sábado, 22 de agosto de 2020

¿Esperamos milagros? El mundo (no del todo) desencantado

                                                                                                         El unicornio es un animal muy gracioso 

                                                                                                   que habita en la profundidad de los bosques.

-Eso dicen, Adso. Pero muchos se inclinan a pensar 

que se trata de una fábula inventada por los paganos.

 -¡Qué desilusión! Me habría hecho gracia 

encontrar alguno al atravesar un bosque. 

Si no, ¿qué gracia tendría atravesar el bosque?

 

Umberto Ecco. El nombre de la Rosa.

 

Ninguna de las grandes religiones actuales espera la solución del Covid 19 de parte de los dioses o de dios alguno. El cristianismo, el islam, el budismo, el hinduismo y la religión tradicional china, religiones que en conjunto cuentan con el 66% de la población mundial, tienen los ojos puestos en la ciencia como la solución a la pandemia mundial. Tampoco las religiones profesadas por pequeños grupos esperan soluciones fuera del alcance de la experimentación en laboratorios. Se calcula en más de cuatro mil las religiones vivas en el mundo, por lo tanto, estamos ante una diversidad de deidades que perviven en el imaginario humano.

 

Puede ser que sea la primera vez que la humanidad no clama a los cielos por soluciones de lo que acontece en la tierra. Ello no quiere decir que los dioses hayan desaparecido de las subjetividades individuales, de ninguna manera, sino que las religiones como instituciones no tienen la solución a un mal que ocurre en la tierra, por lo tanto, no pueden capitalizarla.

 

La desaparición del horizonte sagrado como ámbito de las soluciones a conflictos humanos es toda una novedad en la segunda década del siglo XXI. Puede ser que marque un hito en la historia de lo mítico humano, de los alcances civilizatorios, porque esa capacidad de solución se ha trasladado a la ciencia. ¿Qué tiene la ciencia para apropiarse de la esperanza? La religión y la ciencia han sido dos grandes visiones sobre el mundo que, en ocasiones, parecen contrapuestas, pero que comparten un eje común: prometen el bienestar: el paraíso sobre la tierra la ciencia o el paraíso después de la vida terrena, las religiones. 

 

La promesa de la religión se realiza a partir de las relaciones con lo sagrado, los rituales y la ética que de ello deriva; en tanto que la ciencia lo realiza a partir de conocer la naturaleza, donde un paso fundamental es establecer las leyes del propio conocimiento: cómo conocemos lo que conocemos. 

 

Tanto la religión como la ciencia son aproximaciones a la realidad. Fe y experiencia religiosa son la base del conocimiento religioso, en tanto que el conocimiento científico se basa en métodos, experimentación y teorías. Sin embargo, ni la religión está exenta de método ni la ciencia lo está de creencias. La ciencia es contextual, temporal, sintiente,  en tanto que las religiones tienen una exterioridad sobre el mundo, más allá de la vida espiritual.

 

La religiosidad contemporánea tiene anclas en la ciencia porque el espacio íntimo entre lo social y lo íntimo personal está mediado por el estar en la vida, lo cual se realiza a partir de la certeza en datos científicos con que vivimos todos los días. Los jerarcas de cualquier religión viajan en avión porque confían en leyes científicas que hacen posible que algo, más pesado que el aire, sea capaz de moverse y para ello no tienen que conocer las leyes de la física. Confían en ello quizá tanto como lo hacen en sus propios dioses. 

 

Lo contrario también es cierto, la cienticidad está atravesada por la creencia, en el vaivén entre objetividad exterior, subjetividad culturalmente situada e intimidad. Puede ser que no se crea en un dios específico (ningún dios es determinado ni específico ya que ello le quitaría el sentido de ser dios), sino que, en general, se tiene la humana condición de ser creyentes, aún cuando se sea creyente de los resultados de la propia ciencia o de principios que todavía no se descubren.

 

Hoy no se clama a los cielos para una solución del covid, por el contrario, se invierten grandes sumas de dólares en laboratorios ingleses, alemanes, argentinos. Las grandes corporaciones editoriales que tienen la capacidad de poner en circulación los resultados de los laboratorios, manejarlos y difundirlos se han convertido en el nuevo poder fáctico que emerge como un demonio de la obscuridad para manejar día a día los avances de las vacunas y con ello, direccionalizar la subjetividad de quienes habitamos el planeta, calificar gobiernos e introducirse en la cotidianidad de la vida. 

 

Al nuevo dios-ciencia, no se le quema incienso ni se le ofrece mirra. Las ofrendas que requiere se tasan en dólares y en euros. Por eso, solo los grandes millonarios pueden hacer las ofrendas, pasan por el ojo de la aguja.

 

Es cierto, no esperamos milagros, pero de alguna manera, los esperamos. O como dice Adso en El nombre de la Rosa, si no hay animales encantados dentro del bosque ¿qué sentido tiene atravesarlo? Si la ciencia no nos depara sorpresas ¿entonces, para qué transitarla? También la ciencia espera lo imprevisible: el hallazgo, el unicornio encantado que iluminará este tramo de bosque. 

 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, agosto 17 de 2020.

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