miércoles, 5 de marzo de 2025

Marchas feministas y el sujeto político nosotras

En México el feminismo incomoda más 

que los feminicidios

 

Pancarta en el 8 de marzo

 

El sujeto social y político del feminismo somos las mujeres. Eso ha quedado claro a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Las marchas feministas alrededor del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer y del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, han sido momentos donde las mujeres nos reconocemos en una sola voz con múltiples demandas.

 

Las marchas toman las calles para nombrar las relaciones de dominación que atraviesan a las mujeres en la sociedad patriarcal. Han roto el silencio en que se tenía a las mujeres; ese griterío establece las premisas fundamentales de la lucha de las mujeres: visibiliza las brechas de género y, sobre todo, construye un nosotras que antes no existía.

 

Las marchas también muestran el enojo ante las complicidades de los hombres para mantener el sistema de privilegios; no obstante, las denuncias sobre ello, los avances de los derechos humanos y las exigencias de justicia.

 

Las marchas construyen un sujeto colectivo desde pequeñas localidades hasta las metrópolis globalizadas. El griterío de las mujeres atraviesa el mundo a través de las redes sociales, de las plazas pintadas de violeta, de las pancartas con que cada una lleva una consigna.

 

Es cierto, las marchas nos han puesto de pie ante un sistema que nos definía como separadas unas de las otras, enfrentadas, enemigas, rivales. A través de la acción colectiva hemos sido capaces de elaborar agendas feministas, de exigirlas, de llevarlas a cabo. A través del reconocimiento de nosotras como el nuevo sujeto político de las sociedades democráticas, hemos avanzado para cambiar las condiciones en que estamos.

 

Las marchas abren el momento histórico del reconocimiento. Ahí estamos las feministas que empezamos en el siglo pasado y las jóvenes que reclaman derecho, igualdad, vidas libres de violencia, acceso a la justicia y dejar de ser vistas como cuerpos apropiables. Ahí están las académicas, las cineastas, las trabajadoras, las políticas, las artistas: todas en medio de la exigencia de otra forma de vivir, de participar en la vida pública, pero también, de relacionarnos y de construir maternidades y conyugalidades no sacrificiales.

 

Las protestas feministas se instalan en el no; en el alto a lo que existe para que pueda dar lugar a nuevas formas de relaciones. Aunque son marchas que dicen lo que no queremos las mujeres, realmente son formas de afirmar la vida de otras maneras: imaginar otros mundos y caminar hacia ellos.

 

 Las marchas abren el momento de la rebelión, pero no tendrían efecto si se agotan en sí mismas. A partir de las protestas masivas se han abierto líneas de escritura, de documentación sobre injusticias y desigualdades, tanto del yo individual como del nosotras colectivo. El yo de las mujeres individuales y colectivas está en la literatura y en la historia, la antropología, el cine. Está en la voz de las mujeres científicas.

 

Aquí aparecen las mujeres como sujetas en contextos específicos, con historias precisas. No se trata solo de enunciar demandas generales o globales en las marchas; se trata de ponerle cara, nombre y apellido a las diversas situaciones de violencia e injusticia en que se vive; determinar las brechas de género; enunciar los déficits de políticas de igualdad; revelar las dificultades para acceder a la justicia.

 

Un ejemplo de ello es la revelación de la generalidad del acoso como una verdad silenciada referida a la estructura de las relaciones de poder. Porque el acoso contra las mujeres ha sido una actitud permitida, solapada y celebrada entre los hombres en las universidades, en la cultura, en el cine, en las empresas, en el deporte, en la política, en las iglesias.

 

La revelación del acoso como una práctica de hombres depredadores ha hecho caer el hálito de prestigio de los hombres con poder porque son conductas develadas como abuso sexual. La supuesta cortesía del caballero que permitía seducir a las jóvenes, se ha revelado como violación.

 

Ha sido necesaria la insurrección de las mujeres a través de las marchas, del movimiento colectivo para vislumbrar otro lugar para las mujeres; el reconocimiento de su voz como legítima; de sus deseos como existentes y válidos. Para que empecemos a documentar el lugar de subordinación, opresión y falta de poder en que estamos y, sobre todo, encontrar un lenguaje propio en el cual enunciemos los mundos que queremos.

 

Leeré el poema titulado Huelga, de Gioconda Belli, poeta nicaragüense de 1948:

 

Quiero una huelga donde vayamos todos.

Una huelga de brazos, de piernas, de cabellos,

una huelga naciendo en cada cuerpo.


Quiero una huelga

de obreros                  de palomas

de choferes                 de flores

de técnicos                 de niños

de médicos                 de mujeres


Quiero una huelga grande,

que hasta al amor alcance.

 

Una huelga donde todo se detenga,

el reloj            las fábricas

el plantel         los colegios

el bus              los hospitales

la carretera    los puertos


Una huelga de ojos, de manos y de besos.

Una donde respirar no sea permitido,

una huelga donde nazca el silencio

para oír los pasos del tirano que se marcha.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 8 de marzo de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

Las cínicas y la tierra extraña

Tú me quieres alga,

Me quieres de espumas,

Me quieres de nácar.

Que sea azucena

Sobre todas, casta.

De perfume tenue,

Corola cerrada.

 

Alfonsina Storni

 

¿A dónde van las cínicas? a tierras extrañas lejos de las noches de temor y de terror. Las cínicas no tienen compromiso con el viejo piso moral que las reduce a vientres fecundables, a cuerpos violables, a inteligencias domesticables.

 

Las cínicas se apartan del binomio en que están encerradas en el dominio patriarcal: buena-mala, pasiva-violenta, nuera-suegra, sumisa-desvergonzada, cotidiana-exótica, dulce-maligna, subordinada-fiera, para subvertir ese lugar y convertirlo en la tierra extraña de nuevos amaneceres.

 

Las cínicas reconocen que los varones no están dispuestos a actuar bajo los códigos morales que ellos mismos han asignado a las mujeres. Entonces, ellas tampoco están dispuestas a cumplir ningún código que ellos no se autoimpongan. Como dice Alfonsina Storni: ¿Tú me quieres blanca? ¿tú me quieres alba? Vete a la montaña, límpiate la boca. Toca con las manos la tierra mojada.

 

El piso moral que las cínicas fracturan es el que reconoce al hombre como el dios que ilumina la historia, la literatura, la política, donde las mujeres son inferiorizadas, depositadas en el subsuelo de la ciudadanía, en la cueva del amamantamiento presocial.

 

Las cínicas tiran la supremacía masculina a la vergüenza de la historia; desnudan la ética racional para mostrarla como misoginia.

 

Gritan las cínicas, ladran. No razonan en el logo del amo porque ahí el lenguaje es trampa para volver a someterlas. El lenguaje es una prisión circular cuyos andamiajes conducen a pensar en los mismos caminos de la razón androcéntrica. El discurso que el hombre se da a sí mismo lo posiciona como el ser racional y todo lo demás, mujeres, animales, naturaleza le son subordinados.

 

Por eso el grito antes del logo. Por eso el murmullo antes que la palabra.

 

La cínicas no reconocen al hombre como cultura ni a las mujeres como naturaleza. Es solo el ilusionismo de la supremacía, las trampas de la razón las que convierten inferiores a las mujeres.

 

Las cínicas no quieren ser una idea que el hombre ha construido para la existencia de sí mismo. No son las idénticas ni las intercambiables; no son un rol ni las repetidoras de sus apellidos. No son la satisfacción de sus fantasías y deseos.

 

Las cínicas repudian el romanticismo según el cual las mujeres son sensibles y espirituales, por lo que deben seguir siendo esposas y madres y abonar con su ternura el mundo.

 

Las cínicas no reconocen un destino por nacimiento: ni heroína, ni monja, ni hija, ni supermadre; ni mujer fatal ni ángel de la casa,  ni exótica o recatada; ni ninguna categoría que nos digan qué somos.

 

Las cínicas no quieren ser como las hormigas, que al final de la cópula pierden las alas.

 

Las cínicas son irreverentes, locas, rotas, feas para los códigos de la belleza normada. Se despojan de las religiones, de los códigos civiles y de la moral que se han tatuado sobre sus cuerpos. No quieren ser medias naranjas, ni naranjas completas. No quieren ser damas para ningún caballero ni doncellas para ningún enamorado. No quieren ser Julietas ni Penélopes, ni musas ni brujas; ni flores ni vírgenes coronadas.

 

Quieren las tierras extrañas, las tierras libres para otra manera de ser. Quieren levantarse de las esclavitudes en que están, liberarse de las tutelas permanentes, cómo dice la poeta Maya Angelou, en el poema Y aún así me levanto:

 

Tú puedes escribirme en la historia
con tus amargas, torcidas mentiras,
puedes aventarme al fango
y aún así, como el polvo… me levantaré.

¿Mi descaro te molesta?
¿Por qué estás ahí quieto, apesadumbrado?
Porque camino
como si fuera dueña de pozos petroleros
bombeando en la sala de mi casa…

Como lunas y como soles,
con la certeza de las mareas,
como las esperanzas brincando alto,
así… yo me levantaré.

¿Me quieres ver destrozada?
¿Cabeza agachada y ojos bajos?
Hombros caídos como lágrimas,
debilitados por mi llanto desconsolado.

¿Mi arrogancia te ofende?
No lo tomes tan a pecho,
Porque yo río como si tuviera minas de oro
excavándose en el mismo patio de mi casa.

Puedes dispararme con tus palabras,
puedes herirme con tus ojos,
puedes matarme con tu odio,
y aún así, como el aire, me levantaré.

¿Mi sensualidad te molesta?
¿Surge como una sorpresa
que yo baile como si tuviera diamantes
ahí, donde se encuentran mis muslos?

De las barracas de vergüenza de la historia
yo me levanto
desde el pasado enraizado en dolor
yo me levanto
soy un negro océano, amplio e inquieto,
manando

me extiendo sobre la marea.

Dejando atrás noches de temor, de terror,
me levanto,
a un amanecer maravillosamente claro,
me levanto,
brindado los regalos legados por mis ancestros.
Yo soy el sueño y la esperanza de la esclava.
Me levanto.
Me levanto.
Me levanto.

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 1 de marzo de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx