Para Aída Quintero
y su familia
El muro al sol respira, vibra, ondula,
trozo de cielo vivo y tatuado;
el hombre bebe sol, es agua, es tierra.
Y sobre tanta vida la serpiente
que lleva una cabeza entre las fauces:
los dioses beben sangre, comen hombres.
Octavio Paz. Relieves
El tiempo se vacía
de horas mientras los que salieron no regresan a casa. Como tú y como yo,
desayunaron temprano y se fueron con sus pies danzantes a seguir la huella de
los días en el trabajo que les tocaba: choferes de taxis, practicantes de
médicos, maestras, estudiantes.
Las balas cercan
la vida solamente porque sí, porque son pulsadas por asesinos que impunes
establecen la muerte en donde sea. Todas las noches, baja a la penumbra la
sombra de los asesinos que no dejan vida a la vida.
Enseñamos a
nuestros hijos a desconfiar. Entrenamos a nuestras hijas en la advertencia.
¿qué sociedad podrá prefigurarse cuando la desconfianza está entre nosotros?
¿De qué manera atisbaremos a los vecinos, a quienes pasan si no es con una
sombra de desasosiego?
No tenemos más la
sociedad del cuidado, el barrio donde jugamos y socializamos, las calles
convertidas en ríos de niños y niñas detrás de las pelotas. Adiós a la
convivencia y la tertulia. Es la hora de la serpiente que se enrosca en la
penumbra para devorar.
Aquí asesinan inocentes
y mancillan hogares. Entran impunemente a los domicilios a robar la
tranquilidad de la familia, a fundar el desasosiego, la instalar la
incertidumbre. Es la avaricia por la riqueza fácil, es la voracidad y la
ambición a toda costa, fuera de la ley y del derecho.
Y mira a quienes
deben cuidar el orden, garantizar la convivencia, mediar el conflicto: en su
fiesta de luces, en su jolgorio de piedra, en su embriaguez de democracia. Dispuestos
a contender por los puestos públicos de nueva cuenta para no dar cuenta de la
vida de los pobladores. Disponen del tiempo de nosotros, de nuestro trabajo, de
nuestras vidas, de nuestros hijos e hijas.
¿Y la inteligencia
policiaca? ¿y las indagaciones? ¿y las averiguaciones? Todo se desvanece ante
la cruda realidad de la criminalidad sin más ley que su propia ley. De nada
sirven las leyes enaltecidas, los derechos proclamados, las sentencias de
eruditos, los libros de los jueces. La criminalidad tiene sitiada a la ciudad
sin que nadie sepa desarmar sus guaridas.
Los muchachos que
salieron a la calle vivían entre nosotros. Una familia los esperaba al regreso.
Al caer la tarde alguien les preguntaba ¿cómo te fue? ¿estás cansado? ¿Quieres
pan? Las palabras rutinarias con que se instala la vida en los cuerpos de
quienes amamos, con las que se alienta el sueño. Alguna vez conversarían con
nosotras. Ahora no regresarán porque los criminales cortaron el regreso. Nadie
podrá ver de nuevo la sonrisa de esas caras, no se conocerán sus rostros en la
madurez.
Tal vez hemos
entrado a un camino sin retorno, a un México sin solución sexenal hasta que la
bestia que desde el inframundo social se instale otro orden de la no impunidad,
de castigo a los culpables.
Devolvámonos la
esperanza.
Publicado en
Nayarit Opina, diciembre 8 de 2017.
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