A la salida de la Escuela
el día iba subiendo
mientras los rayos dorados de la vida
subían sin queja.
LCPLdG
Íbamos a la escuela llevando la infancia a cuestas. En el frontispicio del edificio de la escuela primaria Amado Nervo (AN), en el centro de Tepic, los constructores esculpieron “1924” como huella de su quehacer, pero a nosotras, esa fecha nos quedaba muy lejos. Era la década de los sesenta cuando las niñas íbamos a escuelas de niñas y los niños iban a las suyas.
Durante el transcurso de mi educación primaria (1960 a 1966), las maestras se sucedieron con sus voces firmes y sus perfumes suaves: Guadalupe Zavalza en primer año; Camerina Becerra, en segundo; Angelina Escudero, en tercero y cuarto; Noemí Valle, en quinto y Catalina Romano, en sexto. Las recuerdo precisas, seguras, guapas, inteligentes, con zapatillas; alentadoras de las niñas. Ellas hicieron que tuviéramos horizontes para convertirnos en médicas, maestras, ingenieras, abogadas.
De las 9 a las 13 horas estudiábamos Aritmética y Geometría, Lengua Nacional, Escritura, Estudio de la Naturaleza, Geografía, Civismo e Historia. Por la tarde, de 15 a 17 horas nos enseñaban canto y costura. Hacíamos caligrafía y a veces, repasábamos algunas lecciones que quedaban atrasadas. Las niñas éramos encaminadas a tener destrezas que nos servirían en el hogar cuando fuésemos adultas, pero también se nos alentaba para ser profesionistas en otro sentido de la vida. Las maestras eran el ejemplo, el discurso alternativo a las madres que quedaban en casa en su olor a leche hervida.
Mis hermanas y yo fuimos parte de la primera generación de alumnas que utilizamos libros de texto gratuitos; esas maravillas impresas donde el Estado mexicano plasmaba la ideología de lo que deseaba para futuros ciudadanos y para las mujeres que formarían hijos para la Patria. Los libros de texto gratuito fueron la primera biblioteca en la mayoría de los hogares mexicanos. Abríamos el libro de lectura de primer año para leer los versos:
Yo adoro a mi madre querida,
yo adoro a mi padre también.
Ninguno me quiere en la vida
como ellos me saben querer.
quizá el primer poema que niñas y niños de todo el país aprendimos; desde luego de Amado Nervo. Después vendría el poema de Gabriela Mistral:
¿En dónde tejemos la ronda
la haremos a orillas del mar?
El mar danzará con mil olas
haciendo una trenza de azahar.
Durante el año esperábamos el homenaje luctuoso a Amado Nervo que se llevaba a cabo el 24 de mayo, en el aniversario de la muerte del poeta. El acto central era el de un declamador, quien, de rodillas, declamaba versos de La Amada Inmóvil ante una mujer acostada envuelta en una sábana. Las niñas nos impresionábamos porque a la obscuridad de la noche se agregaba el vuelo de murciélagos que salían de sus escondites para, confundidos, revolotear sobre nuestras cabezas. El acto terminaba cuando todas entonábamos el himno al poeta: “Entonemos un canto al amado/de las musas que al cielo voló…”, el cual era ensayado por el maestro Pablito.
El patio era el lugar de socialización. Ahí jugábamos matatena, la cuerda, las encantadas. Ahí también se realizaban los honores a la bandera los lunes; entrenábamos las clases de educación física para el desfile del 20 de noviembre y los bailables para las fechas conmemorativas. En el patio podíamos conversar con muchachas más grandes, que nos abrían la visión del mundo más allá de nuestra edad y, también, ver a las maestras que no nos daban clase y pensar ¿cómo será su trato, su voz modulada, sus gestos?
Los salones se sucedían alrededor del patio, los grados escolares se organizaban en el orden de las manecillas del reloj. Iniciábamos primer año a la izquierda y terminábamos en el último salón de la derecha, junto a la puerta.
Aprendimos a hacer guardias, a cuidarnos unas a otras. La reja se cerraba, pero siempre había comisiones para que nadie saliera de la escuela en el horario escolar.
La maestra del primer año me seleccionó para leer en el homenaje de los lunes. De ahí para adelante, aprendí poemas de memoria para declamarlos en los eventos escolares. Ahí sentí la vibración de poemas como Destino de AN:
Destino, dime dónde, cómo, cuándo…
¡Considera que un alma está esperando!
Considera su angustia, considera
todo el desesperar de quien espera.
Mis hermanas me escuchaban memorizarlo por la casa y le agregaban: a qué hora, con quién, etc.
La infancia transcurrió entre la escuela y el camino a casa. Las compañeritas iban quedando en sus hogares porque nos acompañábamos las que llevábamos el mismo rumbo. Dejábamos que el aroma del pizarrón nos encaminara a casa; la vida se asomaba y la escuela seguía ahí, entre nosotras, como hasta hoy.
La escuela se nos convirtió en alas.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 28 de junio de 2024.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx