domingo, 13 de julio de 2025

Aguas Turbias de Luis Manuel Robles Naya

Y así pasan los días y los meses, 

y los años vuelan más rápido que los cometas.

 

Luis Manuel Robles Naya

 

“En esta casona vieja de paredes despostilladas, el tiempo es como el musgo, adherido tercamente a los rincones, destilando ayeres en cada madrugada, rondando siempre a despecho de los relojes que aquí no existen y ni siquiera importan. Aquí no es necesario buscar los recuerdos: llegan sin convocatoria ni aviso, fluyen por la memoria sin concierto ni orden temporal…”

 

Así inicia el texto denominado Recuerdos, escrito por Luis Manuel Robles Naya, como parte de los 16 textos reunidos en el libro Aguas Turbias, primera obra de este autor.

 

¿Por qué es relevante que las personas escriban las historias de sus pueblos? Porque quienes escriben le aportan sentido al pasado no como algo que sabemos que ya no está, sino como sucesos que ayudan a perfilar el presente que vivimos. Construyen también, identidad

 

¿Por qué sabemos que alguien es de Santiago? Porque el río le atraviesa; también, el calor; el calor que se enfrenta con paliacate en mano, con abanicos, con continuos refrescarse. En estas narraciones el río, como la vida, sigue

 

“deslizándose por la ladera del otero, que parece repartirla por todos sus lados. Sus veredas resbaladizas fluyen en todas direcciones, hacia el norte para el estadio, el rebaje por el oriente y la ladera contraria que mira hacia los ocasos, resguardando el caserío de techos de teja, la mayoría con paredes encaladas de colores vivos, y el último tramo del río, al que se escurren las aguas del temporal y al que confluyen las vidas de todos. Ese río por el que pasó la revolución y también tuvieron que cruzar los españoles en sus expediciones, por el que navegó la historia de la conquista, saliendo sus barcos del Botadero”

 

Es importante detenernos en cómo recordamos lo que recordamos. Puede ser que alguien experto nos hable de la dinámica de los recuerdos a corto plazo o a largo plazo o informarnos que no existe un solo lugar en el cerebro para contener todos los recuerdos. Si bien es necesario conocer la fisiología de los recuerdos, en el caso que nos ocupa, nos detenemos en el significado que tiene para la persona que lo recuerda y para quienes los escuchan y comparten. Cada uno de los recuerdos tiene una memoria simbólica que, a su vez, construye otras historias. No la de la historia oficial que siempre nos devuelve dos o tres lugares emblemáticos, sino la historia construida de los pequeños momentos vividos por sus habitantes. Así entramos al soliloquio del loco, que no está loco, pero adquiere la identidad de loco para oponerse a los convencionalismos sociales. También entramos al dolor de quien se niega a ver al viejo en su decrepitud, quizá porque le anticipa su propia vejez.

 

En el libro encontramos escritos en primera persona y en tercera; leemos monólogos y palabras al viento. De esta manera, el autor va hilvanando recuerdos al tiempo que muestra personajes que ya no existen pero que anduvieron por esas calles. Lo mismo observa al colorín posando sobre las ramas de los eucaliptos cuando los rayos amarillos del sol los inunda de claridad, que los muchachos bañándose en el río o la cuna donde duerme la recién nacida cuando llegan los forajidos por el oro; nos avisa del feminicidio que se va a cometer en la mujer adúltera.

 

A la mirada de Luis Manuel Robles Naya no escapan ni las piedras reverberantes, expulsando el vapor resultante de la humedad dejada por la lluvia.

 

El río vuelve en la narración; el río, siempre el río:

 

“Está más ancho que ayer y viene arrastrando troncos y animales; nomás veo cómo se sambuten y vuelven a flotar entre la corriente, unos ya patas p´arriba y otros que nomás sacan la cabeza y mugen, como que acaban de caer y todavía tienen fuerzas para luchar contra el torrente. Aquí, tirado donde estoy, se ven claritas las nubes negras, gordas y pesadas, tan densas que parece que se van a jalar el cielo detrás de ellas, descolgándose desde los cerros por el rumbo del puente del Chalán, pero más arriba, en las orillas de la sierra.

 

Quien recuerda es como quien ve por primera vez, como si las descubriera y quisiera dejarlas fijas en un tiempo inmóvil. Es cierto, las recuerda para él mismo, pero también para todos aquellos que forman parte de las generaciones que fueron atravesadas por las corrientes del río, desde que se tiene registro de él, hasta la actualidad.

 

Dicen que no siempre es el mismo río, pero puede ser que sí lo sea en la memoria de quien lo recuerda, aunque se convierta en la metáfora del pasar de la vida:

 

“La vida pasa como las aguas turbias: lenta, pero fluida en el estío; bronca cuando la naturaleza lo exige; violenta y rápida, impredecible para muchos”.

 

Muchas gracias a Luis Manuel Robles Naya por hacernos partícipes de estos recuerdos; por unirse a las voces que hablan de Santiago y, sobre todo, por la prosa directa con que escribe.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 12 de julio 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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