La razón no tiene capacidad
de convencernos
de que seamos decentes.
Victoria Camps. El gobierno de las emociones.
Al depositar la basura en el frente de la casa, antes de que pasara el camión recolector, a una de mis hijas, un hombre que pasaba en bicicleta, le levantó la falda. En la campaña electoral vimos a un candidato a gobernador, tocar las nalgas de una candidata.
¡Qué delgadas son las paredes entre una emoción y otra! Nos indignamos con el candidato que toquetea a una candidata en plena acción electoral; nos llenamos de ira-dolor-asombro ante la maestra golpeada por su esposo en plena clase virtual; nos preocupamos por algo más que le pudiera haber pasado a la hija. Somos desdichadamente sabedoras de lo poco que pueden hacer las palabras para plasmar las emociones que nos recorren, como Cordelia en el Rey Lear mis labios no pueden expresar lo que siente mi corazón.
En la república laica, todos los seres humanos deberían tener el mismo valor, las mismas posibilidades, pero en la sociedad realmente existente, las mujeres son consideradas inferiores, apropiables, disponibles, denigrables. Por eso, acudimos a exigirle al Estado su deber de garantizar la integridad de las mujeres; sin embargo, el Estado está organizado a partir de la asimetría de mujeres y hombres.
¿Por qué los hombres tienen el derecho de ultrajar a las mujeres? ya sea un bicicletero desconocido, un maestro de universidad o un político; no importan las jerarquías, la escolaridad ni la procedencia social: en todos los casos, los hombres se asumen con el privilegio de mancillar a las mujeres.
El dominio del colectivo hombres al colectivo mujeres se puede considerar como la primera dominación dentro de la especie humana, incluso antes de la dominación de raza o de clase. El aprendizaje del sometimiento del otro se realizó de hombres hacia mujeres: la subyugación y abyección. De ahí derivan todas las esclavitudes, explotaciones, sometimientos, ultrajes que ha experimentado la humanidad en pueblos colonizados, en cuerpos racializados, en grupos tribalizados, en identidades negadas, etc.
La posición dominante de los hombres sobre las mujeres provoca el desprecio por lo femenino al mismo tiempo que un afán de posesión y control absoluto. Lo inferior me pertenece porque soy superior. La masculinidad dominante egocentrada no controla emociones, impulsos propios ni reconoce sentimientos de las y los demás. No se trata de conductas atípicas o anormales de hombres furiosos o que pierden el control, se trata de relaciones de poder entre mujeres y hombres.
Como toda relación de poder, inflige sufrimiento, aunque ellas, aparentemente, consientan ese sufrimiento. ¡Oh, el largo aprendizaje de aceptar la sumisión en nombre de las buenas maneras, la costumbre, los hijos, la sociedad, los dioses, la tranquilidad!
Los varones, como el esposo-maestro que atacó a la profesora en plena clase, esperan que las conductas de los demás se realicen de acuerdo a su voluntad, a su ley, a su autoritarismo. Cuando no sucede así, hacen uso de la violencia-rabia, de la violencia-agresión, de la violencia-denigrante. La violencia siempre tiene que ser frente a otros: sean los hijos, el público o quienes presenciarán el acto de campaña. Esa conducta tiene un efecto disciplinar en quienes ven y después, en quienes lo sepan; nunca en solitario ni en la clandestinidad.
El hecho, aunque haya sido efectuado en la intimidad de una casa o en el anonimato de una banqueta, podrá ser contado dentro de las hazañas masculinas ante otros públicos que lo alaben y reconozcan “la hombría”. Será el reconocimiento del líder capaz de someter a las mujeres y con ello, establecerse por encima del común de los hombres. Para él será un trofeo de la supremacía masculina, pero esa injuria quedará para siempre como marca del hombre violento, surcará su cuerpo, anidará en su mirada, lacerará su sueño. ¡Lo reconoceremos!
Las mujeres somos importantes en la democracia, en la vida social, en el acontecer humano. El Estado debería hacer que las mujeres importen y no solo parecerlo.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 26 de abril de 2021.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx