Nunca le pongas nombre a un perro
callejero,
te seguirá por siempre
Coco
Escucho a mi nieta de siete años llegar
a casa cantando Ayer lloraba por verte.
Casi grita cuando dice: ¡Hoy lloro porque
te vi! Empiezo a cantar otros versos, pero ella me corrige: así no es, abuelita.
Sí, ella se fascinó con Coco, película
que logró la maravilla que niñas y niños canten esa canción antigua de La
Llorona que cantaba mi abuela a principios del siglo XX. ¿Qué tiene Coco que
logra articular generaciones más allá de fronteras, grupos y nacionalidades?
Coco vehiculiza sentimientos sobre lo
mexicano para espejearnos en el éxito de Guillermo del Toro. Porque México está
en la abuela del mandil, en la pedagogía de la chancla, en el altar oaxaqueño, en
el estereotipo de los héroes populares muertos (Pedro Infante, Frida). Mientras, la pobreza, el abandono del padre,
el autoritarismo, se condensa en una fascinación de lo nuestro, se le apropia
como lo exótico mexicano envuelto en colores brillantes que hipnotizan, en
música directa al corazón.
¿Quién no siente orgullo al ver
reflejado el esfuerzo de las mujeres mexicanas abandonadas por el marido? En
lugar de llorar y convertirse en población vulnerable para los programas estatales,
instauran negocios familiares de los que son exitosas.
Coco exhorta al público a identificarse
con distintos personajes de la película. En primer lugar, está Miguel, el niño
héroe a quien la familia quiere imponer un oficio, pero se erige como paladín
de la libertad, de la voluntad. En segundo lugar, está Héctor, convertido en
villano por abandonar la familia, pero que esconde el secreto de la inocencia
al ser asesinado por el verdadero villano. Experimentamos una piadosa
indignación ante la trama de la película que transcurre en un contexto donde lo
mexicano es un pueblo provinciano con la familia como ancla de la vida social
envuelta en eso exótico que significa el México de adentro: tamales, papeles de
colores, mariachi, niños que lustran los zapatos, la fiesta, las costumbres.
El sentimentalismo nacional que provoca
la película nos devuelve la promesa de que el país se puede recomponer más allá
de la diferencia social, el antagonismo intercultural, la brecha económica. Los
canales de identificación de lo mexicano son la afectividad y la empatía.
Sabemos que triunfarán los débiles, tanto Miguel como Héctor porque el cine
rehace esa poderosa creencia popular de que al final, triunfará el bien. Imelda
perdonará a Héctor porque las mujeres son amorosas aún cuando quieran parecer
duras. También sabemos que se descubrirá la verdad porque la mentira es la
farsa de los poderosos.
Las emociones son así instrumentalizadas
alrededor de una patria, una bandera, a partir de concepciones antagónicas de quien
tiene éxito y de quien fracasa. Exitosos fraudulentos, fanfarrones y poderosos frente
a fracasados auténticos, sentimentales y honrados.
El temor al olvido opera como el motivo
principal de la película. Si la última persona que te recuerda, perece, mueres
totalmente, mueres de a de veras. Existes en tanto recuerdo de alguien, ya que
la verdadera muerte es el olvido total, por eso Héctor debe encontrar aliados
para ser devuelto a los recuerdos de alguien. Esos aliados son otros que han
sido olvidados por la historia o por las memorias colectivas. Es la alianza necesaria
de los débiles. Ni Frida ni Pedro tienen necesidad de comprar recuerdos, ni
hacer trampas para que los recuerden. Su obra está suficientemente
remasteurizada en la memoria colectiva para garantizar su permanencia. La propia
policía de los recuerdos los rehace como estereotipos.
Son los débiles los que deben luchar
por estar en el recuerdo de alguien. Los débiles, inscritos en las frágiles memorias
familiares. Por eso, los débiles se alían ante al Estado que vigila los
recuerdos.
El sentimentalismo mexicano fortalece
las matrices tradicionales de la jerarquía cultural. La corrupción se convierte
en una anécdota porque al final es vencida. La labor histórica del
sentimentalismo patrio es proporcionar a los débiles una identidad
supuestamente igualitaria para que no perciban su especificidad de debilidad
como una vulnerabilidad política y económica. El poder cultural del
sentimentalismo mexicano confirma la empatía y la identificación interpersonal
como el lugar central de la vida colectiva. Los conductores de televisión que
transmitían la ceremonia de los Óscares, llamaban a celebrar la victoria de
Coco en el Monumento a la Independencia. ¿Era un éxito de la nación? Claro,
desde luego, es el cumplimiento del sueño mexicano, atisbar al México de
Adentro y habitarlo.
Mi nieta canta la Llorona y con ello
trae los versos de la abuela, pero no su tono. Sin que ella sepa todavía, su
grito Hoy, lloro porque te vi, son de una mujer del siglo XXI, aunque sea la
misma letra que entonaron las mujeres en el siglo XIX. Es Imelda indignada, defendiendo
lo que decidió defender, como las mujeres de hoy que defendemos lo propio. Y
desde luego, disfruté la película.
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Enviado a Nayarit Opina, Tepic,
Nayarit marzo 12 de 2018
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