domingo, 11 de julio de 2021

¿Quién, yo? La sedosa madeja de la identidad

Tengo miedo de tener un cuerpo

tengo miedo de tener un alma

profunda, -precaria propiedad

posesión, no opcional.

 

Emily Dickinson

 

Cuando pensamos en quienes somos abrimos un hueco al vacío. Somos lo que la sociedad nos dice que somos, pero también lo que nosotras nos decimos que somos. Este trabalenguas tiene sentido si tomamos en cuenta que la identidad es un castillo de arena construido sobre rituales y patrones simbólicos. Uno de ellos es la identidad sexual.

 

La identidad sexual es uno de los patrones simbólicos más fuertes de la fundación de la identidad individual ya que en la carga biológica “genitalizada” se hace residir el futuro de la persona, las preferencias amorosas, la profesión que deberá seleccionar, los imaginarios a los que tendrá acceso, etc. El nombre expresa esa determinación, ya que en todas las sociedades se tienen nombres diferentes para hombres y para mujeres. En español existen muy pocos nombres que pueden ser utilizados por ambos siempre y cuando se anteponga otro nombre que de clara cuenta del sexo de la persona.

 

La identidad se construye a partir de rituales, de costumbres vueltas normas, de pasado seleccionado para dar cuenta de esta que soy o de lo que no soy. Por eso, las personas nos construimos narrativas de la infancia, de la adolescencia, a través de fragmentos que vamos hilando para dar cuenta de quienes somos.

 

Somos fieles a la imagen que queremos dar de nosotros mismos, de la imagen que yo tengo de mí misma, de lo que tenemos que ser. Somos rehenes de los pensamientos con que nos pensamos, verdaderos camuflages para andar por la vida. La identidad es un fingimiento necesario.

 

Existimos a consecuencia de una invención, por eso nos abrimos al vacío cuando le damos forma en un cuerpo determinado. El cuerpo debe tener un pasado para entenderse en el presente y también dialogar con el futuro deseado o posible. ¿Podemos tener más de una identidad? Los artistas y los poetas, crean alteregos, identidades ficticias para hacer surgir la literatura; pero las normas de la razón arrojan, a quienes tienen más de una identidad, al páramo de la locura.

 

Por eso, la diversidad sexual altera el orden social como quizá ninguna revolución hubiera imaginado, porque no solamente se cambian los lugares de las clases sociales como ha ocurrido con las revoluciones del orden económico, sino que apela a esas fronteras donde se pierde la seguridad de lo que somos, de lo que hemos sido como individuos y como colectivos. Las personas trans muestran una sociedad cautiva de sus propias normas, la posibilidad de una libertad de otro tipo, una libertad ni siquiera sospechada y vista de reojo: la libertad desde el cuerpo.

 

La libertad desde el cuerpo no como ejercicio de la sexualidad normada a partir de códigos heterosexuales y de sus intersticios; sino la libertad de asumir identidades masculinas o no y femeninas o no, a partir de cambiar las marcas del cuerpo. Es una libertad, también, respecto de la naturaleza porque se desliga de la genitalización dada. Es una libertad respecto de la cultura porque se aparta de los disfraces de género para trascenderlos.

 

No se trata solamente de ser mujer y después, ser hombre o viceversa. Tampoco se limita al mero disfrute de la sexualidad total o dejar salir a la mujer atrapada en un cuerpo de hombre. La transgresión contenida en lo tran va más allá del juego de los papeles binarios en que la sociedad nos ha dividido.

Entramos a la sedosa madeja donde la identidad no estará referida a lo opuesto. Estamos ante el abismo de dejar de ser lo que hemos sido porque empezamos a negar lo que hemos sido, a sentir lo que no hemos sentido. Hombre-mujer, mujer-hombre, campo reservado a los dioses, resonancia de ecos tribales y sagrados.

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 12de julio de 2021.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

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