Letrero en un monumento al toreo en Ronda, España
No me refiero a cómo las mujeres lidiamos con la violencia masculina, sino a cómo los hombres se enfrentan a su propia violencia.
Si vemos la violencia masculina desde el punto de vista de las mujeres, se podrían reproducir los consejos de las abuelas (de antes) en el sentido de “es la cruz que te tocó”, “no lo provoques”, “encuéntrale el lado”, así como otras por el estilo que no repetiré y con las que no estoy de acuerdo, puesto que se trata de posturas de quien reconoce y acepta la violencia del otro como una característica esencial de la personalidad.
Por el contrario, me pregunto qué recursos tienen los hombres para enfrentarse a su propia violencia. Es cierto que los varones son socializados dentro de parámetros que incluyen la valía de sí mismos y el orgullo puesto que la identidad entre varones se construye como una identidad supremacista en oposición a la de las mujeres, la cuales son consideradas de menor valía.
Los niños, desde muy temprano, son socializados en relaciones de camaradería como la participación en juegos y competencias, sin la participación de niñas. Se trata de un estilo particular de socialización realizada entre grupos de niños en los cuales, las principales reglas que aprenden son las de reconocerse como pertenecientes a un grupo, ubicar al equipo contrario y obtener el triunfo. En estas actividades toman conciencia del apoyo necesario entre ellos, la creación de lazos de complicidad, que les permitirá lograr triunfar.
En diversos estudios se ha encontrado que gran parte del entrenamiento consiste en reconocerse en gestos y rituales de lo masculino, entrenarse en el reconocimiento de los mismos, ser socializados en la descalificación hacia el otro equipo, expresar violencia hacia los contrincantes, festejar los logros del grupo con acciones vistosas; actividades que adquieren más importancia que el propio aprendizaje de técnicas y estrategias de juego.
Jugar un partido, entre diversos equipos, se convierte en un ritual de amistad, lealtad, hombría, dentro del universo de la socialidad masculina que posteriormente será puesta en función en otros ámbitos del reconocimiento entre varones. Esta socialización actúa como sistema de construcción de conciencia de grupo de ataque y de coerción para los niños, quienes ven reflejados, en los espectáculos masivos, la idea del triunfo por la fuerza de los cuerpos masculinos. Además, el reconocimiento entre pares se realiza dentro de lenguajes y simbologías de guerra: “derrotar al contrincante”, “dar la batalla”, “tirar cañonazos”, “batir al arquero rival”. Y, desde luego, quienes muestren mayor agresividad y acierto, serán considerados “héroes”. De esta manera, los amigos, los clubes, los juegos de la escuela, se convierten en entrenamientos de camaradería, de reconocimiento de varones atravesados por emoción; ahí está el enojo o el regocijo en la derrota del otro, la territorialidad, el lenguaje agresivo y homofóbico como parte del juego, donde el reconocimiento como iguales funciona como el piso desde el cual se actúa, siempre en ausencia de mujeres o más bien dicho, frente a ellas.
Se trata de un entrenamiento de la supremacía masculina que será baluarte para apropiarse de las mujeres real y simbólicamente.
Si el orgullo, la rivalidad, la superioridad, es parte de la identidad masculina, entonces debemos preguntarnos si los argumentos esgrimidos en las leyes, tratados internacionales, normativas de derechos humanos, pueden ser suficientes para deconstruir la violencia masculina. Es necesario que los propios hombres se pregunten qué recursos tienen para enfrentarse a su propia violencia. Ahí, la respuesta debe provenir de la reflexión de sus masculinidades, de cómo lidiar con su propia violencia. O, para usar una metáfora que entienden muy bien los hombres, la pelota está en su cancha.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 7 de septiembre de 2021.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
Excelente Dra, saludos!!!
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