillante manzana; 
y mi enemigo observó su brillo, 
y supo que era mía.

Y furtivo entró a mi jardín
 cuando la noche envolvió al follaje. 
 Por la mañana, satisfecho vi 
a mi enemigo exánime bajo el árbol. 

William Blake. Un árbol venenoso.

¿En qué pensamos cuando evocamos el odio? Muy posiblemente en Hitler, con su carga de emocionalidad acerca de los judíos como el mal del mundo, junto con los gitanos, negros y homosexuales convertidos en seres inferiores, despreciables y, por lo tanto, eliminables. Muy posiblemente, nuestros contemporáneos evoquen a Trump con sus sentencias sobre los mexicanos, los migrantes, los no blancos. Ambos, comparten el eje común de despreciar a los otros en un rango que llega al exterminio, porque el odio es, precisamente, el deseo de aniquilar al otro, como dice Blake. 

La semana pasada circuló la noticia de Douglas Marks, quien disparó a dos turistas en Miami por no respetar la distancia necesaria para evitar el contagio. Hemos conocido diversas manifestaciones de rechazo a médicos y enfermeras que atienden pacientes de COVID por motivos de su trabajo y, por ello, son agredidos por sus vecinos. Sabemos de quienes repelen a los que no se cuidan lo suficiente, porque pueden ser agentes de la enfermedad.

En la misa del domingo, el sacerdote no inició la ceremonia religiosa hasta que saliera una persona que carecía de cubrebocas. La feligresía asintió la expulsión. 

Un nuevo odio está surgiendo en el mundo, un odio vinculado al COVID 19, el cual se expresa de diferentes maneras. Una de las pocas veces que fui a hacer compras durante la pandemia, una persona estornudó frente a las cebollas. Nos retiramos instantáneamente del lugar; un señor le gritó irresponsable y otras cosas más por estar en el supermercado contagiando a los demás. También, alguien fue a la gerencia, por lo que, en muy poco tiempo, la persona en cuestión estaba fuera de la tienda. Rápidamente el personal de limpieza retiró las cebollas del lugar de exhibición. 

Experimentamos diversos sentimientos ante estos hechos. Nadie queda incólume porque el miedo se convierte en sentimientos diferentes, quizá sentimientos que no habíamos experimentado. Temor, ansiedad, pánico se vuelven uno solo frente a una persona determinada quien se señala como objeto de rechazo. Temor, nerviosismo, incapacidad, terror a adquirir la enfermedad y trasmitirla, junto con la imposibilidad de hacer algo se va transfigurando en aversión-odio. 

Junto con la incertidumbre, el desasosiego, la falta de seguridad, la angustia, va surgiendo el resentimiento hacia quienes no se cuidan. Esa repulsión/odio no se convierte en una demanda política ante el Estado, sino en un sentimiento de incomodidad hacia nuestros iguales a quienes hacemos responsables del contagio. Es un odio horizontal.

¿Qué nombre le daremos a todo esto? No sabemos todavía, pero lo que sí sabemos es que descubrimos en nosotras y en quienes nos rodean, nuevos jaloneos sentimentales que se pueden convertir en odio. 

Los que contagian representan todo lo que no queremos ser y deseamos expulsar de nuestros entornos: se convierten en una nueva categoría lista para ser utilizada en procesos de discriminación. No podemos decir: seleccionemos a todos los contagiados, subámoslos a una nave y enviémosla a la mar, como La Nave de los Locos de El Bosco o encerrémoslos en lugares confinados como los leprosorios de otras épocas.  

Lo que sí hemos desarrollado es el miedo patológico porque ninguna medida de prevención es suficiente. Todo ello conduce a encerrarse en el yo, en la mismidad higienizada para conservar la pureza de la incontaminación. 

Esa actitud negativa, llevada al extremo, conduce al odio necesariamente. Se fundamenta en que todos los demás encarnan rasgos indeseables, mientras consideramos que nosotras somos las buenas, justas, higiénicas, observadoras de las normas. Se trata de un egoísmo blanco, un egoísmo higienizado que nos conforta ante nosotras mismas y que, simultáneamente, cierra las puertas a todos los demás. Nos consuela la conciencia de estar de parte del bien.

El odio se regocija cuando el enemigo muere, en la invocación de una justicia más allá de lo humano, una justicia vengadora que cumple los designios del odio. 

Veamos si estamos desaprovechando la ocasión para profundizar estos sentimientos humanos que nos atraviesan, que nos dicen que también nosotras, seres racionales, lúcidas, escolarizadas, inteligentes, podemos ser atravesadas por obsesiones y convertirnos en seres impulsivos, irracionales, carcelarias, sembradores de árboles venenosos como el de Blake. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, agosto 3 de 2020.

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