Como en este país solo hay tres gatos que estudian a fondo la ciencia, pues les corresponde a ellos ser dictaminadores y ser también agraciados con los fondos correspondientes.
Hugo Aboites Aguilar “Ciencia por México”.
Mi abuela se persignaba antes de empezar a desayunar, a comer a cenar. También lo hacía al inicio de otras actividades durante el transcurso del día, porque para esa mujer nacida en el año de 1900, la explicación de sus acciones se daba en el seno de la religiosidad.
Actualmente, el discurso religioso ha caído en desuso para justificar los actos cotidianos que realizamos, pero su lugar ha sido cubierto por la ciencia. Efectivamente, el discurso científico se ha convertido en el nuevo discurso legitimador que nos permite elegir alimentos, cosméticos, elaborar rutinas para nuestra vida, etc.
En el libro “Alimentarnos con dudas disfrazadas de ciencia: Nutriendo conflictos de interés en México” de los autores Martha Elena García y Guillermo Bermúdez, periodistas y divulgadores de la ciencia, se narra la complicidad entre el dinero de las empresas productoras de alimentos, el poder político y la ciencia. En particular, se documentan las estrategias que han seguido empresas como British American Tobbacco y Philip Morris, Kellogg`s para influir de diversas maneras en las decisiones del gobierno a fin de permitir la expansión de productos que se hacen pasar por sanos, sabiendo que no lo son.
¿Quién otorga hoy la legitimidad de que un alimento es saludable? Adivinó usted: la ciencia o más bien dicho, sus hacedores: los científicos y científicas. Por ello, encontrar las complicidades entre las industrias alimenticias, el poder político y la ciencia, es como develar la complicidad entre el Estado, las monarquías y la iglesia para mantener a los pueblos indígenas en el sometimiento.
Quiero referirme a otro aspecto de la producción de alimentos y también de cigarros, dentro de estas complicidades aludidas, que muy pocas veces se reflexionan. En el caso de Nestlé o de las tabacaleras ha sido evidenciado el uso de trabajo infantil en alguna parte de la cadena productiva, lo cual ha llevado a ambas empresas a tomar medidas cuando la sociedad civil organizada lo demanda o los medios de comunicación lo visibilizan. En estos casos, las compañías destinan fondos, denominados “altruistas” para establecer comedores o albergues para niñas y niños. En ocasiones, ello ocurre incluso, con fondos públicos, como el caso de inicios de los albergues Florece que conocemos en Nayarit.
Si bien en el libro se señala la compra de resultados científicos como una de las estrategias fundamentales para lograr la legitimidad de los productos para la venta, (en lo cual se incluyen grupos prestigiados de investigación de la UNAM, el Colmex, etc.) muy poco se habla de la presión desde el propio CONACYT, hacia quienes concursamos por fondos para investigar. Nos han exigido que los proyectos tengan destinatarios que puedan pagar por los resultados. Es claro que una comunidad indígena no puede invertir en una ciencia que le beneficie, entonces, la comunidad científica se ha vuelto cazadora de fondos para llevar a cabo sus investigaciones. Se trata de un espejismo donde quien consiga más fondos es más brillante y entonces, se le puede dar más.
Entre más te vincules con la empresa, mejor investigadora serás. Puedes, darte un sobresueldo, equipar un laboratorio, adquirir vehículos: ser exitosa.
Durante mucho tiempo, CONACYT nos rechazó proyectos para investigar las condiciones laborales de los jornaleros agrícolas, diciéndonos que esos estudios los tenían que financiar las tabacaleras. Tuvimos que demostrar que las empresas no van a financiar investigaciones que no les favorezcan. En ese tiempo, estábamos investigando la explotación de jornaleros indígenas, la utilización de niñas y niños en el corte del tabaco y la exposición a agroquímicos tanto de la población vinculada directamente en alguna fase del cultivo como de los habitantes de las poblaciones cercanas.
Como se observa, quienes queremos investigar, a favor de las comunidades, no accedemos fácilmente a fondos. Es más redituable, contar con investigadores que sepan obtener fondos públicos para estudios que favorezcan a la empresa privada, tal y como se documenta en el libro en cuestión.
Los alimentos ultraprocesados, altamente dañinos, son los que han abierto los caminos para llegar a la montaña. Cuando se tenían que repartir los libros de Texto Gratuito a comunidades de la Sierra del Nayar, se seguían las rutas de la Coca Cola y las papas fritas. Estos productos llegaron primero a los estómagos de niñas y niños para acentuar su desnutrición, antes que las letras a su entendimiento.
¿A las empresas les importa la salud de la población? claro que no, prioritaria es la obtención de ganancias. ¿Al gobierno le importa la salud de la población? claro que no, prioritariamente es la obtención de votos. Entonces, se puede derivar muy claramente el TabacoGate en Nayarit durante mucho tiempo: el otorgamiento de fondos para campañas políticas a cambio de concesiones.
La palabra de la ciencia ha tomado el lugar de la palabra de Dios para aceptar productos que nos dañan. Tal vez hoy no rezamos antes de tomar los alimentos, en su lugar, leemos las etiquetas para enterarnos de los ingredientes. Basta con que diga “probado científicamente”, para aceptarlos como palabra de Dios.
Las empresas se valen de la actitud religiosa de los seres humanos, de las creencias profundas, para incitar a creer en la ciencia porque el fetichismo de la ciencia ha alcanzado la producción alimenticia. La comunidad científica debe tener como centro de sus actividades la responsabilidad de la sobrevivencia de lo humano y del mundo vivo.
*Intervención en la presentación del libro Alimentarnos con dudas disfrazadas de ciencia: Nutriendo conflictos de interés en México” de los autores Martha Elena García y Guillermo Bermúdez, el 18 de mayo, organizado por el CENITT de la UAN, en Tepic, Nayarit.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 19 de mayo de 2022.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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