No quería olvidar las cosas buenas
…sino los recuerdos que vendrían después.
José Manuel Elizondo Cuevas
Si una novela inicia con la frase “Rodrigo era un hombre feliz”, inmediatamente sabemos lo que seguirá: la desdicha de Rodrigo, porque al establecer que era feliz, se está anunciando el desastre de lo que viene. Así es, en efecto, la felicidad no tiene narrativa, por eso la novela no se puede sostener en esa felicidad: le falta el conflicto que le otorgará la clave para desatar los sucesos que siguen.
La novela escrita por José Manuel Elizondo Cuevas es un regalo para este verano. Se puede leer con la calma que nos dan los días de asueto para adentrarnos en el conflicto con el que se arma la trama de la narrativa que no es otra que la pérdida de la felicidad. En el siglo 21 la felicidad se construye con una familia armónica, hijos sanos y un trabajo remunerado. O al menos, esos son los elementos con que se muestra la cara de la felicidad para una franja importante de la población: la clase media. La dicha que otorga la vida cotidiana se fractura por un accidente donde muere la esposa y los hijos, lo que arroja a Rodrigo al sinsentido de la vida.
El conflicto va a marcar la sucesión de la trama ¿fue un accidente o un asesinato? ¿qué actitud tomará Rodrigo? en todo caso, de las decisiones individuales, de las respuestas ante la encrucijada, dependerá la sucesión de la novela. Lejos estamos de destinos manifiestos o de augures, sino que se trata de lo intempestivo, de lo que irrumpe en la vida para sacarla del confort.
El conflicto se ubica al interior del personaje: es la incapacidad de reponerse de la pérdida familiar lo que lleva al protagonista a un viaje sin regreso por el borde del abismo y después, dentro de él. El Rodrigo exitoso y feliz se convierte en sufriente delirante, lo que lo conduce a perder el trabajo, abandonar cualquier hábito de vida cotidiana y adentrarse en un dolor que lo carcome. Poco a poco transita hacia los márgenes de la sociedad donde se convierte en criminal y, por lo tanto, en prófugo.
Todo ello para vengar la pérdida de la familia. De ahí para adelante, la novela nos muestra los escenarios de la criminalidad contemporánea, de la impunidad y de la desorganización social.
Es posible seguir la lectura de la novela porque hemos creado una subjetividad que nos permite aprehenderla. Me explico: las series policiacas a las que nos acostumbraron la televisión y el cine; la novela negra y actualmente la narconovela, han creado las subjetividades lectoras suficientes para que una novela se deslice a través de esos mundos, sin mayor asombro de quien lee.
La novela nos plantea la incertidumbre de quiénes somos porque son las circunstancias, el cambio de contexto lo que lleva consigo la transformación de las personalidades, sus acciones y sus decisiones éticas. Es como si existieran mundos paralelos en los cuales podemos ser villanos, mientras que, en este en que nos pensamos, creemos que somos seres con destino y recompensas.
La novela tiene varios finales: escapar de los perseguidores para arribar a una isla, al principio paradisiaca, pero donde muy pronto aparece la codicia, el engaño, la envidia. Otro, es el ensueño del protagonista que lleva a pensar que, al fin y cabo, todo pudo haber sido una pesadilla, a fin de que valore la felicidad que tiene.
Gracias a José Manuel Elizondo Cuevas (Tecuala, 1958) por contribuir a las letras nayaritas desde el periodismo, esa literatura de lo cotidiano y ahora, con esta novela, al retrato de nuestra época, a los temores y a las esperanzas en que habitamos.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 1 de agosto de 2022.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx