sábado, 1 de febrero de 2025

Legal

Hay una distancia irreductible 

entre el discurso del derecho

 y el de la experiencia.

Y la experiencia del aborto

dice que el cuerpo no cabe en el derecho

 

Laura Klein

 

Cuando estaba en la Preparatoria una de nuestras compañeras murió por un aborto mal practicado en algún lugar de la ciudad donde cursé esos estudios. Era Tepic, Nayarit en 1970.

 

Esa muerte nos despertó a una realidad alejada del romanticismo de las relaciones de pareja. Supimos la crueldad de los mandatos cifrados sobre el cuerpo de las mujeres, aunque en ese momento no pudiéramos pensarlo de esa manera. Solo teníamos la impresión de que esa muerte no debió ocurrir. Vimos a sus padres doblarse de dolor cuando la llevamos a enterrar.

 

Después, en la licenciatura, tres compañeras quedaron estériles por abortos mal practicados. Por cierto, dos de los embarazos fueron de profesores, que, en ese tiempo, impunemente burlaban a las muchachas, sobre todo, a las que venían del ámbito rural y carecían de redes de apoyo en la ciudad. Ellos siguieron campantes con sus vidas honorables, mientras ellas se enfrentaban a realidades inhóspitas, a la crueldad de ver sus cuerpos transformados y sus destinos, fracturados.

 

Después las vi en sus vidas: intentando adoptar criaturas; alguna fue rechazada por el esposo cuando supo que no tendría descendencia; otra permaneció soltera. Doy cuenta de estas compañeras porque seguimos siendo amigas en la vida adulta. Para los hombres que las embarazaron solo fue una aventura, una prueba de la masculinidad depredadora que presumían ante otros como ellos. Nunca les importaron las jóvenes estudiantes cuyas vidas habían marcado.

 

Ese es el dolor que me atraviesa cuando escucho la palabra aborto. El dolor de mis amigas y el mío propio.

 

Ahora, el Congreso del Estado ha despenalizado el aborto en acatamiento a la disposición de la Suprema Corte, que considera la penalización del aborto en la legislación nayarita como una contradicción a la Constitución General.

 

Con este cambio, las mujeres que deciden abortan o que tengan que abortar tendrán derecho a un aborto en clínicas del sector salud, desde luego con el protocolo correspondiente.

 

Detrás está la lucha de gran cantidad de mujeres en todo el mundo, en las grandes ciudades y en las pequeñas. Están las activistas por el derecho de la vida de las mujeres, de que sus decisiones sean tomadas en cuenta, de que sus cuerpos son de ellas, no de las iglesias ni de los estados; no de las morales ni de los códigos de honor. Está el enfrentamiento con grupos conservadores y tradicionales que quieren inamovible el lugar de las mujeres en la sociedad. Está la argumentación contra la maternidad como destino fatal.

 

Por el contrario, quienes están a favor del aborto seguro y legal estamos por el derecho a la maternidad, no por la obligación fatal de la maternidad. Reconocemos el derecho de las mujeres a tener o no hijos. A espaciarlos el tiempo que deseen, a tenerlos en otras condiciones de crianza.

 

El aborto seguro es un derecho de las mujeres. Ahora lo pensamos así, como un derecho. Sale de un acto que ocurre en la clandestinidad para ser parte del andamiaje de derechos que les corresponden a las mujeres. Lo pensamos como un derecho de las mujeres porque, obviamente, los hombres no lucharon por ese derecho para ellos. Es un derecho exclusivo de las mujeres, que, sin duda, abre la posibilidad de pensar en otros derechos.

 

Después, en la ciudad de México, supe de la existencia de procesos de “extracción de regla retenida”, lo que se podía realizar casi en las primeras semanas de retraso de la menstruación. En Nueva York, en la década de los ochenta, las clínicas para abortar se anunciaban en el metro al lado de los espectáculos musicales de Broadway, al igual que en diversos países europeos.

 

Las mujeres han conservado recetas para abortar, las conocían las madres y las abuelas. “No comas caldo de frijoles a medio cocer cuando estés embarazada porque se te saldrá el niño, decía la abuela”. Las hierbas para calentar el vientre o para enfriarlo, eran conocidas por las sanadoras de las comunidades. Entre los pueblos indígenas, me enteré de curaciones para no tener hijos cuando no se querían tener. La lista puede ser larga porque las mujeres aprendieron a identificar qué les podía evitar un embarazo o abortar el producto si no se quería tener. El conocimiento fue legado de mujeres a mujeres como un secreto guardado.

 

El aborto hoy es legal en gran parte del país. Nayarit es la entidad número 20 que lo despenaliza. Falta, desde luego, la publicación en el Periódico Oficial, así como la generación de políticas de salud para llevarlos a cabo en procesos seguros. Sobre todo, falta el cambio de mentalidad en el sentido de respetar la decisión de las mujeres que deciden abortar. Por ejemplo, el personal de salud debe guiarse por el respeto a derechos en su práctica profesional y no guiarse por creencias religiosas y morales. Ese cambio es el necesario para garantizar el cumplimiento de las leyes.

 

Y no, nunca fui a los homenajes que se hicieron a esos profesores cuando se jubilaron. Algunos ya murieron, pero creo que todavía los desprecio.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 1 de febrero de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

 

domingo, 26 de enero de 2025

Endulzamientos

¿Qué sueño es tan hermoso?

¿Qué recuerdo brilla con tal fulgor?

 

Date prisa y sigue tu camino

 

Han Kang

 

En el poste de la esquina de mi casa pegaron un letrero anunciando lectura de cartas del Tarot. Entre los servicios que se ofrecen está Limpias, Amarres y Endulzamientos. No me atrevo a llamar al número señalado para preguntar en qué consisten los endulzamientos. Las limpias supongo que son una serie de conjuros para eliminar las malas vibras, los conjuros negativos, las maldiciones. Los amarres suenan a volver a unir lo que está desunido en asuntos de amor, de afectos. ¿Pero, los endulzamientos? No tengo idea a qué se puedan referir.

 

Tal vez se trate de agregar dulzor a la existencia cotidiana, en el supuesto de que no lo tenga. Como dice Emily Dickinson, se trata de habitar una casa más hermosa que la prosa; más numerosa en ventanas, donde entre más luz. Tener, por techo, las cimbras del cielo; recibir los más bellos visitantes y extender abiertas las manos para recoger el paraíso, como ocupación.

 

Veo a mi vecina en su diario trajinar. Todos los días baja a la misma hora para pasear a su perra, que, en estas épocas de invierno, es arropada con una pequeña capa que le da un aire de superheroína. La perra pasea al lado de la vecina en una perfecta compañía donde ninguna de las dos articula ningún sonido. Puede ser que este momento sea el endulzamiento de mi vecina, porque un rato más, encerrará a la perrita para dirigirse a su trabajo en algún punto de la ciudad. Entonces, empieza el caminar de prisa; el voltear a un lado y otro en el cruce de la calle para, precavida, conservar el equilibrio entre los automóviles que también se dirigen de un lugar a otro, sin que los conductores adivinen el edén que vivió al lado del ser viviente que asoma en la ventana.

 

Por la tarde, en el instante que no se olvida, las nubes tienden a tornarse rosas y violetas. Dura una insignificancia ese tono envuelto en la luz de los atardeceres que será devuelto al día siguiente en el temprano amanecer. Es un instante vacío de tiempo, rechazado por los relojes incapaces de medir el arrobamiento del cielo. Ahí, desalojada de recuerdos solo puedo mirar las tonalidades que cambian detrás del cerro de San Juan, en la otra ladera donde sé que respira el mar. Un momento después, las nubes rosas desaparecen, para con ese resplandor, vislumbrar la aparición de la luna.

 

Puede ser que los endulzamientos nos acurruquen en la cueva iluminada para regalar mariposas a ancianas extraviados en sus recuerdos. Laten cerca de nosotras las semillas donde palpita la fecundidad del mundo. Entramos a ese palpitar como al resplandor de las niñas recién nacidas, cuyas manos se cierran sobre la piel de la madre, atrapan el pezón, en el afán de encontrar a qué asirse.

 

 

En el endulzamiento podemos tropezar con piedras al azar y seguir. Todavía está la luz. Aún veo la iridiscencia de las nubes, el titilar de las estrellas; aún siento el ciego viaje que corre por mis venas. Es el endulzamiento de la vida que se anuncia cuando te ves en el espejo, cuando envías mensajes y sonríes. Cuando, llena de ti, añoras el último abrazo donde no había angustias.

 

Aquello que pasó fugitivamente, al ser mirado, apenas se dejó esbozar por una luz demasiado grande que, en su grandeza, la anula. Quedó ahí como la infancia que te ampara del viento, de la resequedad. Vuelven las melodías viejas a recordarte las otras edades cuando no nos cuidábamos del amor y el abrazo era la algarabía.

 

Por un segundo de vida breve, el endulzamiento nos acoge. Es el instante cuando saltamos de estrella en estrella con la piel dorada de las iluminadas. Cuando termina, cuando cesa el momento, tendré que volver al estruendo del odio de Trump, al pavor de las muchachas desaparecidas, a las heladas de los caminos.

 

Tal vez los endulzamientos permitan no mirar los sitios donde mueren las golondrinas; donde niñas y niños son atrapado por lo desconocido para entrar a destinos que no les correspondían.

 

Quizá mañana marque el número donde anuncian el endulzamiento y del otro lado de la línea alguien señale el silencio de las rosas.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 24 de enero de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

viernes, 17 de enero de 2025

El síndrome de levedad del primer cuarto de siglo

Para hacer esta muralla 

tráiganme todas las manos:
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.

Ay,
una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte.

 

Nicolás Guillén

 

Estamos llegando al primer cuarto del siglo XXI cuando el mundo es atravesado por el síndrome de levedad (Maruan Soto Antaki). Yo lo interpreto como un síndrome que consiste en que todo es tomado a la ligera, así sea las desapariciones de personas, las guerras en diversas partes del mundo, las catástrofes ambientalistas, las migraciones, el populismo de derecha o el trasplante de pulmones. ¿Cuándo perdimos, como humanidad la capacidad de asombro y de indignación? ¿dónde quedaron las acciones colectivas para construir sociedades justas?

 

Mientras esto escribo veo las filas ante un restaurant cerca de casa. Me pregunto si en la comida de los domingos los integrantes de las familias hablarán de alguno de estos temas, aunque es claro que no. Si acaso, se referirán al incendio que ocurre en California centrado en la devastación de las casas de gente famosa. La música se escucha y aunque no siempre reconozco las canciones, sé que se trata de festejos alrededor de comida y bebida. Ese paréntesis de los domingos donde la cerveza se vuelve homenaje.

 

¿En dónde hablamos de los temas que nos preocupan como sociedad? No, ciertamente en familia; tampoco en los ámbitos laborales puesto que el tiempo del trabajo está cooptado por las lógicas propias de los ambientes laborales. En las redes sociales los temas se abordan de manera fragmentaria, dependiendo del interés que cada quien tenga en tal o cual problemática. Más bien, las redes sociales están enfocadas a mostrar al yo de cada quien, ya sea en las minucias de la vida cotidiana o en lo que se quiere exhibir ante los demás; sus afectos, su turismo, sus festejos, sus preferencias.

 

Entonces, carecemos de comunidad en la cual reflexionar colectivamente lo que duele a la sociedad. Por eso, el síndrome de levedad conduce a abordar los sucesos de pasada, sin profundizar en lo que puede significar para la vida en conjunto y, mucho menos para la vida de cada quien.

 

El síndrome de levedad consiste en darle un instante de atención a los sucesos, sabiendo que detrás de este, vendrá otro de mayores proporciones. Nuestra atención está preparada para desechar la información que acaba de pasar para esperar una nueva que vendrá a suplir la anterior y a mostrarnos algo más más escandaloso, de mayor estruendo, más cruel o banal. En cualquier caso, solo merecerá un instante de atención para ser desechado, arrojado al tiempo del olvido. Somos consumidores de espectáculos: siempre estamos esperando el siguiente. Como tales, cambiamos de canal o de página de la web.

 

Perdemos humanidad con cada nueva tragedia que ocurre en el mundo. Retrocedemos en sensibilidad con la mera visualización de las catástrofes, en tanto, no están en nuestra cercanía. Hemos dejado de tener empatía con las personas lejanas o tal vez nunca la tuvimos. Tal vez esa idea de sentirnos humanidad con todos y todas haya sido solamente una canción de la década de los setenta, una idea de una generación que está muriendo con ella.

 

¿Será posible que encontremos otra manera de relacionarnos con los otros y otras que no sea a través de categorías? ¿Dejar de vernos como migrantes, hondureños, mujeres, negras, extranjeras, ancianas, para recuperar el hecho de ser personas? En el amor eso ocurre, tratamos de encontrar en el otro, en la otra, una forma de ver el mundo de otra manera. De atisbar la profundidad de cada quien que el otro me revela y me contiene y en ello, nos reinventamos humanos. ¿Podremos hacerlo de manera colectiva?

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 16 de enero de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx