Para mis hijas, cada una en su pantalla.
En este entorno altamente perturbador ¿cómo pensar el presente, los comportamientos sociales, las reacciones individuales, las decisiones de quienes gobiernan? La pregunta que podemos realizar es: ¿toma el gobierno las decisiones correctas en el momento oportuno? Tenemos gobernantes sin ninguna formación en cuestiones de sanidad, no es que necesariamente la deban tener, pero sí la obligación de tener asesores que les informen y guíen. ¿Están los expertos en salud pública en esa función en estos momentos? ¿quienes gobiernan, toman las decisiones a partir de conocimiento informado o a partir de sus propias, -débiles-visiones, en la más caricaturesca versión del patriarca? en México, parece lo segundo. Sin embargo, el elemento aglutinador de la sociedad es el Estado, más que dejar en él nuestra suerte, constatamos la absurdidad de conductas.
El espejismo de la individualidad, de la independencia, de la soberanía, se hace añicos por obra y milagro del virus. Sin embargo, las maneras de enfrentarlo siguen siendo esas premisas: los países occidentales, en un concepto obsoleto de soberanía, cierran fronteras como si se tratara de detener bienes o personas. El mundo asiático lo asume desde controles, que pueden no ser acordes con la sensibilidad de la sociedad occidental, pero muestran su eficacia. No digo que asumamos la biopolítica china, sino que ha dado resultado el control de la pandemia en una sociedad ya controlada. Seguramente nuestra piel política no lo aceptaría, pero también tenemos formas en que la biopolítica se acuerpa en cada quien.
No sobrevivimos en soledad porque, aunque el virus nos haya recluido en la familia que cada quien realizó, las comunicaciones han acercado a quienes vivíamos individualmente. Más allá de las conversaciones en vivo a través de pantallas y las múltiples informaciones en diversos formatos, las acciones para sabernos en comunidad, permiten atisbar una nueva forma de sentirnos, de presentirnos: los grupos que cantan melodías desde los balcones, quienes aplauden a una hora determinada, quienes buscan una voz común para saberse parte de los demás. Sincronizamos nuestras voces para volver a sentir el corazón comunal.
Sin embargo, no es lo mismo vivir en casas del INFONAVIT que casas de clase media. Convivir infantes, adolescentes, adultos y viejos en pequeños espacios, sin tiempos de salida, provocará otros comportamientos para los que no estamos preparados. A ello se puede agregar la escasez de agua, el aumento del calor, el cierre de espacios deportivos.
¿Podemos hacer algo en el encierro más allá de neurotizarnos? A mí, como a muchas personas, supongo, nos gustaría hacer algo más: productos que maquilados desde casa se puedan llevar a hospitales. Pensarnos en una “economía de guerra” donde las manos no pueden quedar ociosas.
Nos sabemos interdependientes porque el conglomerado humano solo puede pensarse como una misma, y única, oportunidad de vida. El aleteo del virus en China se convierte en tormenta en Italia, en huracanes y ráfagas en Aticama, en Jala, en cualquier pueblo del planeta. La idea de separación y concepción de vida individualista como la cúspide de la libertad, simplemente la tenemos que arrojar al basurero de las ideas que movieron la historia. Tuvieron su lugar, pero hoy tenemos que apostar por otra visión del mundo y de los seres vivos en él.
Las religiones cerraron. Ni amuletos, ni ritos, ni palabras ceremoniales son eficaces ante lo hacedor de muerte que sigue cayendo sobre el mundo. La ciencia carece de la velocidad necesaria para responder prontamente, sus largos protocolos la convierten en un águila dorada que, incapaz de volar, se diseca.
El espanto radica en que la economía colapsará. ¿No está ya colapsada? La pobreza mundial, la contaminación derivada de la actividad económica, la apropiación de la riqueza por seis o siete propietarios, la precariedad de los inmigrantes de todas las violencias, la rapacidad de profetas y visionarios, ya nos dan cuenta del desastre económico en que vivimos. En un país donde los ingresos informales superan a los formales, es posible pensar en escenarios de desesperación y robos ante la imposibilidad de obtener ingresos.
Y China, China, muestra el poderío. Tan sólo con reunir la tecnología para elaborar mascarillas que filtran el virus, tiene a todos los demás países en su dependencia. “Made in China” ha pasado de ser, una marca sin valor, a la posibilidad de la existencia humana. Todo lo dejamos a China por la mano de obra barata y en ello, engulló el planeta.
¿Qué ha ganado la humanidad con la experiencia de la globalización? ¿Tenemos una conciencia global? Con las Olimpiadas, damos la impresión de estar orgullosos del estallido de la conciencia global, pero es un dolorido privilegio de espectadores. La experiencia de vivir el virus no puede quedar separada de cómo pensaremos el mundo: salir del delirio de la omnipotencia del yo, dejar las teorías, las lógicas que seducen con su encanto de certeza para pasar a enunciar los límites, las paradojas, los umbrales, las capas sumergidas que son capaces de volver a la superficie ante nosotros, habitantes del Siglo XXI, provistos tan sólo de incógnitas.
Una revolución humana nos espera. No se llamará socialismo ni capitalismo, podemos llamarle, provisionalmente, La Sociedad del Después. Si la pandemia ha decretado similares medidas y comportamientos en el globo terráqueo, bien podemos abrir una mirada admirada sobre el mundo, una mente acogedora que pueda transformar y modificar, no sólo en el registro de la razón conceptual, sino en el de la intuición, el de la creación para que, a partir del vacío que sentimos, la acción humana trascienda.
Hoy nos sabemos frágiles. Que este temblor de las instituciones, de las certezas, de los dominios, instaure una revolución humana, que esperanzadoramente, nos permita vivir.
Y, sí, nos hacemos falta. Nos hacemos falta como presencias. Aunque el cielo despunte azul, la dicha de nosotras, nuestra memoria, son los abrazos que hemos dado.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 23 marzo de 2020.
Ese espejismo de la individualidad que nos prometia libertad! Y nos muestra la desigualdad e indiferencia de formas de supervivencia tan injustas, inmersas en una economia ya colapsada pero normalizada convenientemente para unos pocos! Que tomad ahora decisiones improvisadas por sus egos y miedos en competencia y en demostraciones narcisitas. La mayoria en sus pantallas, buscando la realidad o/y huyendo de ella. Que la crisis, la ruptura de las rutinas, nos conduzcan a valorar la vida simple, a recuperar la dignidad, que extrañar y necesitar lo importante nos regrese un criterio justo de discriminacion. Desechemos lo desechable! Recuperemos la intuicion de que nos hemos equivocado racionalmente pero somos creativos y sensibles para reestructurar nuestros vacios. Un abrazote maestra de pantalla a pantalla.
ResponderEliminar