“El mundo es un
escenario
y todos los hombres y mujeres son meros
actores
tienen sus
salidas y sus entradas”
William Shakespeare. “Como gustéis”
Pues no. La democracia representativa no garantiza seleccionar “a los
mejores hombres” para gobernar. Ahí tiene usted a Maduro en Venezuela, a Peña
Nieto en nuestro país y a Trump en Estados Unidos.
De acuerdo con los clásicos, la democracia, “el poder del pueblo” permitiría
la abolición del derecho divino de sucesión, la perpetuación de una familia en
el poder. En cambio, la democracia permitiría seleccionar a las mejores
personas para la conducción de las naciones, pero muy rápidamente se vieron las
falacias de la democracia representativa.
El mercado, o más bien dicho, la mercadotecnia, se entreveró con la
selección de los candidatos. De ahí que las candidaturas tengan más parecido a
la venta de una presentación de papas fritas que a seleccionar proyectos de
país. Hoy los candidatos y las candidatas tienen que realizarse una
“ingeniería” facial si quieren presentar caras amables, sonrisas amigables a un
electorado que, acostumbrado a seleccionar envoltorios en el supermercado,
también elegirá de acuerdo a la apariencia.
La democracia del capitalismo contemporáneo poco tiene de parecido con
la democracia de Atenas. En la ciudad griega ser ciudadano significa ser
miembro activo del Estado en una democracia directa. Aquí se tiene un sistema
de gobierno en grandes territorios por lo que la ciudadanía no tiene ni
remotamente la posibilidad de participar directamente en la elección de sus
gobernantes. Apenas puede intervenir en la elección de sus representantes a través de partidos políticos y es
justamente aquí donde se encuentra el piso falso de la democracia. La invención de los partidos políticos
convirtió a la democracia en una franquicia de partidos.
Hoy el señor Trump ha sido electo presidente de los Estados Unidos en
un proceso de colegios electorales. Entonces ¿a quién representa? Sin duda, una
parte del electorado votó por él, pero no significa que sea la mejor persona
capaz de dirigir los destinos de los Estados Unidos. Lo que muestra es haber
tenido el equipo más hábil para lograr la nominación, dejar atrás a sus
contrincantes y vencer sobre la candidata del partido demócrata.
¿Qué muestra también el Sr. Trump? La fragilidad de la normatividad.
Si es capaz de anular tratados, desaparecer derechos, anular prerrogativas,
eliminar fondos, sancionar naciones, por sí solo, entonces es el sistema
normativo cuyas paredes de papel empiezan a desmoronarse.
Sale la marea rosa a la calle, sale la juventud que protesta, lo harán
después los migrantes, los refugiados sirios, los desocupados, los artistas,
los discapacitados. Tal vez hoy no tengan más solución que la calle, más
protesta que las banderas. Tendrá el Sr. Trump que verse en el abismo del
desgobierno para que entienda que la democracia que lo llevó a ser presidente,
no puede ser un cheque en blanco para que se convierta en el tirano que ya es.
Le va a costar al pueblo de los Estados Unidos y al mundo entero. Porque
en la democracia moderna lo más importante no es el voto del pueblo, esa es la
manera de llegar, sino que lo que importa es el control del poder por leyes,
derechos; lo más importante es la libertad de quien gobierna dentro de los límites
que da la ley.. Hoy el Sr. Trump no tiene límites. ¿Cómo hará el mundo para controlarlo?
¿Cómo haremos todos y todas?
Publicado en Nayarit Opina, Tepic,
Nayarit, 26 de enero de 2017.