Pon los muros que quieras
esta libertad ya no nos la vas a quitar
Marcela Lecuona. Marzo 2021
Hacer preguntas permite abrir el horizonte desde el cual pensamos para dar paso a lo nuevo. Por eso me pregunto si las mujeres podemos dejar de ser las guardianas del patriarcado o por qué somos patriarcales. La respuesta puede ser muy sencilla: desde que nacemos tenemos una inmersión en el patriarcado, no puede ser de otra manera. Somos educadas en un sistema social basado en la superioridad de los hombres sobre las mujeres y la naturaleza; los hombres tienen privilegios y las mujeres son confinadas a la inferioridad, a trabajos subordinados; los hombres y sus intereses son el centro y su poder es ilimitado. Las mujeres asumimos los valores designados para las mujeres y en ellos, nos debemos acomodar.
En algún momento inicia la inconformidad. Basta con reflexionar un poco sobre nuestras experiencias o en la vida de las mujeres que hemos conocido para empezar el desprendimiento progresivo de esos valores como centrales en la vida de las mujeres. Son las experiencias empíricas las que surgen como meteoritos que nos vuelan la cabeza. Después llegan las reflexiones de las académicas, las proclamas de las activistas; pero algo ahí, se movió de lugar.
Recién terminé la carrera de derecho cuando atendí el caso de una niña de catorce años violada por un señor de 52. La recuerdo muy infantil, delgada, proviente de un ejido de la cercanía de Tepic. Los padres no podían dar crédito a lo que ocurrió porque el señor era su compadre. El padre y madre de la muchacha decidieron denunciarlo. En ese entonces, en los años 70´s, logramos que la niña fuera alojada en el “Buen Pastor”, un lugar atendido por monjas para muchachas huérfanas.
El violador alegaba su derecho a casarse con ella, puesto que la ley decía que “cuando el delincuente se case con la mujer ofendida, cesará toda acción para perseguirlo” (art. 263, Código Penal, 1931). Era un delito que se perseguía a petición de parte por lo que explicamos a los padres de la niña la necesidad de no otorgar el perdón, ni dar el consentimiento para que casaran a la niña con su violador. Los padres se mantuvieron firmes en su demanda, no obstante las distintas presiones que tuvieron que soportar.
Así inicia la incomodidad con las disposiciones patriarcales. Casarse con la niña hubiera sido legal, pero injusto para la niña. En esa línea tan frágil es cuando empezamos a dudar de lo justo de las disposiciones legales. Empezamos a darnos cuenta del poder de los hombres para mantener todos sus privilegios, incluidos los de machos violadores.
Basta con que veamos los asuntos desde el lado de las mujeres para entender las finas telarañas en las que estamos atrapadas. Los más de dos mil años de reflexiones filosóficas, políticas, morales, desde los varones, su comodidad, sus intereses, sus deseos; las religiones monoteístas o politeístas con sus dioses devoradores de vidas, de doncellas; ansiosos de tributos, de tesoros; delirantes de guerras y batallas han tejido una filigrana sobre las mujeres donde debemos acomodar nuestra vida.
¿Es posible que hoy las mujeres encuentren un modo de salirse de esas determinaciones, dar pasos hacia otras luces, a otros significados? ¿Es posible que las mujeres no sean patriarcales?
Es posible. De las conversaciones con las amigas, colegas, estudiantes, resaltan las heridas y las marcas. Las culpas por sentirse incómodas, por no encontrar el lugar paradisíaco prometido por el anillo de bodas o el arrullo de la cuna.
Las voces íntimas se cruzan con las reflexiones de las mujeres que han teorizado, han demandado, han traspasado fronteras. Ellas cuestionaron el mundo que heredaron; hoy nos toca a nosotras posicionarnos frente al patriarcado. Es cierto, no se puede cambiar todo por el mero deseo de cambiar, pero sí podemos contribuir a desmantelar las estructuras de dominio, en un acto individual de quienes hemos decidido dejar de ser aquello que nos obligaron a ser; transformar las subjetividades personales, denunciar las leyes injustas; pero, sobre todo, en un acto colectivo de acompañarnos las que nos vamos encontrando en este mismo camino.
No se puede ser feminista si no tenemos ese momento donde la herida de la otra es mi propia herida. Donde empatizamos con la niña violada y entonces colectivizamos el dolor, colectivizamos los daños. Somos empáticas cuando nos abrimos a reconocer ese lugar que nos lastima, que nos incomoda, aunque le haya ocurrido a ella o a otra.
A partir de los reclamos de grupos de mujeres, se modificó el artículo del código penal que permitía el matrimonio con menores como manera de evitar las sanciones por el delito de estupro. La ley mostraba su cara más dura contra las mujeres, pero cuando éstas empezaron a ingresar a las escuelas de derecho, inició el camino para desmantelar estos crueles controles, por mí, por ti, por todas.
Hay un abismo entre ser mujeres socializadas en el patriarcado y otra, defender los valores patriarcales.
Otras, las de antes, han dado pasos para salirse de él, han creado teorías y han tomado plazas. Por ello sí podemos seguir haciendo otro camino.
Termino con el siguiente poema:
Tuve un marido que al llegar a casa lo mismo le lustraba el cráneo que las botas.
Las necesitaba brillantes para que al día siguiente luciera en sus ceremonias.
A veces veía briznas de polvo sobre su cabeza y algunas ideas en los zapatos.
Yo era la que estaba a su lado con la casa tibia o en el restaurant, en la obviedad de la cuchara. Era la disponible.
Veía por la ventana cuando él la abría y salía de paseo a su lado con todo y correa.
No supe por qué me cansé. Un día vi una muchacha con su cartera roja e imaginé la sensación de libertad.
Dos días después la encontraron muerta en el cañaveral.
Entonces me fui. Moví la losa de mi tumba y me fui hacia la salida desconocida.
Devolví al mar las conchas que recogí durante el verano, para no dejar deudas, para no volver.
También tiré el cepillo de lustrar.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 12 de abril de 2025.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx