Hemos de promover nuevas formas
de subjetividad que se enfrenten
y opongan al tipo de individualidad
que nos ha sido impuesta durante muchos siglos.
Michel Foulcault
Habitamos la ciudad desde los cuerpos que somos, cuerpos que van experimentando los espacios diversos de la ciudad y, a su vez, los espacios devienen cuerpos. En los tránsitos urbanos nos volvemos otras, desde esas zonas minúsculas de la producción de lo humano. En marzo, las calles de la ciudad donde vivo se visten de amarillo; la calzada por la que llego a la Universidad donde trabajo, está plena de árboles de flores rosas. En el medio, habitan los pájaros con sus cantos, los polinizadores urbanos y los insectos que viven junto a nosotras; las ratas, bajo las alcantarillas.
La ciudad es producida como el lugar del fin de la errancia humana; tiene como eje permitir la convivencia de quienes la habitan; la ciudad se forma de múltiples saberes con vistas a vivir en la proximidad. Hemos creado la ciudad para ampararnos de la intemperie, de lo desolado.
Si el poder establece un centro desde el cual expande su poderío y pretende el control de todo lo que ocurre, quienes realmente habitamos la ciudad, vivimos en micrositios urbanos: pequeños fragmentos de la urbe que vamos interpretando secretamente. Quienes abordan un autobús urbano recorren mentalmente las paradas obligatorias como otros minicentros de la ciudad. Puedo bajarme en el centro comercial y vagar entre aparadores mientras veo a quienes, en las esquinas, buscan la sobrevivencia salvaje incendiando la boca con gasolina o apelando a la solidaridad humana con la niña hondureña en los brazos.
Son esos cuerpos envilecidos los que se tornan potentes y habitan los micrositios urbanos. Ellos reclaman su lugar ontológico a la vez que desnaturalizan el hecho de que solo los cuerpos legitimados pueden ser parte del paisaje urbano. ¿Qué nos ocurre a las urbanitas que somos, al percibir/darnos cuenta/habitar junto a esos cuerpos desechados por el capitalismo homogéneo? La señora de las bolsas que empuja un triciclo con basura acumulada; el hombre semidesnudo que carga en sus espaldas los desperdicios de todas nosotras.
Cada quien capta las realidades que experimenta. Pueden ser trazos o retazos de personas como cuerpos; pueden ser pájaros o nidos; colores, pliegues sociales; muros desvalidos; señales de no circulación, grafitis, burócratas con prisa, perros callejeros, motociclistas, cirqueros. El cuerpo es quien experimenta las singularidades para establecer lo colectivo, devenir un grito que desgarra o apacienta.
Trazamos una ruta para ir de la casa a algún lado, pero en esa ruta nos asalta, no la Catedral con su símbolo, la plaza como centro ni el Palacio de Gobierno con su corte, sino lo que no tiene importancia, lo no nombrado, lo incomprendido. Emerge, entonces, una ciudad de la experiencia que se reinventa y se traza a sí misma como lugar de creación de la vida cotidiana.
La ciudad se convierte en una heterotopía. No la utopía de las formas deseadas del poder, sino las creadas en las subjetividades de quienes la habitamos en los distintos modos de existencia. Por eso, ya no somos el sujeto cartesiano que piensa desde la razón, somos las sujetas que estamos en relación con el cuerpo y todo lo que acontece deviene pensar con el cuerpo. Si pasamos por las calles de las changueras, (las mujeres que traen los frutos del mar desde los esteros), serán los olores de camarón, jaiba y pescado los que inundarán la experiencia olfativa y conformarán la estética de la memoria. Si caminamos por las calles de las florerías, serán los colores de las flores domesticadas los que dará forma a la mirada del mundo.
Esas flores que ya no son silvestres, cuyo olor ya no nos trae los contemplativos pastos del campo, ni sentimos con ellas la puesta del sol. Somos, cada vez más como ellas: urbanitas producidas para una forma de habitar la ciudad, de ser expuestas en la homogeneización de la belleza.
Sin embargo, habitamos los lugares urbanos desde la singularidad de lo pequeño, lo que copta el vacío, lo expulsado del centro: no desde el planeado espacio urbano, ese concepto que lleva a esterilizar la posibilidad de que se produzcan subjetividades desde lo singular.
Nosotras somos eso: nos inventamos desde los lugares invisibilizados históricamente.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 14 de marzo de 2023.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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