Le hice saber que su nombre sería Viernes,
que era el día en que le había salvado la vida.
Me dedicaba a enseñarle…a hablarme
y a que me entendiera
cuando yo lo hacía.
Robinson Crusoe
Una señora llama para preguntarme cómo elaborar gelatinas tridimensionales. Soy Nora ¿se acuerda de mí? Digo que sí por cortesía, pero realmente no recuerdo quién es. Me llama al teléfono fijo de mi casa. Trato de decirle que no soy la persona indicada, puede ver tutoriales en internet; sin embargo, no escucha mi respuesta. Me platica de su hija que vive en Toluca; me cuenta, emocionada, una serie que está viendo ¿Tal vez, en alguna fiesta familiar, me escuchó decir que hago gelatinas caseras para mis hijas? Me entero que borda punto de cruz, cultiva violetas. Ante la imposibilidad de detener su charla, entiendo: lo que desea es comunicarse. Dejo que siga hablando, desea oír a alguien que detrás de la línea, con un simple ¡ajá! ¡bien! ¡qué bueno! le devuelva la proximidad.
¿Qué nos mueve a hablar con desconocidas? porque seguramente lo soy para ella o al menos, es para mí. Sin embargo, somos muy parecidas, ambas compartimos el mismo género y seguramente la generación social. Hemos estado expuestas a los mismos valores, creencias y pautas de finales del siglo XX. Hoy nos iguala vivir el confinamiento de un siglo que se cree tecnológico, nuclear, espacial. Poco a poco entiendo la persistencia de los vínculos humanos que comienzan desde que nacemos y que, tal vez terminen con la muerte, porque como cualquiera sabe, seguimos implicados con nuestros muertos en un proceso recíproco de definición.
A mí me gusta hablar con mis amigas porque siempre estamos de buen humor. Nos gusta bromear, oír la risa de la otra, su manera festiva de torear al marido o hacerse cómplice de la nieta; de buscar nuevos cortes de pelo, resignarse a tomar medicamentos, planear vacaciones como descanso o de las viudas, traer al desconocido en una anécdota imperdible.
Aunque se puso de moda hablar a las amigas para contarles las penas, no es lo habitual, contar sufrimientos nos cansa, agota la relación. Es cierto que a veces cargamos a las amigas de los costales que nos tocan, pero aún eso tiene una medida porque realmente hablamos con las amigas para saborear la vida: decirnos los pequeños triunfos del día; compartir algunos trucos; comentar libros, noticias, series. Sabemos con quién podemos reír, con quién quejarnos un rato, con cuál ir al cine. En todos los casos actualizamos y singularizamos una relación con la amiga profunda que hemos encontrado en cada una.
Las amigas llegamos a una dimensión transpersonal en la que nos sentimos cómodas. Es, un poco, rehacer a la hermana o la relación que nos une (o nos debería unir) con la hermana. Nos sentimos fuertes en las relaciones de quienes comparten fragmentos de nuestra historia personal, comprenden las claves de nuestras acciones. Las amigas se vuelven cómplices de las decisiones que tomamos sin que tengamos que justificarlas: están ahí porque comprenden; nos ven desde las narrativas que nos hemos dado juntas. Cada par de amigas lo son frente a todo el mundo.
Me pregunto cuántas amigas tendría Nora antes de que empezara el confinamiento. ¿Les habrá hablado a todas antes que a mí? o simplemente, busca una doble con la cual pasar los minutos contados uno a uno, rellenados con una plática de lo que hace hoy, igual a lo que hará mañana en un intento por atrapar el tiempo gelatinoso que nos arrastra en su lentitud.
Las y los estudiantes con quienes me veo en clases en línea, también muestran su angustia. Aparte del contenido del curso, dedicamos un tiempo a decirnos cómo nos sentimos. Jóvenes como son, se agobian de manera diferente, buscan explicaciones, aunque sus cuerpos sientan carencia, necesidades. “A veces me deprimo, maestra”, dijo uno; otra reconoce que dejó de enterarse de noticias porque “tarda en dormirse”; alguien más sentía oprimido el pecho: hacen tareas, juegan videojuegos; algunos, arman rompecabezas; otras, elaboran pulseras artesanales.
La postura juvenil es diferente de la de Nora y mis amigas de generación, quizá porque nosotras ya pasamos ciclos de vida que ellas y ellos están por iniciar. Ante la incertidumbre de su propio futuro, se agrega lo inestable del presente, la incredulidad acerca de lo que viene.
Aléjate de tu prójimo si quieres sobrevivir; aléjate de tu prójimo para que sobrevivamos todos, nos dicen los príncipes de los medios: funcionarios, artistas, locutores, deportistas, marcas de coches, religiosos. El estado se encarga de asegurar el alejamiento una vez que descubrió la distancia como clave para la salud. Sin embargo, es el acercamiento con el prójimo lo que nos salva de esta sensación de pérdida, de aislamiento, de orfandad de no vernos, de no abrazarnos. Naufragamos cada quién en nuestra isla desierta, sin más Viernes que las pantallas en las que atrapamos las voces de los fantasmas de los otros. (Viernes=el nombre dio Robinson Crusoe al nativo que encontró en la isla desierta).
Acércate a tu prójima, aunque no la tengas en tus contactos. El reloj de la búsqueda humana no se equivoca.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 28 abril de 2020.