sábado, 12 de abril de 2025

¿Pueden las mujeres no ser patriarcales?

Pon los muros que quieras 

esta libertad ya no nos la vas a quitar

 

Marcela Lecuona. Marzo 2021

 

 Hacer preguntas permite abrir el horizonte desde el cual pensamos para dar paso a lo nuevo. Por eso me pregunto si las mujeres podemos dejar de ser las guardianas del patriarcado o por qué somos patriarcales. La respuesta puede ser muy sencilla: desde que nacemos tenemos una inmersión en el patriarcado, no puede ser de otra manera. Somos educadas en un sistema social basado en la superioridad de los hombres sobre las mujeres y la naturaleza; los hombres tienen privilegios y las mujeres son confinadas a la inferioridad, a trabajos subordinados; los hombres y sus intereses son el centro y su poder es ilimitado. Las mujeres asumimos los valores designados para las mujeres y en ellos, nos debemos acomodar.

 

En algún momento inicia la inconformidad. Basta con reflexionar un poco sobre nuestras experiencias o en la vida de las mujeres que hemos conocido para empezar el desprendimiento progresivo de esos valores como centrales en la vida de las mujeres. Son las experiencias empíricas las que surgen como meteoritos que nos vuelan la cabeza. Después llegan las reflexiones de las académicas, las proclamas de las activistas; pero algo ahí, se movió de lugar.

 

Recién terminé la carrera de derecho cuando atendí el caso de una niña de catorce años violada por un señor de 52. La recuerdo muy infantil, delgada, proviente de un ejido de la cercanía de Tepic. Los padres no podían dar crédito a lo que ocurrió porque el señor era su compadre. El padre y madre de la muchacha decidieron denunciarlo. En ese entonces, en los años 70´s, logramos que la niña fuera alojada en el “Buen Pastor”, un lugar atendido por monjas para muchachas huérfanas.

 

El violador alegaba su derecho a casarse con ella, puesto que la ley decía que “cuando el delincuente se case con la mujer ofendida, cesará toda acción para perseguirlo” (art. 263, Código Penal, 1931). Era un delito que se perseguía a petición de parte por lo que explicamos a los padres de la niña la necesidad de no otorgar el perdón, ni dar el consentimiento para que casaran a la niña con su violador. Los padres se mantuvieron firmes en su demanda, no obstante las distintas presiones que tuvieron que soportar.

 

Así inicia la incomodidad con las disposiciones patriarcales. Casarse con la niña hubiera sido legal, pero injusto para la niña. En esa línea tan frágil es cuando empezamos a dudar de lo justo de las disposiciones legales. Empezamos a darnos cuenta del poder de los hombres para mantener todos sus privilegios, incluidos los de machos violadores.

 

Basta con que veamos los asuntos desde el lado de las mujeres para entender las finas telarañas en las que estamos atrapadas. Los más de dos mil años de reflexiones filosóficas, políticas, morales, desde los varones, su comodidad, sus intereses, sus deseos; las religiones monoteístas o politeístas con sus dioses devoradores de vidas, de doncellas; ansiosos de tributos, de tesoros; delirantes de guerras y batallas han tejido una filigrana sobre las mujeres donde debemos acomodar nuestra vida.

 

¿Es posible que hoy las mujeres encuentren un modo de salirse de esas determinaciones, dar pasos hacia otras luces, a otros significados? ¿Es posible que las mujeres no sean patriarcales?

 

Es posible. De las conversaciones con las amigas, colegas, estudiantes, resaltan las heridas y las marcas. Las culpas por sentirse incómodas, por no encontrar el lugar paradisíaco prometido por el anillo de bodas o el arrullo de la cuna.

 

Las voces íntimas se cruzan con las reflexiones de las mujeres que han teorizado, han demandado, han traspasado fronteras. Ellas cuestionaron el mundo que heredaron; hoy nos toca a nosotras posicionarnos frente al patriarcado. Es cierto, no se puede cambiar todo por el mero deseo de cambiar, pero sí podemos contribuir a desmantelar las estructuras de dominio, en un acto individual de quienes hemos decidido dejar de ser aquello que nos obligaron a ser; transformar las subjetividades personales, denunciar las leyes injustas; pero, sobre todo, en un acto colectivo de acompañarnos las que nos vamos encontrando en este mismo camino.

 

No se puede ser feminista si no tenemos ese momento donde la herida de la otra es mi propia herida. Donde empatizamos con la niña violada y entonces colectivizamos el dolor, colectivizamos los daños. Somos empáticas cuando nos abrimos a reconocer ese lugar que nos lastima, que nos incomoda, aunque le haya ocurrido a ella o a otra.

 

A partir de los reclamos de grupos de mujeres, se modificó el artículo del código penal que permitía el matrimonio con menores como manera de evitar las sanciones por el delito de estupro. La ley mostraba su cara más dura contra las mujeres, pero cuando éstas empezaron a ingresar a las escuelas de derecho, inició el camino para desmantelar estos crueles controles, por mí, por ti, por todas.

 

Hay un abismo entre ser mujeres socializadas en el patriarcado y otra, defender los valores patriarcales.

 

Otras, las de antes, han dado pasos para salirse de él, han creado teorías y han tomado plazas. Por ello sí podemos seguir haciendo otro camino.

 

Termino con el siguiente poema:

 

Tuve un marido que al llegar a casa lo mismo le lustraba el cráneo que las botas.

Las necesitaba brillantes para que al día siguiente luciera en sus ceremonias.

 

A veces veía briznas de polvo sobre su cabeza y algunas ideas en los zapatos.

 

Yo era la que estaba a su lado con la casa tibia o en el restaurant, en la obviedad de la cuchara. Era la disponible.

 

Veía por la ventana cuando él la abría y salía de paseo a su lado con todo y correa.

 

No supe por qué me cansé. Un día vi una muchacha con su cartera roja e imaginé la sensación de libertad.

 

Dos días después la encontraron muerta en el cañaveral.

 

Entonces me fui. Moví la losa de mi tumba y me fui hacia la salida desconocida.

 

Devolví al mar las conchas que recogí durante el verano, para no dejar deudas, para no volver.

 

También tiré el cepillo de lustrar.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 12 de abril de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

sábado, 5 de abril de 2025

La ira masculina asesina mujeres (y también la no ira)

¿Cuándo los hombres violentos

 se harán cargo de su ira?

Decimos “Ni una más” porque no queremos ni una mujer más asesinada; ni una mujer más violentada; ni una más una mujer escondida por miedo a su pareja, a su hermano, a su padre, a su amigo. En tan solo diez días de marzo fueron asesinadas cuatro mujeres en Nayarit. En tan solo tres meses de este año 2025 llevamos la cifra de nueve mujeres asesinadas.

 

Tan solo en 2023, alrededor de 51,100 mujeres y niñas fueron asesinadas, en donde el 60% fue realizado por parejas íntimas o integrantes de la familia (datos de ONU Mujeres “Informe Feminicidios 2023”).

 

Ninguna ley impidió estos asesinatos; ninguna educación elemental o superior impidió que el que dijo quererla, el que está en la cercanía fuera quien ultimara su vida. Hoy en nueve hogares falta una mujer donde hijos e hijas no podrán volver a pronunciar la palabra madre; les fue arrebatado ese cariño, esa posibilidad por la violencia feminicida.

 

¿Hasta cuándo las instituciones del Estado seguirán siendo ineficaces para atender esta problemática? ¿hasta cuándo llegarán a tiempo ante los llamados de auxilio? ¿dónde deben empezar las acciones para que esta ira de lo masculino que no se controla pueda tener diques para evitar matar a la mujer? ¿hasta cuando se ocuparán de esta ira masculina como un problema social?

 

Hemos visto que la ira masculina, el coraje, no es un asunto de cada hombre. Es cierto, cada hombre tiene que hacerse cargo de sus emociones, de su propia violencia, de su propia ira, pero en este momento se trata de un problema social, al cual no se puede ser indiferente. Tampoco se puede seguir diciendo que el problema es de las mujeres, de mujeres frágiles, de mujeres temerosas, de mujeres que no tienen redes de apoyo. Todo eso puede ocurrir, pero también ocurre que es la violencia masculina, la ira masculina la que no puede ser controlada por los hombres, quizá porque no se ha educado a los hombres para el control de su propia violencia. Al contrario, se les educa para arrebatar; para hacer su voluntad, para expresar ira como signo de masculinidad.

 

La ira es una emoción permitida a los hombres; se le asocia a la masculinidad porque se piensa que un hombre debe ser agresivo ya que un hombre pacífico corre el riesgo de acercarse a la pasividad asignada a las mujeres.

 

Incluso, la ira, es signo de tener carácter; de ser hombre fuerte.

 

¿Dónde se educa a los hombres para que contengan su ira? ¿cuáles son los principales procesos para que esta ira no se desate en un momento crucial de tal manera que la única solución sea matar a las mujeres?

 

Los hombres están perdiendo un lugar protagónico en la vida de las mujeres. Están siendo descentrados de la vida familiar, pero también de la vida social y política; de la vida artística y creativa.  Los hombres están siendo descolocados de la centralidad de la sociedad, de la política, de la historia, de la literatura.

 

Cada vez más mujeres pueden construir un proyecto de vida y de futuro sin que un hombre sea el centro.

 

Porque hoy se educa a las mujeres para su propio proyecto de vida es el momento de crear nuevas relaciones entre mujeres y hombres que no sean las tradicionales de dependencia y subordinación. Hoy que las mujeres tenemos derechos, podemos elegir en qué relaciones nos quedamos y, desde luego, preferimos las relaciones pacíficas.

 

El sexismo es la mayor forma de discriminación porque termina en asesinatos, de una por una mujer; de manera sistemática o masiva. Los perpetradores son integrantes de la familia, son alguien de la proximidad de las mujeres o son integrantes de bandas criminales. Las series policiacas han normalizado la idea de los cuerpos de mujeres como cuerpos exhibibles, puesto que, en el 80% de las series policiacas, las asesinadas son mujeres. Ocurre una normalización desde las pantallas hasta la vida cotidiana y de nueva cuenta, vuelta a la pantalla.

 

Los feminicidios son un llamado a la espectacularidad de los hombres para volver a ser el centro: los cuerpos de las mujeres son exhibidos en todo el desprecio que porta el feminicidio.

 

Nos acostumbramos a la exhibición de los cuerpos de mujeres muertas como entretenimiento. Un pervertido entretenimiento que nos convierte en testigos de la patología de violadores, abusadores, asesinos. El crimen contra mujeres se ha convertido en una atracción puesto que combina el morbo con el peligro. Las series son exitosas por las ilimitadas posibilidades de crímenes.

 

En la vida real son tragedias, no entretenciones morbosas.

 

Las mujeres, ahora pueden decir no a una relación sentimental, pero esa negación se convierte en un riesgo de terminar muerta. El no de las mujeres puede provocar la ira masculina desatada en corto o la racionalización de la venganza planeada. En el lugar donde vivo, algunos feminicidios han sido perfectamente planeados ya que el asesino conoce las rutinas de la víctima; la espera en lugares previstos; la acecha cuando se da cuenta del rechazo definitivo. Entonces, está ahí para matarla.

 

En la antigua Grecia la palabra ira significaba furor o cólera que mata. Se pensaba que el dios de la ira se posesionaba de una persona, por lo que ésta no era responsable de lo que hacía. Su ofuscación era señal de que estaba poseído por el dios y, por lo tanto, no era responsable de lo que hacía bajo el influjo de la ira. Quizá por ello, en los códigos penales mexicanos, hasta hace muy poco se llegó a considerar a los celos como atenuante equiparable a arrebato u obcecación.

 

No solo es la ira la emoción que empuja a los hombres a matar a las mujeres. También lo es la venganza y el resentimiento.

 

Las mujeres somos castigadas en cada mujer que es asesinada. Las niñas ven mermando su futuro porque crecen sabiendo que el hogar no es seguro, que el amor no es seguro; que quien dice que las va a proteger, no lo hace.

 

Hoy hacemos un llamado porque en Nayarit, los feminicidios son una epidemia Necesitamos que las universidades, las escuelas, las iglesias, las organizaciones sociales nos avoquemos a buscar soluciones, múltiples soluciones. Soluciones del lado de los hombres, que aprendan a manejar sus frustraciones y sus derrotas. Que se hagan responsables de sus actos.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 5 de abril de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx