lunes, 30 de junio de 2025

Recuerdos de piedra

Olvidé mi memoria,

dejé jirones rotos,

esparcidos en el último sitio

donde una breve estancia

 se creyera dichosa:

allí donde comíamos

en torno de una mesa

el pan de la alegría y los frutos del gozo.

 

Rosario Castellanos. Destino (fragmento)

 

Frente a la casa de mi infancia, en la calle Zapata 196 poniente de Tepic, Nayarit, estaba el cuartel militar del Ejército mexicano; más bien, lo que veíamos, era la parte posterior del cuartel, cuya entrada principal estaba por la calle Morelos. Mi padre nos enseñó a identificar los toques de trompeta: el clarín del despertar; la llamada a rancho (o sea, a comer); el toque de formación, el toque de despedida y la llamada a silencio, entre otros.

 

En esa época casi no había relojes en las casas ni se había masificado el reloj de pulsera, por lo que tanto los toques militares como las campanadas de las iglesias, marcaban el tiempo.

 

Los soldados salían del cuartel y las niñas de entonces veíamos su desfilar solemne. Frente al cuartel estaba un local que había sido el Cine Lírico en los recuerdos de mi madre. En la década de los sesenta en la parte de arriba, funcionaba una radiodifusora, creo que era la XEOO, cuyo locutor, con su voz educada, nos saludaba al pasar.

 

Por la misma calle Zapata pasando la calle Durango vivía don Roberto López, que entonces vendía la Salsa Huichol en envases de cristal y tapa de corcholata.

 

A la vuelta, por la calle Durango, estaba la librería del maestro Vázquez Roda y enfrente, la casa del historiador don Everardo Peña Navarro.  Un poco antes de la librería se ubicaba el consultorio dental del Dr. Uribe, que, además, formaba parte de los aficionados a los toros en aquella época.

 

Íbamos al mercado grande, hoy llamado Mercado Juan Escutia. Entrábamos por un zaguán oscuro donde mujeres enrebozadas vendían una golosina llamada monteduro, una combinación de semillas, cacahuates y garbanzo, pegadas con miel. Los pollos se exhibían vivos para que las mujeres los escogieran de acuerdo a su parecer. Los jabones los vendían envueltos en papel periódico, pero el azúcar y el frijol, se envolvían en papel de estraza. Se compraba un peso de manteca en recipientes que teníamos que llevar para que los rellenaran. Barro, aluminio o peltre; de eso eran los recipientes, todavía muy lejos de la era del plástico.

 

El mercado era un edificio con paredes gruesas y daba la impresión de tener dos pisos. Era un júbilo caminar por esos pasillos de frutas coloreadas, puestos de quesos frescos, olor a chicharrones, a rellena cocinada, a flores recién cortadas. Visitábamos los típicos lugares donde se confeccionaban tortas y chocomiles y también los puestos de juguetes mexicanos.

 

A veces vendían conejos listos para el sartén y también huevos de caguama que se debían comer ahí mismo con un poco de sal.

Lo mejor de esa época eran las paletas de El Perico, una paletería por la calle Durango, casi para salir a la calle Lerdo. El sabor inigualable de las paletas de frutas y de leche nos volvió privilegiadas los instantes en que saboreamos esas delicias.  

 

Si seguimos por la calle Hidalgo, en la esquina con Durango se encontraba la agencia de autos Ford, si no me equivoco. Al pasar veíamos los coches nuevos en una ciudad donde el transporte privilegiado era el Llanitos-Mololoa. Todavía no se fundaba la universidad, por lo que la ruta más larga era Mololoa-Llanitos y al revés.

 

Por la calle León, pasando la calle Morelos, funcionaban las oficinas de Tabaco en Rama, cuyas secretarias nos regalaban papel carbón cuando estaba demasiado gastado. Parecía magia dibujar sobre los cuadernos las imágenes de la Pequeña Lulú, los Súper Sabios o Chanoc, gracias a ese papel obscuro quebradizo. En la esquina se encontraba un lugar donde fabricaban velas, así que nos entreteníamos viendo cómo los pabilos iban engordando en cada uno de los baños de parafina.

 

Si cruzamos la calle llegamos al parque de la Madre; el monumento era una fuente de agua, la cual a su alrededor tenía sembradas amapolas. Mostraba a una mujer de faldas largas y rebozo con varios niños frente a ella. Las alumnas de entonces, guardábamos los pétalos de las flores. Su belleza perduraba entre las hojas de los libros devolviéndonos la calma de la tierra en que habían crecido.

 

El altar del templo del Sagrado Corazón estaba vuelto a la pared. Las misas se decían en latín dando la espalda a los fieles quienes ocupaban sus mentes en imaginar cualquier cosa mientras el padre hablaba con la corte celestial. Nosotras y mi madre nos sentábamos en las bancas de la derecha, mientras mis hermanos y mi padre, lo hacían en las bancas de la izquierda. ¡No se permitía que mujeres y hombres se sentaran juntos! Usábamos pañoletas para taparnos la cabeza al entrar al templo; en tanto los hombres tenían que quitarse los sombreros en rituales diferenciados para mujeres y hombres. Las mujeres cubiertas mientras los hombres tenían que estar descubiertos de la cabeza.

 

Más allá estaba la Alameda. Aunque el nombre de la de hoy sea Alameda, no era la misma. La de mis recuerdos se abría en la mañana y se cerraba por la noche, lo que indica que tenía puerta tanto en el lado de la calle Allende como de la carretera, que así le decíamos a la que hoy se conoce como avenida Insurgentes. El lado correspondiente a la calle Oaxaca lucía una reja forjada de hierro que se consideraba emblema de la ciudad. Se llegaba al centro de la Alameda a través de corredores donde, de tanto en tanto, había fuentes con cisnes de cemento. En cada uno de los cuatro costados, las esculturas que simbolizaban las estaciones del año se levantaban entre la vegetación que ensombrecía el lugar por lo tupido de los álamos. Al centro de la alameda estaba el kiosko, donde los domingos, escuchábamos conciertos de orquestas sinfónicas.

 

Si salimos por la calle Allende se encontraban los estadios de futbol y de béisbol; uno al lado del otro. Los estadios simbolizaban una frontera cultural porque a partir del estadio de béisbol iniciaba el norte con sus bandas, tamboras y tortillas de harina. El estadio de futbol, por su parte, simbolizaba el occidente donde predominaba el mariachi y el pozole.

 

 El primero de enero de 1964, las niñas de la escuela Amado Nervo hicimos una tabla gimnástica en el estadio Nicolás Álvarez Ortega como parte de las celebraciones de la toma de posesión del gobernador Julián Gascón Mercado.

 

¿Por qué narro estos recuerdos, que seguramente tienen inexactitudes? Porque la sola reconstrucción del estadio no devuelve el pasado. El estadio correspondió a una época que no regresará. ¿Cómo hacer volver la rueda del tiempo? ¿Cómo hacer liviano lo pesado?

 

¿Volverá también la zona militar al centro; ¿la reja, a la Alameda?

 

El estadio Nicolás Álvarez Ortega no regresará porque fue demolido. Regresa en la añoranza de quienes lo conocimos, pero nada más. Las técnicas de construcción son diferentes hoy que las de la década de los cuarenta cuando se edificó. La ciudad no es la misma ni nosotras lo somos. Quizá fue el emblema del deporte en su momento, hoy no lo es.

 

Debemos dar vuelta a la pagina para imaginar el símbolo de la ciudad de hoy y no empecinarnos en algo que ya pasó. Pensar hoy el símbolo de la paz y de la armonía que confluya con todo a través de las expresiones del espíritu de nuestro tiempo.

 

Abramos los espacios a la danza, al canto, a la palabra, al teatro, a los pinceles, a la música. Abramos las puertas al arte de hoy porque

 

No hay nada en el mundo

tan frágil como la añoranza

tan volátil,

tan traidora.

 

La añoranza es el aroma del tiempo

que se fue,

permanece inalterada un instante

porque al siguiente, se aligera.

 

Todo lo que pasó no tendrá poder de turbación

si lo dejas ir.

Si te empecinas en ese pasado,

Te volverás de piedra como la piedra que añoras,

pero no serás piedra fundante, serás escombro.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 28 de junio 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

domingo, 22 de junio de 2025

Te llamaré Padre. Las escritoras y la paternidad

Soñé que destazaba

el cadáver de mi padre,

 el cual esperaba,

 frío y azul, en su camilla de hospital.

 

Esther M. García

 

Uno de los poemas más conocidos de una escritora hacia su padre es el de Gabriela Mistral, titulado Padre: has de oír, publicado en 1922. Inicia: Padre: has de oír este decir que se me abre en los labios como flor. Te llamaré Padre, porque la palabra me sabe a más amor.

 

Algunas escritoras han realizado poemas a Dios, en tanto padre. Este es el caso del poema Ante tus ojos benditos de Sor Juana Inés de la Cruz Ante tus ojos benditos/Las culpas manifestamos, /Y las heridas mostramos, /Que hicieron nuestros delitos…

 

En México, tenemos novelas escritas por mujeres a partir del padre ausente, como Agua para Chocolate de Laura Esquivel. También la novela Temporada de huracanes de Fernanda Melchor donde el abandono del padre traza el hilo conductor.

 

Esther M. García, escritora nacida en Coahuila en el libro La destrucción del padre transmite angustia y desasosiego a partir de una sintaxis aparentemente cotidiana Yo lloraba, moqueaba, gimoteaba. No era yo, era una niña. La niña de cinco años que amó a su padre. La niña de cinco años a la que su padre abandonó en una plaza con la esperanza firme de nunca volver a verla (Libro disponible en Mapa de escritoras mexicanas).

 

Coral Bracho, dedica el poemario Ese espacio, ese jardín (2003) al recuerdo de su padre, al cariño que le dedicó durante los años de su infancia. Uno de los poemas dice: Ese meollo asible de hacinada ternura/ese delgado/envés. Los muertos vuelven también allí. /De allí nos miran; nos reflejan. Nos orillan a ver. / Unen la luz del tiempo, las estancias abiertas, incesantes, /del tiempo, su entramado acaecer, sus desbordadas resonancias en el cenit/ de una alcanzada desnudez: ese gozo que vuelve, /nítido.

 

Alma Delia Murillo, en La cabeza de mi padre emprende una búsqueda sobre el padre ausente. Si bien, Pedro Páramo de Juan Rulfo es la búsqueda del padre poderoso y cruel contada por su hijo Juan Preciado, la novela de Alma Murillo es la búsqueda de un padre impreciso, del cual la autora tiene pocas noticias. La búsqueda ocurre en el México contemporáneo, cuando la autora y también protagonista de la novela, decide iniciar la búsqueda de su padre ausente a partir de “dijeron que trabaja allá”, “tiene tal horario”. El padre se evapora cada vez que va a encontrarse con él, hasta que, por fin, logra tener un encuentro con él.

 

Aquí quisiera reflexionar sobre los padres que no reconocen a sus hijos, o si los reconocen, los expulsan de su vida. ¿por qué unos padres seleccionan a unos hijos o hijas para que sean sus hijos, para estar en vidas y a otros, simplemente los ignoran, los olvidan? ¿Qué nombre tenemos que inventar para esto?

 

Quiero terminar este breve homenaje a las escritoras mexicanas que han escrito sobre su padre, en el entendido de que se trata de un recuento incompleto, con un poema de mi autoría.

 

Mi padre era un hombre triste.

 

También era el camino

hacia el mar

los domingos de verano.

 

Nos llevaba a recordar

los mares

que nunca recorrió,

las estrellas

que le guiñaron

 en sus exploraciones.

 

Mi padre

volvía a nacer en cada hija

y en las hijas de las hijas

como solo podía nacer

de nuevo

este hombre que era mi padre.

 

Se hizo viejo de estar triste

hasta que el tiempo lo encontró

sin cicatrices.

 

El día que murió

empezó

a ser un barco

a la medida

de su muerte.

 

En las manos

le dejamos

una cuerda

para que

en el vaivén

mantuviera el equilibrio.

 

A veces oigo

su suspiro

por donde le entraba

la tristeza.

 

A veces,

su voz, leve cómo él,

cae todavía

al corazón.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 21 de junio 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx



[1] Socióloga de la Universidad Autónoma de Nayarit lpacheco@uan.edu.mx

domingo, 15 de junio de 2025

¿Por qué el poder desprecia las artes?

Cuando yo nací había luna llena;

Eso explica el impulso hacia la muerte.

Era redonda como los ciclos

 que terminan y empiezan

en el ciclo incierto

 de los números, del infinito

 

Cinthya Morado. Poeta

 

La mexicana Graciela Iturbide fue merecedora del Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025 por su “mundo hipnótico” plasmado en las fotografías a blanco y negro. El Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México fue, también merecedor del Premio Princesa Asturias de la Concordia de 2025, donde lo que se premia es el arte del mundo indígena antiguo y presente.

 

El arte es lo único que sobrevive cuando las sociedades desaparecen. Ahí están las estelas mayas, la Piedra del Sol, la Coyolxauhqui ¿A qué vamos a los Museos? A apreciar las formas estéticas con que los diversos pueblos se han figurado el mundo. ¿Por qué visitamos grandes monumentos o vamos a conciertos? Para dar cuenta del arte de otras civilizaciones. Desde la muralla china hasta la escultura la Pequeña Bailarina, de Edgar Degas que representa a una estudiante de danza y que se exhibe en el Museo de Nueva York; desde la Tocata y Fuga en Re Menor de Bach hasta las estatuillas de las tumbas de tiro del Occidente de México; desde el busto de Nefertiti en el Museo Egipcio de Berlín hasta las redondillas de Sor Juana; lo único que sobrevive de las edades es el arte.

 

El gobierno de Nayarit, no lo sabe o si lo sabe, prefiere ignorarlo. Nayarit fue la última Entidad Federativa que tuvo fondos federales para proyectos de arte locales, debido a la falta de estructuras viables que les dieran seguimiento a dichos fondos en esquemas de transparencia. Se tuvo que crear el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes a partir de gestiones ciudadanas para que los fondos federales empezaran a fluir en la década de los noventa.

 

¿A qué viene esta historia? A que el gobernador actual ordenó la destrucción de la Ciudad de las Artes que incluye la Escuela Estatal de Música, un Foro al Aire Libre, La Escuela de Bellas Artes, un Skatepark y un espacio de conservación de la naturaleza local.  En su lugar pretende edificar un estadio de futbol.

 

El argumento principal para la destrucción es el descuido, un descuido provocado por el propio abandono del gobierno estatal hacia la infraestructura cultural y artística. No es austeridad, es abandono.

 

¿Cuál es la superioridad del futbol que hace que en Nayarit existan dos estadios, uno monumental, otro olímpico y ningún equipo de futbol de primera división ni de segunda? Pero no bastan dos estadios, se pretende construir un tercero en los terrenos que habían sido dedicados a la cultura.

 

El Coras Futbol Club, antes Coras del Deportivo Tepic, es una franquicia particular que ni siquiera tiene su sede en Tepic, sino en Piedras Negras, Coahuila; equipo que, por cierto, pausó su actividad desde la temporada 2024-2025. O sea, no tenemos equipo de Fut Bol local, ni bueno, ni mediano, ni malo.

 

Se pretende hacer un nuevo estadio para el fracaso. Este fracaso anunciado tiene un presupuesto de 420 millones de pesos y su construcción seguramente ha sido dada a las empresas de algún miembro de la clase política local, en lo que se conoce como los negocios desde el poder; práctica que dio lugar al compadrazgo en la política mexicana del siglo XX y hoy a los socios que hacen negocios a costa del erario.

 

Es cierto que el espacio fue destinado a Ciudad de las Artes por el Gobernador Ney González Sánchez; es cierto también que el contrincante de Ney González a la gubernatura fue el ahora gobernador; es cierto que en esa época se habló de un fraude electoral. ¿Estamos, por ello, ante una venganza política donde se quiere borrar lo que hizo ese gobernador y superponer otro nombre? No lo sé, espero que no. Sólo sé que los nombres de Ney González y Miguel Ángel Navarro Quintero están unidos en una cicatriz que no cierra todavía, cicatriz que atraviesa la política actual.

 

En lugar de pensar que los Pumas o el Cruz Azul podrían encontrar talento en Nayarit, podemos pensar que Elisa Carrillo, Primera Ballerina en el Sttaatsballet de Berlín, pudiera comprometerse con la danza nayarita para formar nuevas generaciones de bailarines. Sus padres y abuelos son de Santa María del Oro, Nayarit, lo que le otorga una conexión especial con la entidad.

 

Entre tanto, la juventud nayarita protesta por el despojo. Ahí están las bailarinas, danzando entre los escombros como si fuese un lugar bombardeado; ahí están los músicos esperando la lluvia con los violines, los chelos y las guitarras; ahí están las poetas celebrando la gloria de las palabras. Las colectivas de la cultura, las activistas están ahí en la protesta contra la destrucción.

 

Las estudiantes de arte, los estudiantes de música, los patinadores de skate, las cuidadoras de la naturaleza tienen la suficiente superioridad moral sobre quienes destruyen. Ellas y ellos con su arte edifican, siembran; se oponen a los destructores, liberan el alma porque el arte nos rescata de un pozo que se cree infinito. Un pozo donde la única voz que habla es la del poder en su vocación de destrucción.

 

¿Por qué el poder desprecia las artes? porque el arte despierta conciencias, dice lo políticamente incorrecto, desafía autoritarismo y nos hace soñar con futuros diferentes. Cada vez que un joven toca un violín, cada vez que una bailarina se para de puntas, sabemos que el sol va a brillar otra vez

 

Cuando estos pájaros dejen de silbar, cuando estas alondras dejen de bailar las hipnóticas melodías, preocupémonos, porque era la única oportunidad de saber que viene la luz.

 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 14 de junio de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Socióloga de la Universidad Autónoma de Nayarit lpacheco@uan.edu.mx