El amor
tiene un triunfo y la muerte tiene otro,
el tiempo y
el tiempo de después.
Nosotros no
tenemos ninguno.
A nuestro
alrededor sólo hundirse de astros.
Destellos y
silencio.
Más la canción
por encima del polvo después
va a
superarnos.
Ingeborn Bachmann (2001)
Estoy
aquí a la orilla de una montaña donde empieza el mar. El tiempo se termina
cuando a nuestro alrededor asistimos a la catástrofe de todos los días donde el
horror de un día da lugar al horror del día siguiente. Asistimos al final de la
modernidad en tanto la posmodernidad es un concepto gelatinoso que no termina
de penetrar en las sociedades donde las mujeres son asesinadas en sus propios
hogares.
El
tiempo de la insostenibilidad no es solo el regreso a formas primitivas de
vida, sino al agotamiento de la civilización basada en el progreso sin límite.
Hoy terminan las narrativas con que se pensó el progreso para siempre, la
historia lineal, pero también se termina el agua, el aire limpio, se extinguen
las especies animales, se termina el amor en el primer divorcio. Hemos
clausurado, incluso, el futuro.
Somos
pequeñas ante las consecuencias de las acciones humanas que hemos realizado.
Sin control de las tecnologías, sin manera de hacer inevitable Auschwicht, el
poder desmesurado desatado en el progreso sin límite, también nos ha hecho
precarias. Después de la modernidad no viene la posmodernidad sino el final del
túnel donde la única luz que se ve es el de las luces artificiales que
clausuran el futuro.
La
producción de la muerte, esa excepción de los Estados de bienestar, hoy ha pasado
a ser la normalidad. Los asesinatos colectivos de migrantes, las balaceras de
Sinaloa, los feminicidios, las desapariciones masivas, las pobrezas, muestran
el rostro de la política. De la concepción del Estado como gestión de la vida
hemos pasado al Estado como creación de la muerte.
Quizá
por eso lo que vemos en la política sea solamente política del rescate. Rescate
de los más pobres, de los más desolados, para que simplemente conserven la vida
aunque la vida no contenga la posibilidad de expandirse, de convertirse en vida
vivible. Es rescatar una vida sin futuro renunciando al proyecto colectivo del
cambio social, ese que se anunciaba como progreso que en algún momento
alcanzaría para todos y todas.
Hoy
la palabra más pronunciada es la de cuidado. Desde el mesero que al salir del
restaurant dice “cuídese, señora”, a modo de despedida, hasta los avisos de
cuidado que están en las empresas y en las instituciones, pasando por las
recomendaciones de las abuelitas. Las llamadas de teléfono de amigas y
familiares terminan casi siempre, en “cuídate”. La nueva máxima ya no es “conócete
a ti mismo”, sino “cuídate a ti misma”, porque vivimos en una época donde todo
acecha.
Hemos
aceptado el relato del fin del mundo, de que todo se acaba, de una manera
acrítica, no porque dude de las evidencias científica de los límites del
planeta y sus recursos, sino porque se ha inscrito en el imaginario colectivo
la imposibilidad de hacer otra cosa que rendirse ante el pensamiento de todo se
acaba. Hoy la muerte no cesa, está instalada en las víctimas del pasado y en
quienes no podrán tener un futuro. La muerte se convierte en una luz cegadora
hacia la eternidad. ¿Qué podemos sentir cuando nos enteramos de personas
quemadas dentro de un camión? ¿de la antropóloga asesinada en su casa? ¿de la
niña de la vecina desaparecida mientras iba a la escuela? El tiempo se detiene,
quedan los muros, la política se queda en un mero parloteo y vemos los paisajes
de la catástrofe. Ahí muere el sujeto y su historia. Por eso me pregunto si
esto es el futuro. Si ya llegamos al lugar sin retorno.
Estoy
aquí a la orilla de una montaña donde empieza el mar. Más allá, las nubes rosas
hacen su aparición con las tonalidades del otoño. Dudar del pensamiento de la
catástrofe puede ser el primer paso para recuperar la vida porque dudar de las
autoridades y sus saberes ha permitido abrir otro tiempo en medio de la
desolación. Nos dicen que todo termina, que el tiempo se clausura. No dejemos
que esos saberes de la muerte autoritaria marquen nuestras acciones, ni nuestra
vida en común ni nuestra posibilidad de esperanza. No nos rindamos ante el
pensamiento de la catástrofe. Allá, al otro lado de la montaña eterna se
extienden las playas y más acá, las plazas.
Socióloga,
Universidad Autónoma de Nayarit: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado
en Nayarit Opina, noviembre 12 de
2019.
Nos nos rindamos a la catástrofe!!
ResponderEliminarUn aliciente para el hoy Dra. Gracias por el artículo..
Como siempre Deslumbrante!!!
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