En México, el feminismo incomoda más
que los feminicidios
Pancarta en marcha del 8 de marzo
El sujeto social y político del feminismo somos las mujeres. Eso ha quedado claro a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Las marchas feministas alrededor del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer y del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, han sido momentos donde las mujeres nos reconocemos en una sola voz con múltiples demandas.
Las marchas toman las calles para nombrar las relaciones de dominación que atraviesan a las mujeres en la sociedad patriarcal. Han roto el silencio en que se tenía a las mujeres; ese griterío establece las premisas fundamentales de la lucha de las mujeres: visibiliza las brechas de género y, sobre todo, construye un nosotras que antes no existía.
Las marchas también muestran el enojo ante las complicidades de los hombres para mantener el sistema de privilegios; no obstante, las denuncias sobre ello, los avances de los derechos humanos y las exigencias de justicia.
Las marchas construyen un sujeto colectivo desde pequeñas localidades hasta las metrópolis globalizadas. El griterío de las mujeres atraviesa el mundo a través de las redes sociales, de las plazas pintadas de violeta, de las pancartas con que cada una lleva una consigna.
Es cierto, las marchas nos han puesto de pie ante un sistema que nos definía como separadas unas de las otras, enfrentadas, enemigas, rivales. A través de la acción colectiva hemos sido capaces de elaborar agendas feministas, de exigirlas, de llevarlas a cabo. A través del reconocimiento de nosotras como el nuevo sujeto político de las sociedades democráticas, hemos avanzado para cambiar las condiciones en que estamos.
Las marchas abren el momento histórico del reconocimiento. Ahí estamos las feministas que empezamos en el siglo pasado y las jóvenes que reclaman derecho, igualdad, vidas libres de violencia, acceso a la justicia y dejar de ser vistas como cuerpos apropiables. Ahí están las académicas, las cineastas, las trabajadoras, las políticas, las artistas: todas en medio de la exigencia de otra forma de vivir, de participar en la vida pública, pero también, de relacionarnos y de construir maternidades y conyugalidades no sacrificiales.
Las protestas feministas se instalan en el no; en el alto a lo que existe para que pueda dar lugar a nuevas formas de relaciones. Aunque son marchas que dicen lo que no queremos las mujeres, realmente son formas de afirmar la vida de otras maneras: imaginar otros mundos y caminar hacia ellos.
Las marchas abren el momento de la rebelión, pero no tendrían efecto si se agotan en sí mismas. A partir de las protestas masivas se han abierto líneas de escritura, de documentación sobre injusticias y desigualdades, tanto del yo individual como del nosotras colectivo. El yo de las mujeres individuales y colectivas está en la literatura y en la historia, la antropología, el cine. Está en la voz de las mujeres científicas.
Aquí aparecen las mujeres como sujetas en contextos específicos, con historias precisas. No se trata solo de enunciar demandas generales o globales en las marchas; se trata de ponerle cara, nombre y apellido a las diversas situaciones de violencia e injusticia en que se vive; determinar las brechas de género; enunciar los déficits de políticas de igualdad; revelar las dificultades para acceder a la justicia.
Un ejemplo de ello es la revelación de la generalidad del acoso como una verdad silenciada referida a la estructura de las relaciones de poder. Porque el acoso contra las mujeres ha sido una actitud permitida, solapada y celebrada entre los hombres en las universidades, en la cultura, en el cine, en las empresas, en el deporte, en la política, en las iglesias.
La revelación del acoso como una práctica de hombres depredadores ha hecho caer el hálito de prestigio de los hombres con poder porque son conductas develadas como abuso sexual. La supuesta cortesía del caballero que permitía seducir a las jóvenes, se ha revelado como violación.
Ha sido necesaria la insurrección de las mujeres a través de las marchas, del movimiento colectivo para vislumbrar otro lugar para las mujeres; el reconocimiento de su voz como legítima; de sus deseos como existentes y válidos. Para que empecemos a documentar el lugar de subordinación, opresión y falta de poder en que estamos y, sobre todo, encontrar un lenguaje propio en el cual enunciemos los mundos que queremos.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 28 de febrero de 2024.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx