martes, 28 de abril de 2020

Aléjate de tu prójimo

Le hice saber que su nombre sería Viernes, 
que era el día en que le había salvado la vida. 
Me dedicaba a enseñarle…a hablarme 
y a que me entendiera 
cuando yo lo hacía.

Robinson Crusoe

Una señora llama para preguntarme cómo elaborar gelatinas tridimensionales. Soy Nora ¿se acuerda de mí? Digo que sí por cortesía, pero realmente no recuerdo quién es. Me llama al teléfono fijo de mi casa.  Trato de decirle que no soy la persona indicada, puede ver tutoriales en internet; sin embargo, no escucha mi respuesta. Me platica de su hija que vive en Toluca; me cuenta, emocionada, una serie que está viendo ¿Tal vez, en alguna fiesta familiar, me escuchó decir que hago gelatinas caseras para mis hijas? Me entero que borda punto de cruz, cultiva violetas. Ante la imposibilidad de detener su charla, entiendo: lo que desea es comunicarse. Dejo que siga hablando, desea oír a alguien que detrás de la línea, con un simple ¡ajá! ¡bien! ¡qué bueno! le devuelva la proximidad. 

¿Qué nos mueve a hablar con desconocidas? porque seguramente lo soy para ella o al menos, es para mí. Sin embargo, somos muy parecidas, ambas compartimos el mismo género y seguramente la generación social. Hemos estado expuestas a los mismos valores, creencias y pautas de finales del siglo XX. Hoy nos iguala vivir el confinamiento de un siglo que se cree tecnológico, nuclear, espacial. Poco a poco entiendo la persistencia de los vínculos humanos que comienzan desde que nacemos y que, tal vez terminen con la muerte, porque como cualquiera sabe, seguimos implicados con nuestros muertos en un proceso recíproco de definición. 

A mí me gusta hablar con mis amigas porque siempre estamos de buen humor. Nos gusta bromear, oír la risa de la otra, su manera festiva de torear al marido o hacerse cómplice de la nieta; de buscar nuevos cortes de pelo, resignarse a tomar medicamentos, planear vacaciones como descanso o de las viudas, traer al desconocido en una anécdota imperdible. 

Aunque se puso de moda hablar a las amigas para contarles las penas, no es lo habitual, contar sufrimientos nos cansa, agota la relación. Es cierto que a veces cargamos a las amigas de los costales que nos tocan, pero aún eso tiene una medida porque realmente hablamos con las amigas para saborear la vida: decirnos los pequeños triunfos del día; compartir algunos trucos; comentar libros, noticias, series. Sabemos con quién podemos reír, con quién quejarnos un rato, con cuál ir al cine. En todos los casos actualizamos y singularizamos una relación con la amiga profunda que hemos encontrado en cada una.

Las amigas llegamos a una dimensión transpersonal en la que nos sentimos cómodas. Es, un poco, rehacer a la hermana o la relación que nos une (o nos debería unir) con la hermana. Nos sentimos fuertes en las relaciones de quienes comparten fragmentos de nuestra historia personal, comprenden las claves de nuestras acciones. Las amigas se vuelven cómplices de las decisiones que tomamos sin que tengamos que justificarlas: están ahí porque comprenden; nos ven desde las narrativas que nos hemos dado juntas. Cada par de amigas lo son frente a todo el mundo.  

Me pregunto cuántas amigas tendría Nora antes de que empezara el confinamiento. ¿Les habrá hablado a todas antes que a mí? o simplemente, busca una doble con la cual pasar los minutos contados uno a uno, rellenados con una plática de lo que hace hoy, igual a lo que hará mañana en un intento por atrapar el tiempo gelatinoso que nos arrastra en su lentitud.

Las y los estudiantes con quienes me veo en clases en línea, también muestran su angustia. Aparte del contenido del curso, dedicamos un tiempo a decirnos cómo nos sentimos. Jóvenes como son, se agobian de manera diferente, buscan explicaciones, aunque sus cuerpos sientan carencia, necesidades. “A veces me deprimo, maestra”, dijo uno; otra reconoce que dejó de enterarse de noticias porque “tarda en dormirse”; alguien más sentía oprimido el pecho: hacen tareas, juegan videojuegos; algunos, arman rompecabezas; otras, elaboran pulseras artesanales.

La postura juvenil es diferente de la de Nora y mis amigas de generación, quizá porque nosotras ya pasamos ciclos de vida que ellas y ellos están por iniciar. Ante la incertidumbre de su propio futuro, se agrega lo inestable del presente, la incredulidad acerca de lo que viene. 

Aléjate de tu prójimo si quieres sobrevivir; aléjate de tu prójimo para que sobrevivamos todos, nos dicen los príncipes de los medios: funcionarios, artistas, locutores, deportistas, marcas de coches, religiosos. El estado se encarga de asegurar el alejamiento una vez que descubrió la distancia como clave para la salud. Sin embargo, es el acercamiento con el prójimo lo que nos salva de esta sensación de pérdida, de aislamiento, de orfandad de no vernos, de no abrazarnos. Naufragamos cada quién en nuestra isla desierta, sin más Viernes que las pantallas en las que atrapamos las voces de los fantasmas de los otros. (Viernes=el nombre dio Robinson Crusoe al nativo que encontró en la isla desierta). 

Acércate a tu prójima, aunque no la tengas en tus contactos. El reloj de la búsqueda humana no se equivoca. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 28 abril de 2020.

miércoles, 22 de abril de 2020

La cuarentena o adelantarnos el castigo

La complejidad de las cosas, 
las cosas dentro de las cosas, 
parece sencillamente inagotable 

Alice Munro. 

Dios dijo a Jonás que fuera a Nínive para prevenir a sus pobladores que en 40 días arrasaría la ciudad. Jonás, intentando escapar a ese destino, subió a un barco con rumbo diferente, pero en el camino los marineros lo tiraron al mar por traer tormentas y mal tiempo. Náufrago, lo tragó una ballena, la cual, tres días después, lo arrojó en la playa de Nínive, arrepentido por querer desobedecer. 

Jonás predicó en la populosa ciudad la desgracia que se avecinaba, lo que, al llegar a oídos del rey, ordenó hacer penitencia como una manera de pedir clemencia y aminorar el castigo del Dios colérico. 

El pueblo de Nínive adelantó el castigo; se puede decir que se autoimpuso un dolor al dejar de hacer la vida rutinaria “ni hombre ni bestia ni oveja prueben cosa alguna; cúbranse de cilicio hombres y animales y clamen a Dios con fuerza, y vuélvase cada uno de su mal camino y de la violencia que hay en sus manos. ¿Quién sabe! Quizá Dios se vuelva, se arrepienta y aparte el ardor de su ira, y no perezcamos”.

Este hecho, adelantar el castigo para que quien deba castigar tenga clemencia, está en la base de la cuarentena y en general, de las peticiones de perdón. A diferencia de la voz divina, hoy es un virus quien amenaza con arrasarnos a los cuarenta días. Por eso, como el rey de Nínive, volvemos sobre nuestros pasos para quedar dentro de los hogares. Dejamos de comer y de beber lo cotidiano para entrar en otro pan, en otra sal. Los vestidos de cilicio se han convertido en vestidos para estar con nosotras mismas; no lucimos, solo vestimos los cuerpos. 

Si el rey hubiera desoído a Jonás, el pueblo hubiera sido arrasado, mas era un rey cauto. Cuando vino Dios con su furia y vio sus acciones “que se habían apartado de su mal camino; entonces se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo”.  Desde luego, Jonás se enojó con Dios porque lo había hecho salir de su ciudad para que no pasara nada; aunque esa, es otra historia.

El esquema de adelantar pequeños sacrificios para evitar un mal mayor está en la base de las políticas de salud basadas en la cuarentena. El dios que ahora vendrá es, como todos los dioses, invisible, su presencia se nota cuando se apodera de los cuerpos, su furia se mide en los estragos. No se ve, lo sienten los cuerpos de los poseídos. Nos escondemos de su ira detrás de las puertas que, higienizadas, pretendemos que nos resguarden con todo y nuestras narrativas.

¿Cuántos reyes cautos tenemos ante este anuncio del desastre? Trump no parece serlo porque claramente desoyó las voces que alertaron del virus para seguir la carrera de la ganancia, única divinidad que reconoce. Aún ahora, la espeluznante cifra de muertos en los Estados Unidos es incapaz de conmoverlo para introducir nuevas medidas que salven personas. Su obsesión por encontrar culpables, por castigar a quienes lo “engañaron”, se encuentra en la base de su hacer política. ¿Sabrá que la palabra desastre tiene su origen en contradecir a los astros, a lo inamovible? 

El Rey del poder-dinero ve desde la cúspide de sus torres de cemento y acero, incapaz de sentir a los seres humanos a ras del piso. Menos a los migrantes que, arrojados desde el fondo de la pobreza a las puertas de la nueva Nínive, se encuevan en casas de tela donde sobreviven.

En nuestro país, las políticas de salud tienen que estar estructuradas desde el conocimiento experto, pero también desde la sensibilidad hacia la población. No basta con la explicación racional de las curvas que se aplanan, de los picos que van desapareciendo, de las predicciones de escenarios alternos. Precisamos de políticos para quienes, los que mueren, no sean solo cuerpos, sino que sean pensados como el padre de alguien, la hermana de alguien, la esposa de alguien. De esta manera aceptaremos que vale la pena adelantar el castigo porque en el centro están las personas que valen vivas, las que nos hacen ser comunidad, con las cuales nos pensamos mundo. 

Adelantamos la penitencia para que el nuevo y diminuto dios no se ensañe. Quedamos en nuestras casas, cantamos para la vida, reflexionamos sobre lo incierto, alabamos a héroes de la salud, ayudamos a la comunidad, prometemos cambiar, celebramos los animales libres, añoramos el día que nos abracemos como multitud. 

Con ello nos inscribimos en la petición de salud como pedagogía de perdón. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 abril de 2020.

miércoles, 15 de abril de 2020

No nos darán respiradores: o la ideología del viejismo


Mi vejez se incubaba. 
Me esperaba al fondo de un espejo. 
Me asombraba que caminara hacia mí 
con tanta seguridad mientras que en mí 
nada concordaba con ella.

Simone de Beauvoir.

Es un criterio cruel saber que a mí y a mi generación no nos darán respiradores. Rebasamos los 60 años y ello nos convierte en población desechable, prescindible para una sociedad basada en la ideología del viejismo. Mis amigos y amigas tenemos hipertensión, diabetes, nos estamos recuperando de un cáncer; algunas sin riñón, otras sin matriz; sobrevivientes de divorcios, náufragos sentimentales, religiosos de internet.

Me conmueven los agentes de salud cuando tienen que decidir a quién darle respiradores y a quién no. No es el único momento en que los agentes de salud toman estas decisiones, las mujeres que tenemos maternidad lo sabemos: en el caso de peligrar la vida de la madre y de la criatura por nacer, nos advierten que salvarán a la madre puesto que es más importante para los hijos que tiene. No entendí, ni entiendo, por qué los agentes de salud toman decisiones sin consultar a las mujeres. En ambas ocasiones se trata de lugares límite donde las decisiones obedecen a contextos excepcionales.

Los viejos y las viejas en las sociedades analfabetas representan compendios de experiencia, de saber y conexión con los antepasados. Su longevidad era motivo de orgullo para el grupo, por lo que cada persona vieja que moría significaba la pérdida de conocimientos de toda la colectividad. Eran el vínculo entre el presente y el pasado por lo que tenían un lugar especial en la sociedad ya que significaban la memoria colectiva que trasmitían a las generaciones jóvenes para, de esta forma, lograr la continuidad del grupo. Llegar a una edad avanzada se consideraba una hazaña que no podría lograrse sin la ayuda de la divinidad; por lo tanto, se consideraba que, de alguna forma, llegar a la vejez era un premio, una distinción.  

En la Biblia se tienen diferentes menciones a la vejez, una de ellas se encuentra en el libro de los Números donde la creación del Consejo de Ancianos surge como una iniciativa divina: “Entonces dijo Yahvé a Moisés: Elígeme a setenta varones de los que tú sabes que son ancianos del pueblo y de sus principales, y tráelos a la puerta del tabernáculo…para que te ayuden a llevar la carga y no la cargues tú solo” (N, 11:16 y 17).  Posteriormente, esa centralidad de los ancianos cesará para ser considerados viejos y necios. Se pasó del patriarca cargado de autoridad, a la ancianidad caduca en otra época social. 

Cuando no se sabía si una planta era comestible o no, eran las personas ancianas quienes las probaban; si sobrevivía, el grupo había acumulado un saber. Si moría, se le veneraba, porque su muerte no simplemente había ocurrido, sino que había dejado un conocimiento para la colectividad.

También ha cambiado el umbral de edad de lo que se considera viejo, se era anciano a los 30 años en sociedades agrícolas del pasado, mientras que hoy, la esperanza de vida ha requerido nuevas divisiones de la edad: se es adulto joven de los 30 a los 59 años, mientras que a partir de los 60 se es adulto mayor. Cada extensión de la vida requerirá de nuevas categorizaciones. 

En la sociedad contemporánea la ideología del viejismo está fundada en dos ideas principales: 1) En el criterio economicista para el que todos aquellos que no participan directamente de la creación de riqueza mercantil, son considerados superfluos donde lo efímero y desechable serán la marca del mercado; 2) en el criterio biologicista que plantea la vida como nacimiento, desarrollo, reproducción y muerte. Este simplismo del ciclo biológico, reduce a los seres humanos a metabolismo y ata el destino de cada ser humano a lo que ocurre en las células. Actualmente, el culto al cuerpo es un culto a su potencialidad, tanto como generador de bienes materiales como generador de vida, por lo que se otorga valor social al cuerpo joven como el cuerpo deseable, fértil, productivo.

No se envejece igual si se es hombre o mujer. Generalmente los hombres realizan acumulación de bienes y, la esperanza de que los repartan, es el mayor tesoro por el que podrán ser valorados cuando lleguen a la ancianidad. Las mujeres, en cambio, acumulan afectos y saberes sobre el mantenimiento y cuidado de la vida, por lo que son indispensables para el cuidado de las nuevas vidas en alianza con mujeres de diversas generaciones. Las mujeres, en esta etapa, son imprescindibles, pues los saberes de los cuidados de la vida los han desarrollado a partir de su cuerpo como síntesis de la experiencia de las generaciones anteriores.  

Si bien el viejismo es una construcción cultural, social y temporal, existen dos acontecimientos claros: el deterioro de cualidades físicas y el juicio de valor que se realiza sobre ello. Ambos contextualizado en sociedades específicas. Actualmente, en la sociedad contemporánea, los viejos y viejas son relegados a un lugar de no deseos. Se espera que los cuerpos viejos no tengan deseos sensuales y, prácticamente de ningún tipo, por lo que se les puede dejar en las zonas grises de la familia o en los reclusorios para ancianos. 

La sociedad tecnológica piensa que puede prescindir de los viejos; sin embargo, se tendría que repensar que la sociedad no sólo se reproduce biológicamente, sino también socialmente y en ello, la mirada de la vejez puede ser la diferencia. Los ancianos y ancianas ven reducido su espacio de influencia e interiorizan el discurso social que los coloca en un lugar de marginación. Lo peor es autoconvencerse que su único valor es el productivo y que, al dejar de serlo, ya no se es valioso. La automarginación, la ausencia de deseos, los convierte en seres sin atributos, cuando podrían ser centrales en la reproducción social.

¿De cuántos viejos y viejas hablamos en México? De acuerdo a datos de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (ENIGH, 2016), existen 13.8 millones de personas de 60 años y más, que representan casi el 12% del total de la población. Ello significa que uno de cada diez habitantes del país es mayor de 60 años, (54% mujeres, 46% hombres). 

¿Por qué el Covid-19 mata a personas viejas, preferentemente? Tal vez reconozca el cansancio de las células y lo aproveche o tal vez, esté diseñado dentro de la ideología del viejismo. Por lo pronto, ya sabemos los protocolos de la selección en base al viejismo: no nos darán respiradores porque cuando escasea la oportunidad de seguir viviendo, se tiene que elegir quién vive y quién muere. 

Se vuelve a la ética de la comunidad arcaica: se prescinde de los ancianos para que el grupo siga viviendo. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 15 abril de 2020.

miércoles, 8 de abril de 2020

Contagiarnos de muerte

Aléjate de tu prójimo para salvarte a ti mismo.

Es el miedo que tenemos, contagiarnos de muerte. Las madres no abrazamos a hijas, ni besamos a nietos. La distancia se ha interpuesto en las relaciones de quienes conocemos. Más allá de saludar de lejos a vecinos, a repartidores de comida, lo que duele es la distancia en el seno mismo de los afectos.  

Tratamos de no ver la crisis en que se encuentran los cementerios de España o Italia porque pensamos que es cuestión de tiempo llegar a esos escenarios. El abandono de cadáveres en la calle, en diversos países, nos hace ver que, en situaciones límite, no tienen sentido los rituales de despedida, muestra lo superfluo de las ceremonias. La cancelación de las celebraciones religiosas da cuenta de lo prescindible de la institucionalidad de la iglesia. 

Depuramos las noticias para enterarnos de lo “verdaderamente importante”, aunque ya no sabemos si son las medidas que se planean desde las políticas de salud o las crónicas que escriben las amigas acerca de su encierro. Hacemos rutinas para anclar el tiempo a los horarios desde casa, en un vano intento de seguir algún tipo de normalidad.

Pero no lo es. El año pasado tuve una cirugía, por la cual pasé casi dos meses en casa; por ello, el encierro no es el problema. ¿Qué es lo diferente? En esa ocasión, lo que ocurría me ocurría a mí, era mi cuerpo el que se recuperaba; ahora la fragilidad está en la humanidad en su conjunto, la epidemia se cierne sobre quienes habitamos el planeta: la población humana ha dejado de ser una masa anónima para formar parte de las actuales estadísticas de la muerte. Vemos, poco a poco, como se va cerrando el cerco. Cargamos con el agobio de quienes mueren diario, sin saber en qué país aumentará la cifra esta noche, si ya nos toca.

Tampoco tenemos narrativas que nos den certeza de lo que ocurre. Podemos pensar sacrificialmente, en el sentido de que las muertes son el ofrecimiento humano para que el planeta recupere su estatus de organismo vivo en un ciclo de muerte-vida arraigado en la memoria profunda. ¿Qué otra cosa es la Semana Santa o la semilla que se siembra en primavera, si no un morir para renacer? En otras sociedades se sacrificaba jóvenes o doncellas a dioses voraces, hoy somos los viejos los que debemos ser sacrificados a nuevos dioses que, iracundos, soplan las velas de la historia. 

También podemos pensar en términos de la economía mundial. Los movimientos sociales del siglo XXI habían advertido del riesgo de la explotación sin medida de la naturaleza. La globalidad de movimientos ecologistas, migratorios, feministas, juveniles, de economías alternativas, indigenistas, desempleados, había gritado la necesidad de otro orden mundial, otra manera de organizarnos. Hoy el capital, que destrozó los sistemas de salud públicos para instalar la salud privada, necesita un mundo. Simplemente necesita al mundo, a este mundo con gente sana para continuar su insana marcha. 

¿O es la pandemia el límite del capitalismo, de este capitalismo? Hoy un problema de salud muestra la futilidad del orden mundial; devela la careta del capitalismo con rostro humano de los oligarcas “altruistas”; devuelve al Estado-Nación el derecho de decidir sobre sus habitantes; coloca el saber experto en el centro de la solución por encima de la demagogia de la política; vuelve a las redes sociales la única farmacia-religión con la cual se cuenta; abre las relaciones familiares como asuntos pendientes; muestra los cuidados como la solución a la catástrofe; coloca a los agentes de salud en el lugar donde debieron estar, como actores prioritarios; suspende el tiempo lineal, productivo en el que vivíamos. 

Tendremos que construir una conciencia colectiva para preservar el planeta como prerrequisito de lo viviente. Dejar de pensarnos en la mismidad de lo humano como la cúspide; abandonar la pedantería del progreso sin límite; inventar otras relaciones con lo viviente que no se basen en la depredación; construirnos como seres interdependientes con nuestros colores, etnicismos y dioses; cambiar las relaciones sociales entre mujeres y hombres; avizorar los horizontes de sentido de las múltiples formas de ser humanos resguardados en los pueblos originarios; sabernos seres tecnológicos y sagrados. 

¿Por qué nos asusta esta pandemia? Porque a la muerte le hemos visto el rostro.  

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 8 abril de 2020.