lunes, 27 de mayo de 2024

Las elecciones movilizan emociones

Cuidado con la hoguera

que enciendes contra tu enemigo

 no sea que te chamusques a ti mismo.

 

William Shakespeare

 

Puede decirse que los procesos electorales ponen a circular emociones entre el electorado puesto de lo que se trata es de crear comunidades que sean capaces de compartir los mismos sentimientos. Ya sabíamos que los sentimientos jugaban un papel fundamental en la construcción de las identidades nacionales, puesto que, por ejemplo, “sentirse mexicano” es una suerte de orgullo.

 

Tanto las emociones como los sentimientos son construcciones sociales. Sin embargo, en este escrito se utilizarán las emociones como algo más inmediato, corporal, arraigado en lo biológico; en tanto que sentimiento se entenderá como una construcción discursiva socialmente situada.

 

Los sentimiento y las emociones son parte de nuestra memoria, de nuestra subjetividad. Nadie carece de emociones; somos educados en emociones (sentimientos, afectos) de acuerdo a la sociedad y época en que vivimos. Aunque parezca que las emociones pertenecen a cada individuo, no lo son, puesto que compartimos la forma de sentir, históricamente hablando.

 

En los procesos electorales se supone que seres racionales deciden su voto de acuerdo a un análisis al comparar las ofertas de candidatxs, para, en un balance de costo-beneficio, otorgar su voto a aquel o aquella que lo convenza racionalmente. Nada más lejos de la realidad, puesto que en la actualidad los votos se ganan a partir de las emociones que se ponen en juego: admiración, solidaridad, envidia, empatía, furia.

 

Los partidos políticos y sobre todo, lxs candidatxs, construyen núcleos duros de emociones con la finalidad de que, a partir de ese núcleo, las personas decidan el voto: convocar la empatía hacia mi persona o proyecto; pedir lealtades, ensuciar la imagen de contendientes para provocar repulsa, enojo, rechazo, odio. Todo ello son difíciles de controlar en mítines donde se exacerban emociones. La turba se vuelve impredecible, carente de reglas. En la vida pública, se puede destapar el costal de emociones de la masa, siempre y cuando se sepa a dónde se quieren canalizar.

 

El voto, por el contrario, es un ejercicio individual, lejos de los megáfonos, los templetes, la euforia de los mítines; de los ritmos de las canciones y la información obtenida durante las campañas. Al otorgar el voto, las personas se enfrentan a la boleta para ser cruzada. Aunque parezca que ahí las emociones no tienen cabida, sí la tienen, porque cada quien decidió su voto antes de llegar a las urnas. Optó por quién votar, precisamente, dentro del cúmulo de las emociones que lo llevará a cruzar el cuadro correcto.

 

Recuerdo que en la elección de 1994, en la que por primera vez votaron integrantes de las iglesias, una congregación de religiosas de la ciudad donde vivo, me llamó para que les explicara qué tenían que hacer para emitir el voto. Ví a religiosas angustiadas ante el hecho de tener que votar puesto que nunca lo habían hecho. Los superiores eclesiásticos les dijeron que tendrían que ir a las urnas pero no les dijeron en qué sentido tenían que emitir el voto. Ellas, religiosas de contemplación, alejadas del mundo -sin escuchar radio, ver televisión o cualquier otro medio de información-, tenían miedo de equivocarse y que, por su voto, el país perdiera el rumbo. Su angustia era auténtica.

 

En las elecciones 2024, me parece que la principal emoción que se manifiesta es el miedo. Miedo de ser asesinado por participar en política. Al miedo sucede la indignación como forma de manifestar el descontento ante diversos asuntos no resueltos en el país o cuya atención por parte de la política y la justicia, han sido insuficientes. El miedo y la indignación han dado paso a la ira/rabia, junto con lealtades o desconfianzas hacia los políticos.

 

Porque las emociones se radicalizan, la indignación se convierte en rabia, en ira, en acciones prácticas que pueden llevar a acciones violentas. El clima emocional está preparado para vincularse a los grupo, pasar a la acción y movilizar la participación. Desde ahí se decide la emisión del voto. En el momento de ir a las urnas las emociones ya fueron solidificadas en colores de partidos políticos, en rostros de candidatxs.

 

Las emociones personales se vuelven colectivas cuando se llevan a la calle, a las redes sociales, cuando encuentran los cauces para volverse grito, para volverse voto.

 

Por eso, votar no es un ejercicio racional, sino una combinación de emociones en la convicción de que elegir autoridades es el acto fundante de la democracia.

         

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 28 de mayo de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

lunes, 20 de mayo de 2024

Las que renuncian

Ignoramos nuestra verdadera estatura 

hasta que nos ponemos de pie

 

Emily Dickinson

 

Nunca ha sido fácil para las mujeres participar en la toma de decisiones públicas. El largo camino recorrido por las mujeres como colectivo para tener derecho de ser electas se vincula con las dificultades de la vida personal y familiar para lograr conseguir una candidatura. Tan solo en Chiapas se tiene la cifra de 280 mujeres que han renunciado a la candidatura en las elecciones 2024; en Zacatecas, 217.

 

De acuerdo a los datos de los institutos electorales de diversas entidades federativas, las mujeres renuncian por “motivos personales”, pero esos motivos personales están anclados en diversas circunstancias: los partidos las postulas en distritos perdedores, son amenazadas por diversos grupos y personas, carecen de apoyo para llevar a cabo campañas exitosas, su familia las alerta sobre los peligros, carecen de dinero para llevar a cabo campañas exitosas, etc.

 

Una candidata a presidenta municipal del lugar donde vivo, declaró a la prensa realizar su campaña básicamente ¡con su familia! Se trata de una de las contendientes que se supone que tiene alta competitividad; sin embargo, los partidos dejan de cobijarlas cuando “huelen” la derrota. O, más bien, para que están en la candidatura para perder.

 

Quizá para saberlas frustradas, acabadas, rendidas y desde ese lugar, establecer negociaciones desde ese vencimiento. En la siguiente elección, llegan otras que vuelven a repetir el arco de la derrota.

 

Cada una de estas renuncias/derrotas atrasa la agenda de las mujeres porque, actualmente, todas las energías se encaminan a obtener la nominación, llegar al día de la elección. En ello, les va la vida.

 

La obligación de la paridad lleva a nominar mujeres dentro de formas gerenciales patriarcales de los partidos políticos. Recordemos que han sido las mujeres las que sostienen los números de la militancia de los partidos, pero se trata de una militancia en tanto masa, como número, que todavía no tiene la fuerza para oponerse a las decisiones de las cúpulas masculinas de los institutos partidistas. Las mujeres en los partidos políticos son una mayoría tratada como minoría; una mayoría no posicionada.

 

Los partidos han aprendido a cumplir la paridad simulando que la cumplen. Las mujeres que renuncian son sustituidas por otras que, por el hecho de serlo, son tratadas como equivalentes: no importa qué mujer vaya en la candidatura, solo se requiere que sea mujer. En cambio, los candidatos hombres, son cuadros formados por lo que no son sustituibles fácilmente. Cada uno reconoce en el otro la capacidad de dirigir, por lo que participan en la política desde ese lugar. Las mujeres siguen representando a un genérico mujeres sin que su labor en el partido se ancle en la militancia interna ni participen desde su propia individualización.

 

¿Cómo capitalizan las mujeres la experiencia de haber sido candidatas? No solamente se debe trabajar con las mujeres que alcanzan un puesto de elección popular para que se comprometan con la democracia y con la agenda feminista en el ejercicio de su cargo; se comprometan a hacer cumplir la paridad; aprendan a negociar y se posicionen en la arena pública, sino que se tiene que trabajar con las que no fueron electas para que, entre todas, generemos una reflexión colectiva sobre los procesos y los obstáculos. Poner en claro, lo que quedó obscuro, anudado.

 

Por ello, las mujeres que han contendido, pero no han alcanzado una representación deben ser las primeras capacitadoras de quienes quieran contender en la siguiente elección, ya que ellas vivieron la experiencia de la nominación, la realización de campañas, la no obtención del cargo. Ello las posibilita para reflexionar sobre su experiencia acerca de los factores que influyen en ese proceso: desde lo que ocurre al interior de los partidos para que se den las nominaciones, la organización de las campañas, la relación con las instituciones electorales, los medios de comunicación, las alianzas entre las mujeres, la identificación de violencias, etc.

 

Es preciso generar procesos que permitan compartir la experiencia de la participación en elecciones, fin de que esa experiencia pueda ser capitalizada por otras mujeres. Procesos de enriquecimiento a partir de la experiencia política que permita avanzar al colectivo de las mujeres.

 

Con la aprobación de la paridad tuvimos cifras de ensueño: la mitad de todo el poder para las mujeres; la mitad de todos los cargos; la mitad del cielo. El proceso electoral actual nos muestra la roca dura de la realidad. Esas inamovibles estructuras que empujamos para que se tuerzan sobre sí mismas y nos devuelvan, de nueva cuenta, la misoginia, la violencia obscura, los días donde no contamos.

 

¿Cuándo nos posicionaremos como colectivo mayoritario? Cuando, entre todas, enfrentemos al león.  

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 25 de mayo de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

domingo, 19 de mayo de 2024

¿A dónde irá el voto masculino?

Ser hombre es, de entrada,

hallarse en una posición que implica poder.

 

Pierre Bourdieu

 

No existe un voto femenino como tal, si existiera, hubiera ganado Rosario Ibarra de Piedra cuando contendió por la Presidencia de la República en 1982 y en 1988; Cecilia Soto y Marcela Lombardo en 1994; Patricia Mercado en 2006 y Josefina Vázquez Mota en 2012. Tenemos que preguntarnos ¿tampoco existe un voto masculino?

 

La pregunta tiene sentido porque en la elección presidencial de 2024, quienes contienden por la Presidencia de la República son dos mujeres y un hombre. Desde luego que este es un planteamiento simple, donde solamente se está haciendo alusión al sexo de quienes son candidatxs, sin embargo, tenemos que cuestionarnos si los hombres votarán por lo que significa el mando masculino o si en ese voto puede pesar más el partido que postula o quien contiende.

 

Cultural e históricamente, el sufragio ha sido un sufragio masculino. Los hombres se dieron a sí mismos el voto en diversas sociedades, -en México en 1917; en 1953, reconocieron el de las mujeres-, porque eran los líderes naturales de la sociedad. Ello ocurrió debido a que son educados dentro de la supremacía masculina frente a las mujeres. En esta supremacía, las mujeres son consideradas inferiores por naturaleza, incapaces de mandar, de gobernar, por lo que son las gobernadas, las sujetadas al poder; por ello, el voto masculino reconocía, a cualquier hombre, la capacidad de mandar.

 

En México, la dirección masculina del país ocurrió desde Guadalupe Victoria, presidente de México en 1824 hasta Andrés Manuel López Obrador en 2024. Los doscientos años de vida independiente de México han sido liderados por el mando masculino.

 

El principio de igualdad se ha enfangado en sociedades androcéntricas donde la masculinidad hegemónica se vincula con la democracia tradicional que otorga el mando a los varones. Sociedades formalmente iguales, pero donde el androcentrismo constituye la norma social, dificulta ver la socialización de hombres en la supremacía de género y en la cultura del dominio. Tampoco se percibe la socialización de las mujeres en la inferioridad, la desigualdad y la cultura de la obediencia; lo que se reproduce en sus conductas públicas y privadas dando origen al orden material y simbólico del orden vigente con los hombres a la cabeza.

 

Tanto mujeres, como hombres, somos educados para otorgar a los varones los puestos de poder y, sobre todo, el primer puesto de poder.

 

La exclusión sociopolítica de las mujeres del poder se encuentra en la fundamentación del orden democrático moderno porque la razón instrumental, asignada a los hombres, los habilita para dirigir; en detrimento de la razón emocional, asignada a las mujeres, habilitadas para obedecer.

 

El hecho de que la supremacía masculina haya desempeñado un papel central en la conducción de las sociedades no significa que tenga que seguir haciéndolo en el futuro. Ello cambiará cuando los costos de la conducción masculina sean mayores que los beneficios, como se observa en la actualidad en términos de la guerra interna permanente, el deterioro de los ecosistemas, el agotamiento de los recursos naturales, la descalificación de movimientos en busca de justicia y desaparecidos y otros más.  

 

La jerarquía sexual se ha considerado derivado de la naturaleza, lo que ha empantanado la igualdad de los sexos. Derribar esta jerarquía depende, ahora, de la inteligencia y la voluntad. Por esto estaremos atentas a observar cómo se comporta el voto masculino, si se otorgará al único varón contendiente o en su caso, se otorgará a alguna de las candidatas.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 14 de mayo de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

miércoles, 8 de mayo de 2024

Maternidad: la subjetividad entre pañales

Cada vez soy más igual a ti, madre,

 más huesos que horizonte,

más días animales que lluvia.

 

Me lo dijo mi hermana.

 

Y esperé la bandada de pájaros

que pasa en primavera.

 

Lourdes Pacheco

 

Es claro que las maternidades tradicionales están vaciadas de sentido, pero ¿cómo acceden las jóvenes a un nuevo significado de la maternidad? Conocemos estudiantes de posgrado y jóvenes investigadoras que han vencido diversos obstáculos para terminar los estudios de doctorado; disfrutan los derechos y libertades obtenidos por las generaciones de mujeres precedentes; entre ellas, la independencia individual, la autonomía, la forma de asumir la sexualidad; sin embargo, cuando se enfrentan a la decisión de maternar o dejar de hacerlo, los argumentos para tomar la decisión son limitados.

 

La maternidad había sido uno de los ejes de significación de las mujeres que hoy está en crisis. En la época de nuestras madres, la maternidad era un lugar bien delimitado y confortable, desde el cual se podía estar en el mundo.

 

Es cierto, la revolución de las mujeres ha desmontado diversos mandatos asignados a las mujeres, sin embargo, en el tema de la maternidad poco se ha avanzado, las decisiones siguen siendo individuales. Actualmente, la práctica de la maternidad sigue implicando una dedicación absoluta, lo que significa desgaste y la necesidad de posponer proyectos de realización personal. La maternidad compite con los proyectos de vida de las jóvenes quienes maternan en una permanente tensión.

 

Quizá porque la maternidad se convierte en el engranaje de la continuación del orden de género y desde este punto de vista, sigue intocado, es que nos causa esta desazón. Somos feministas, tengo un proyecto de vida propio, pero no quiero renunciar a mi deseo de maternar. ¿Qué me pierdo si renuncio a ello?

 

Entonces se embarazan en el supuesto de que realizarán una maternidad diferente a la maternidad sacrificial tradicional. Las mujeres que se atreven a intentar esta otra maternidad, construyen redes, alianzas con otras mujeres; hacen uso de servicios de guardería, lo cual viven con agotamiento y, en ocasiones con extrañeza y culpa. ¿Es esto lo que pensé que sería la maternidad?

 

¿Por qué las mujeres siguen teniendo hijos?  Una respuesta puede ser porque lo desean y este deseo se va configurando en cada época histórica a partir de diversos elementos. No se tienen hijos para garantizar la sobrevivencia de la especie, sino que la respuesta va más por el sentido del soporte emocional de lo que significa tener un hijo o hija. Anteriormente, los hijos tenían una función económica y, en sociedades como la mexicana, se convertían en el soporte para la vejez de los padres/madres, su seguro social.

 

La maternidad es como la roca que fragua los cimientos del orden de género, porque ni las libertades feministas, las críticas al patriarcado, los avances tecnológicos, las políticas, han logrado descolocar la maternidad de ese lugar fundante del orden de género porque la maternidad sigue siendo uno de los ejes de la identidad femenina.

 

Las jóvenes que hoy están en las aulas, ven transformada su subjetividad con la práctica de la maternidad. Enfrentarse a las vicisitudes del embarazo, en el sentido de cuidar de sí para hacer posible la vida que se está formando; el tránsito del parto, aprender a cuidar una cría humana en estado casi fetal, cambiar los pañales, sentir la transformación del cuerpo al lactar y otros, revoluciona la subjetividad de las jóvenes.

 

Quizá puedan explicitar los motivos que las llevó a ser madres, pero la experiencia de la maternidad se convierte en prácticas de vida que las lleva a preguntarse acerca de esa experiencia, del transcurrir como mujeres en tanto madres y de cuestionar las condiciones y posibilidades de la maternidad. Lo novedoso de ello es que se trata de voces colectivas; de mujeres madres que se reúnen para generar espacios de solidaridad que, en estos encuentros, generan comunidades de mujeres-madres y, pueden otorgar otros significados a las maternidades contemporáneas en colectividad, espejeándose unas con otras.

 

Al final de una conferencia que impartí sobre el avance de las mujeres en la educación, una estudiante me dijo “yo quería seguir estudiando maestría y doctorado, pero tuve una hija y eso me cambió la vida. Me salí de la escuela un año para dedicarme a mi hija. No podía volver a la escuela porque mi vida transcurría entre pañales. Pensé que ya no podía hacer otra cosa. Cuando, por fin retomé mis estudios, tenía otros intereses: buscaba a otras estudiantes que hubieran tenido hijos. Era como una urgencia de hablar entre nosotras”.

 

Bienvenidas los caudales de voces de todas las madres que somos.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 9 de mayo de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx