martes, 26 de noviembre de 2019

Feminicidios: el despojo de lo humano

Él era débil y yo era fuerte,
después él dejó que yo le hiciera pasar
entonces yo era débil y él era fuerte,
dejé que él me guiara a casa.

No era lejos, la puerta estaba cerca,
tampoco estaba oscuro, él avanzaba a mi lado,
no había ruido, él no dijo nada,
y eso era lo que yo más deseaba saber.

Emily Dickinson

Mi nieto está aprendiendo a leer. Llega a casa y deletrea los títulos de los periódicos. “Mujer asesinada por su marido dentro de su domicilio”. ¿Qué está aprendiendo cuando lee? Esa vida que se perdió tenía un valor, pero el niño aprende que hay vidas sin valor. Se la ha borrado de la existencia humana y las letras, esa tecnología del saber, lo dicen.

Cada vez que una mujer es asesinada el tiempo queda abolido y la conciencia se agota ante el muro. La petrificación universal inicia en la muchacha que no vuelve a casa, los recuerdos se anulan en ese instante absurdo.

La violencia contra las mujeres va más allá de quienes ejercen violencia contra las mujeres. No se trata solamente de Tomás que apuñaló a Eréndira delante de sus hijos, sino que se trata de un proceso social y político que va triturando tejidos sociales en un proceso de aniquilación del sentido de la vida cotidiana para establecer, en su lugar, nuevas formas de relaciones sociales con la violencia cercándonos. Las formas que se han ido arraigando en la sociedad a partir de la violencia contra las mujeres tienen que ver con despojar a las mujeres de humanidad, como primer paso para deshumanizar la vida.

Son las guerras las que despojan a los enemigos de su humanidad, pero en México no ha sido necesaria una guerra para convertir a las mujeres en desechos humanos ¿o sí? ¿es una guerra contra las mujeres? Las guerras convierten a los otros en enemigos y desde ese punto de vista, son liquidables, el objetivo militar es desaparecerlos. Pero en las democracias se reconoce a las demás como personas con proyectos propios, sueños, ilusiones; sin embargo, con cada mujer asesinada, se emite el mensaje de convertir a las mujeres en no humanas.

Las no humanas no tienen derecho al reconocimiento, a las exequias fúnebres, a las ceremonias familiares del duelo y del entierro. Lo que hacen los feminicidios es romper fronteras de humanidad porque los humanos reconocen a las personas tanto en la vida como en la muerte. Las ceremonias del nacimiento y de la muerte otorgan los rostros de lo humano. Al despojar a las mujeres de humanidad se envían señales no solamente a familiares de las víctimas directas sino a toda la población que ve la liquidación de las mujeres como algo posible.

Los feminicidios han sido el aprendizaje para despojar a otros de humanidad. La delincuencia que desaparece a jóvenes en fosas clandestinas, a migrantes en incendios de autobuses, a indígenas en  matanzas colectivas, ha sido el resultado del aprendizaje de asesinar a las mujeres. Se ha feminizado a los migrantes, a los pobres, a los jóvenes, a todos aquellos que son desaparecidos sin dejar rastro. Se los ha vuelto inferiores, se les ha considerado sin valor alguno y entonces, se les puede liquidar. Ese proceso fue aprendido a partir de despreciar la vida de las mujeres, de convivir con el horror de la trata de personas; de habitar con la prostitución. Los feminicidios fueron la escuela cotidiana que permitió llegar a los procesos de deshumanización.

La diferencia de la guerra y la democracia es que en estas últimas se reconoce a los otros como personas. No basta, entonces, pensarnos como ciudadanas con derechos, sino que la pregunta es ¿cómo hacemos para humanizar a quienes están despojadas de humanidad? ya no peleamos sólo por derechos, sino para entrar en la categoría de humanas, que no nos maten.

¿Se resuelve la violencia contra las mujeres desde el poder? El Estado tiene la obligación de garantizar la seguridad de sus habitantes, pero también, cada quien tenemos posibilidades de intervenir diariamente para deshacer la violencia a fin de aportar a la convivencia pacífica. Las mujeres tenemos que pensar en los desafíos que nos plantea vivir en convivencia, no solamente para establecer mejores relaciones desde nosotras, sino ser capaces de intervenir contra los autoritarismos domésticos, las formas cotidianas de aprendizaje de la anulación de los otros.

Sabemos que esta tarea no puede recaer de nuevo en las mujeres, ni es una cuestión meramente voluntarista porque la violencia social rompe las regulaciones de la vida cotidiana. Sin embargo, los seres humanos, lo somos porque tenemos capacidad de reflexión y de ser agentes en el mundo, de acuerdo con Hanna Arendt.

La maestra premia a mi nieto porque ya sabe leer, deletreando, a escasos tres meses de haber iniciado el ciclo escolar. Ahora la pregunta es ¿qué lee del mundo?

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit: lpacheco_1@yahoo.com

Publicado en Nayarit Opina, noviembre 19 de 2019.

martes, 12 de noviembre de 2019

No te rindas a la catástrofe

El amor tiene un triunfo y la muerte tiene otro,
el tiempo y el tiempo de después.
Nosotros no tenemos ninguno.

A nuestro alrededor sólo hundirse de astros.
Destellos y silencio.
Más la canción por encima del polvo después
va a superarnos.

Ingeborn Bachmann (2001)

Estoy aquí a la orilla de una montaña donde empieza el mar. El tiempo se termina cuando a nuestro alrededor asistimos a la catástrofe de todos los días donde el horror de un día da lugar al horror del día siguiente. Asistimos al final de la modernidad en tanto la posmodernidad es un concepto gelatinoso que no termina de penetrar en las sociedades donde las mujeres son asesinadas en sus propios hogares.

El tiempo de la insostenibilidad no es solo el regreso a formas primitivas de vida, sino al agotamiento de la civilización basada en el progreso sin límite. Hoy terminan las narrativas con que se pensó el progreso para siempre, la historia lineal, pero también se termina el agua, el aire limpio, se extinguen las especies animales, se termina el amor en el primer divorcio. Hemos clausurado, incluso, el futuro.

Somos pequeñas ante las consecuencias de las acciones humanas que hemos realizado. Sin control de las tecnologías, sin manera de hacer inevitable Auschwicht, el poder desmesurado desatado en el progreso sin límite, también nos ha hecho precarias. Después de la modernidad no viene la posmodernidad sino el final del túnel donde la única luz que se ve es el de las luces artificiales que clausuran el futuro.

La producción de la muerte, esa excepción de los Estados de bienestar, hoy ha pasado a ser la normalidad. Los asesinatos colectivos de migrantes, las balaceras de Sinaloa, los feminicidios, las desapariciones masivas, las pobrezas, muestran el rostro de la política. De la concepción del Estado como gestión de la vida hemos pasado al Estado como creación de la muerte.

Quizá por eso lo que vemos en la política sea solamente política del rescate. Rescate de los más pobres, de los más desolados, para que simplemente conserven la vida aunque la vida no contenga la posibilidad de expandirse, de convertirse en vida vivible. Es rescatar una vida sin futuro renunciando al proyecto colectivo del cambio social, ese que se anunciaba como progreso que en algún momento alcanzaría para todos y todas.

Hoy la palabra más pronunciada es la de cuidado. Desde el mesero que al salir del restaurant dice “cuídese, señora”, a modo de despedida, hasta los avisos de cuidado que están en las empresas y en las instituciones, pasando por las recomendaciones de las abuelitas. Las llamadas de teléfono de amigas y familiares terminan casi siempre, en “cuídate”. La nueva máxima ya no es “conócete a ti mismo”, sino “cuídate a ti misma”, porque vivimos en una época donde todo acecha.

Hemos aceptado el relato del fin del mundo, de que todo se acaba, de una manera acrítica, no porque dude de las evidencias científica de los límites del planeta y sus recursos, sino porque se ha inscrito en el imaginario colectivo la imposibilidad de hacer otra cosa que rendirse ante el pensamiento de todo se acaba. Hoy la muerte no cesa, está instalada en las víctimas del pasado y en quienes no podrán tener un futuro. La muerte se convierte en una luz cegadora hacia la eternidad. ¿Qué podemos sentir cuando nos enteramos de personas quemadas dentro de un camión? ¿de la antropóloga asesinada en su casa? ¿de la niña de la vecina desaparecida mientras iba a la escuela? El tiempo se detiene, quedan los muros, la política se queda en un mero parloteo y vemos los paisajes de la catástrofe. Ahí muere el sujeto y su historia. Por eso me pregunto si esto es el futuro. Si ya llegamos al lugar sin retorno.

Estoy aquí a la orilla de una montaña donde empieza el mar. Más allá, las nubes rosas hacen su aparición con las tonalidades del otoño. Dudar del pensamiento de la catástrofe puede ser el primer paso para recuperar la vida porque dudar de las autoridades y sus saberes ha permitido abrir otro tiempo en medio de la desolación. Nos dicen que todo termina, que el tiempo se clausura. No dejemos que esos saberes de la muerte autoritaria marquen nuestras acciones, ni nuestra vida en común ni nuestra posibilidad de esperanza. No nos rindamos ante el pensamiento de la catástrofe. Allá, al otro lado de la montaña eterna se extienden las playas y más acá, las plazas.


Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit: lpacheco_1@yahoo.com

Publicado en Nayarit Opina, noviembre 12 de 2019.