Si Aristóteles decía
que los seres humanos
somos animales racionales
¿por qué perdimos la dimensión animal?
Una de mis hijas tuvo como mascota un pollito. Desde luego que creció para convertirse en un gallo en toda forma. En la familia habíamos tenido gatos, perros, peces, conejos como mascotas, pero en esta ocasión era la primera vez que teníamos un pollo. El asunto no sería trascendente si tuviéramos espacio para el gallo, como en la casa de mis padres que tenía corral y gallinero; mas solo tenemos un pequeño jardín para plantas de ornato y la cochera.
Compartimos la cotidianidad con el pollo-gallo, por lo que aprendimos a compartir la vida con los sucesos de su vida: las horas en que cantaba, la higienización que realizaba de las sobras de comida, sus horas de sueño, etc. Quizá, lo más importante era su relación con los otros animales de la casa que se acostumbraron a este personaje que, aunque recluido en pequeños espacios, podía transitar de las recámaras a la cochera.
Convivir con animales nos acerca a entender otras formas de vida de manera diferente porque establecemos relaciones con ellos que los sacan de la generalidad de ser animal, para convertirlos en seres singularizado, cuya individualización inicia con asignarles un nombre. Es de suponer que la convivencia con más animales abriría otro horizonte de comprensión hacia lo no humano viviente de tal manera de respetarlos. Aquí tenemos que preguntarnos: ¿hasta qué animales debemos mover la línea de lo que consideramos animales y, por lo tanto, respetarlos y preservarlos? ¿alcanza para mosquitos, alacranes y ratas?
Generalmente esta pregunta se responde diciendo que es lícito matar lo que nos agrede, así como los animales que han sido legitimados como comida, en un supuesto donde lo humano es lo que se debe preservar. Sin embargo, estas dos ideas cada vez se quedan vacías de sentido cuando reconocemos matar a las cucarachas por el solo hecho de serlo, así como preferir comer animales antes que otras opciones.
La supremacía humana ante lo animal se fundamentaba en tratarse de seres irracionales, por lo que se les asignaba la no inteligencia, la no conciencia, la no sensibilidad. Se acentuaban, precisamente, las características no humanas en un intento de separar a los humanos como racionales, con tal de alejarnos de lo meramente animal en el supuesto de que lo animal es primitivo. Tales premisas hoy se encuentran en predicamento ya que el estudio de los animales cada vez más, muestra otras dimensiones de lo animal semejantes a lo humano. Por ejemplo, los animales tienen capacidad de sentir dolor y placer, de jugar y disfrutar.
El dolor es una experiencia sensitiva y emocional desagradable para cualquier ser viviente que lo experimente. De ahí que nuestros perros aúllen de dolor cuando se acercan los vendedores anunciando productos a través de megáfonos. La tortura de los perros ante los gritos de los vendedores de camarón, verdura, tejuino, helados, tamales, pescado, etc., se convierte en un calvario diurno. Ya no digamos los cuetes de las fiestas patronales y la música de automóviles que pululan los fines de semana por la noche ¿Se podrían prohibir estas expresiones en aras del bienestar animal?
Tanto los animales como nosotras presentamos la misma expresión ante el sufrimiento. De hecho, las muestras de dolor son reconocidas desde la antigüedad y en distintos contextos: desde los pueblos mesopotámicos hasta los mesoamericanos y la juventud cibernética. Por eso los emojis pueden capturar la expresión de dolor en pocos trazos en los cuales universalmente nos reconocemos.
Así como los seres humanos, los animales expresan el dolor a través de cambios de comportamiento y posturales: lamerse, gruñir o alejarse del peligro, son algunas de esas expresiones. El dolor se aprecia por signos que cambian el comportamiento animal. Incluso, somos capaces de reconocer el estado de ánimo de los animales que nos acompañan en la vida: las orejas dobladas expresan miedo, huyen ante una amenaza, tiemblan de frío, etc.
Anteriormente se pensaba que solo los animales con cerebro tenían capacidad de sentir. Por ello, les adjudicábamos esa característica a los vertebrados cercanos a lo humano, pero no a los moluscos quienes estaban en otro peldaño de la escala evolutiva. Sin embargo, los pulpos tienen nueve cerebros, uno en la cabeza y uno en cada tentáculo; son seres sintientes e inteligentes. Entre más se estudia a los animales más se avanza en romper paradigmas de la ciencia soberbia que coloca a los humanos en la cúspide de la evolución.
Por otra parte, ¿por qué matamos a los animales para comerlos? Vivimos en la etapa de la anestesia emocional a través de la cual negamos el sufrimiento de quienes son asesinados para que podamos disfrutar de la carne asada, el borrego tatemado o el atún a las brasas. Tal vez, parte del cambio civilizatorio tenga que ver con dejar de comer animales que matamos para pasar a otra manera de concebirnos en el mundo, en otra relación con lo viviente.
No, nunca nos comimos al pollito-gallo. Entró en otra consideración de lo animal cercano a nosotras.
Ha llegado el tiempo para pasar del Humanismo al Humanimalismo
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 de febrero de 2022.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
No hay comentarios:
Publicar un comentario