Una época completamente nueva precisa de una ciencia política nueva
Si bien Alexis
de Tocqueville (1805-1859) se planteó la tensión entre libertad y solidaridad
social en la primera mitad del siglo XIX, esa tensión aparece con mayor
complejidad en la época contemporánea. Para este pensador, no son las leyes las
que pueden fundamentar el apoyo entre las personas, sino que antes que las
leyes, están los sentimientos. “Estoy convencido que las sociedades no son
producto de sus leyes, sino que están determinadas desde el principio por los
sentimientos, las creencias, las ideas y la constitución espiritual y
sentimental de los seres humanos que en ellas viven, y que todo esto puede
configurarse de modo natural a través de la educación” (Carta, 1853).
Sin embargo, la solidaridad hoy se presenta como
un punto nodal para las democracias; véanse tan solo los tres problemas más
acuciantes de nuestra época donde predominan los gobiernos democráticos: la
pobreza en que vive la mayor parte de la población; las migraciones como éxodo
masivo a zonas de seguridad; la violencia; la trata de personas a través de la
prostitución y nuevas formas de esclavitud laboral.
Sin embargo, la democracia no garantiza la justicia, ni la solidaridad humana, quizá porque el sujeto de la democracia es el individuo despojado de lazos de todo tipo, el cual se presenta frente al Estado a reclamar sus derechos. El individualismo, llevado al extremo por los imperativos del interés personal, el consumismo capitalista y la premisa de que el individuo es el centro de todo; el beneficio personal que acompaña toda acción, produce seres de alta productividad para obtener beneficios para sí mismo en una espiral interminable donde adquirir lo nuevo es símbolo de triunfo: los teléfonos deben ser reemplazados por los de última versión, los coches deben renovarse, y aún, el propio cuerpo, debe ser retocado sistemáticamente.
No solamente una nueva época requiere una nueva ciencia política como pensaba Tocqueville, sino que una nueva época también requiere nuevos sujetos para la democracia: personas empáticas capaces de dejar de estar centradas en sí mismas, en sus méritos y posesiones para involucrarse en el dolor de las y los otros a partir de la cercanía y la proximidad. Personas para quienes las y los demás sean tan importantes como sí mismas. Entonces, la democracia tendría otro sustento, la lente con que veríamos los sucesos serían lentes de “lo otro, yo misma”, un nuevo sentir humanitario. Por ejemplo, sería obvio, necesario, impostergable, amparar a la niñez mexicana contra abusos sexuales, que ser cómplices de paraísos turísticos donde niñas, niños y adolescentes son mercancía de cambio.
Nuevos sujetos para una nueva democracia, capaces
de sentir las heridas de las dolidas de mundo.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 5 de mayo de 2022.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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