Para
Diana Carolina Raygoza Montes, 21 años
Estudiante de Derecho
Leonila de la Cruz, 35 años
Municipio de El Nayar
In Memoria
Duele el miedo de Diana cuando en un comunicado de facebok señala que está siendo vigilada. Se cuela el miedo en todas nosotras porque sabemos que se trata de mensajes sin destinatario: nadie detrás de ningún escritorio leerá esas palabras que marcan el ambiente en que se desarrolla la vida de las jóvenes; nadie detrás de las leyes para hacerlas cumplir; nadie detrás de los derechos para hacerlos efectivos; nadie detrás de las políticas para implementar; nadie, nada, nadie.
Hemos visto las miradas de las jóvenes en la Universidad donde piden ayuda a través de tendederos, de apoyarse en algunas maestras, de manifestar su inconformidad sobre profesores misóginos; contra estudiantes entrenados en el machismo, la superioridad, el “agandalle”; contra funcionarios indiferentes; contra estaciones de autobús sin luz; contra pasillos obscuros. Las instituciones se vuelven gelatinosas ante cualquier irrupción de las mujeres, porque, como instituciones reproductoras de la desigualdad entre mujeres y hombres, ni tienen mecanismos para resolverla y, seguramente, no los quieren tener.
Los miedos de Diana duelen como las 39 heridas que le infligieron a su cuerpo. Las huellas quedan en todas nosotras porque tarde o temprano se produce el drama violento en la vecina, la prima, la conocida. Hoy fue la estudiante de tercer año de Derecho de la Universidad Autónoma de Nayarit quien fue asesinada por ser mujer. Hoy es la mujer indígena apuñalada cuando intentaron violarla en la Sierra del Nayar. Ayer fue la estudiante de preparatoria que abandonaron en los cañaverales. Podemos seguir con la memoria para hacer el recuento de las mujeres asesinadas.
Diana no murió de muerte natural, tampoco murió por COVID-19. Murió por la pandemia permanente contra las mujeres: la pandemia feminicida. Esa que no ve el presidente de la República en su afán de ocultar el amor como mortaja; la familia como fratricidad de cómplices. Leonila no murió de enfermedad alguna, la asesinó su marido.
Ahora ¿qué hacemos? Hemos impulsado leyes ante el Congreso, marchado en las ciudades, realizado diagnósticos, planteado iniciativas, colgado letreros, tomado cursos, protestado en las bardas, impartido seminarios. Hemos actuado en la razón, en el orden, en los cauces legales y formales que han señalado para nuestras demandas.
Todo queda en la nada cuando sigue el holocausto de las mujeres.
Somos prisioneras de nuestra propia celda. Los depredadores sólo ven cuerpos apropiables, mujeres a poseer. Hemos sido negadas a los derechos, a la vida vivible. Hemos sido despojadas de cualquier poder.
Con cada niña que se mata, con cada mujer que se asesina, los feminicidas se reproducen, se esparcen en su reino de la impunidad.
Quizá, es tiempo, de reventar la razón, entrar al delirio y como las locas, mirar más allá del infierno.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, mayo 26 de 2020.