Cuidado con la hoguera
que enciendes contra tu enemigo
no sea que te chamusques a ti mismo.
William Shakespeare
Puede decirse que los procesos electorales ponen a circular emociones entre el electorado puesto de lo que se trata es de crear comunidades que sean capaces de compartir los mismos sentimientos. Ya sabíamos que los sentimientos jugaban un papel fundamental en la construcción de las identidades nacionales, puesto que, por ejemplo, “sentirse mexicano” es una suerte de orgullo.
Tanto las emociones como los sentimientos son construcciones sociales. Sin embargo, en este escrito se utilizarán las emociones como algo más inmediato, corporal, arraigado en lo biológico; en tanto que sentimiento se entenderá como una construcción discursiva socialmente situada.
Los sentimiento y las emociones son parte de nuestra memoria, de nuestra subjetividad. Nadie carece de emociones; somos educados en emociones (sentimientos, afectos) de acuerdo a la sociedad y época en que vivimos. Aunque parezca que las emociones pertenecen a cada individuo, no lo son, puesto que compartimos la forma de sentir, históricamente hablando.
En los procesos electorales se supone que seres racionales deciden su voto de acuerdo a un análisis al comparar las ofertas de candidatxs, para, en un balance de costo-beneficio, otorgar su voto a aquel o aquella que lo convenza racionalmente. Nada más lejos de la realidad, puesto que en la actualidad los votos se ganan a partir de las emociones que se ponen en juego: admiración, solidaridad, envidia, empatía, furia.
Los partidos políticos y sobre todo, lxs candidatxs, construyen núcleos duros de emociones con la finalidad de que, a partir de ese núcleo, las personas decidan el voto: convocar la empatía hacia mi persona o proyecto; pedir lealtades, ensuciar la imagen de contendientes para provocar repulsa, enojo, rechazo, odio. Todo ello son difíciles de controlar en mítines donde se exacerban emociones. La turba se vuelve impredecible, carente de reglas. En la vida pública, se puede destapar el costal de emociones de la masa, siempre y cuando se sepa a dónde se quieren canalizar.
El voto, por el contrario, es un ejercicio individual, lejos de los megáfonos, los templetes, la euforia de los mítines; de los ritmos de las canciones y la información obtenida durante las campañas. Al otorgar el voto, las personas se enfrentan a la boleta para ser cruzada. Aunque parezca que ahí las emociones no tienen cabida, sí la tienen, porque cada quien decidió su voto antes de llegar a las urnas. Optó por quién votar, precisamente, dentro del cúmulo de las emociones que lo llevará a cruzar el cuadro correcto.
Recuerdo que en la elección de 1994, en la que por primera vez votaron integrantes de las iglesias, una congregación de religiosas de la ciudad donde vivo, me llamó para que les explicara qué tenían que hacer para emitir el voto. Ví a religiosas angustiadas ante el hecho de tener que votar puesto que nunca lo habían hecho. Los superiores eclesiásticos les dijeron que tendrían que ir a las urnas pero no les dijeron en qué sentido tenían que emitir el voto. Ellas, religiosas de contemplación, alejadas del mundo -sin escuchar radio, ver televisión o cualquier otro medio de información-, tenían miedo de equivocarse y que, por su voto, el país perdiera el rumbo. Su angustia era auténtica.
En las elecciones 2024, me parece que la principal emoción que se manifiesta es el miedo. Miedo de ser asesinado por participar en política. Al miedo sucede la indignación como forma de manifestar el descontento ante diversos asuntos no resueltos en el país o cuya atención por parte de la política y la justicia, han sido insuficientes. El miedo y la indignación han dado paso a la ira/rabia, junto con lealtades o desconfianzas hacia los políticos.
Porque las emociones se radicalizan, la indignación se convierte en rabia, en ira, en acciones prácticas que pueden llevar a acciones violentas. El clima emocional está preparado para vincularse a los grupo, pasar a la acción y movilizar la participación. Desde ahí se decide la emisión del voto. En el momento de ir a las urnas las emociones ya fueron solidificadas en colores de partidos políticos, en rostros de candidatxs.
Las emociones personales se vuelven colectivas cuando se llevan a la calle, a las redes sociales, cuando encuentran los cauces para volverse grito, para volverse voto.
Por eso, votar no es un ejercicio racional, sino una combinación de emociones en la convicción de que elegir autoridades es el acto fundante de la democracia.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 28 de mayo de 2024.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx