martes, 17 de diciembre de 2024

Adiós a Lucinda Arias

Una Gota de Rocío se bastó a sí misma 

y satisfizo a una Hoja

 y sintió “cuán vasto es un destino”.

 

Emily Dikinson

 

¿Qué hace una cuando las amigas se mueren? ¿Recogemos los pedazos de recuerdos en los que estuvimos juntas para zurcirlos al cuerpo que nos queda? Nos miramos las que todavía estamos sobre la tierra, para cerciorarnos de que algo ha enmudecido dentro de nosotras porque ya no tendremos esa voz, esa figura que nos acompañó en los tiempos de la juventud. Envejecimos hasta decantar los instantes donde transcurrió la vida.

 

A Lucinda Arias la conocí en la Preparatoria 1 de la Universidad Autónoma de Nayarit, cuando cursamos el bachillerato de 1969 a 1971. Después, seguimos la carrera de Derecho, de 1971 a 1976. Durante todo ese lapso compartimos el tiempo de la escuela que también fue el tiempo de hacernos adultas. Lucinda muy pronto, entró a trabajar al Instituto Nacional Indigenista (INI), donde se convirtió en la abogada de esa institución con una posición de defensa de los pueblos indios.

 

La veo subiendo a las comunidades para explicarles lo que significaba que el territorio era de ellos; que merecían otro reconocimiento por parte del Estado; que tenían derechos.

 

Ha sido la persona más experta en la normatividad de los pueblos indígenas. A ella se le deben juicios memorables de defensa de los derechos indígenas ya que desarrolló una sensibilidad de lado de los pueblos de la montaña, los que recorría de un extremo a otro de la sierra. Lucinda posibilitaba defensas reales a partir de la visión de las comunidades y en más de una ocasión, tuvo enfrentamientos con las autoridades por la defensa de mujeres violentadas, de comunidades afectadas por las obras que pretendidamente se les querían instalar en su territorio con el argumento de que las propias comunidades serían las beneficiarias, pero que, en realidad, se trataba de modernas invasiones al territorio con la finalidad de saquear las riquezas.

 

Era consejera de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos para el Estado de Nayarit donde se distinguía por el apoyo a los casos de los pueblos originarios. Impulsó diversas normatividades con la finalidad de que los pueblos originarios tuvieran acceso a justicia, como la Ley General de Derechos Lingüísticos, la cual pretende que el gobierno de a conocer todos los programas y acciones a los grupos étnicos en sus propias lenguas. Lo mismo ocurría con la participación de los habitantes de comunidades en los juicios, ya que por falta de intérpretes se encuentran casos de personas que se encuentran encarcelados sin que tengan expediente. El caso extremo, nos contaba Lucinda, eran los de quienes purgan condenas injustas derivadas de la incomunicabilidad ocasionada por la falta de intérpretes.

 

En una ocasión la acompañamos en un caso paradójico de la injusticia en que son atrapados los indígenas. Resulta que un joven tenía sentencia definitiva porque, con motivo de una fiesta tradicional, dos jóvenes fueron a buscar venado a la montaña. Después de varios días, uno de ellos regresó con un venado para la ceremonia, pero el otro no regresó. En el pueblo empezaron a decir que, seguramente, lo había matado y dejado entre los cerros. A partir de este rumor la policía lo apresó. Cuando el Agente del Ministerio Público le preguntó “¿Dicen en el pueblo que mataste a fulano de tal, es cierto?”, el joven contestó “Sí”. La confesión fue considerada definitiva, por lo cual lo sentenciaron a prisión. Así, sin tener cuerpo del delito.

 

Unos dos años después, el otro joven lo visitó en la cárcel, puesto que eran primos. Explicó que después de cazar el venado se fue al norte a buscar trabajo, por lo que no se dio cuenta de la acusación de que fue objeto su compañero. Lucinda Arias expuso cómo se había culpado al joven debido a una deficiente comunicabilidad: cuando le preguntaron “Dicen en el pueblo que mataste a fulano de tal” y contestó que sí, estaba afirmando que efectivamente, en el pueblo decían que había matado a fulano de tal. El caso no podía ser abierto puesto que había sentencia firme, por lo que se realizó el trámite para conseguir el indulto.

 

La carencia de intérpretes y de abogados con perspectiva de los pueblos indígenas, la hizo desarrollar diplomados para capacitar a las propias personas indígenas en su defensa. También, desplegó una obra de sensibilización hacia la sociedad mestiza hacia las comunidades indígenas.  

 

También acompañaba a grupos de indígenas a realizar gestiones a la Ciudad de México cuando se requería. Lucinda Arias se convirtió en la cara jurídica del Instituto Nacional Indigenista (aunque este mudara de nombre en los distintos sexenios, como ocurrió cuando se le cambió el nombre a Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas o CDI). Los titulares del INI cambiaban de acuerdo a los gobernadores de Nayarit o a disposiciones del gobierno federal, pero Lucinda permanecía como parte de la estructura básica que le daba sentido a esa dependencia. Conservaba la memoria de la institución.

 

Para ella, los habitantes de los pueblos indígenas eran personas con nombre, apellido e historia. Lejos de la soberbia mestiza de considerar a las comunidades indígenas desde un lugar de lo superior, ella les devolvía el rostro y la dignidad.

 

Lucinda era vecina del barrio del Santuario de la Virgen de Guadalupe en las calles de Ures y Bravo en Tepic, Nayarit. No era una vecina más, sino que formaba parte de la comunidad que hacía posible la festividad de la Virgen los 12s de diciembre de cada año. Desde la etapa cuando estudiábamos en la Escuela de Derecho de la Universidad Autónoma de Nayarit, se encargaba del carro alegórico del 11 de diciembre para la peregrinación principal de las festividades guadalupanas; del adorno y vestuario de personajes que irían en el carro alegórico y, en general, de la logística de esa peregrinación. Era, en síntesis, una persona de comunidad.

 

Se involucró en la atención al asilo de ancianos Juan de Zelayeta, que da cobijo a ancianos y ancianas que se encuentran en condición de calle y con riesgo de salud. Su entrega para que el asilo tuviera las provisiones necesarias la hizo desarrollar comunidad con las religiosas encargadas del lugar y, por ello, mismo, contribuir a la sobrevivencia de ese proyecto, porque son pocas las personas que atienden a estos viejos y viejas, lejos de los reflectores que les pueden proporcionar notoriedad.

 

Yo la recuerdo como una persona comprometida con lo que hacía, dispuesta a trabajar para los demás. Amiga siempre, solidaria desde abajo, dispuesta a cruzar la montaña para ir a las comunidades. Atenta a los casos de injusticia y, sobre todo, sonriente ante lo que traía la vida.

 

Lucinda era esta persona, generosa en la sombra, donde sus acciones eran vistas por la comunidad que la rodeaba. Hoy lamentamos su deceso porque, aunque ella hacía cosas comunes como apoyar a las mujeres indígenas, conversar con una anciana, pintar a un ángel para la peregrinación, realmente poblaba el mundo de cautelosa melodía.  

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 18 de diciembre de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

 

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viernes, 13 de diciembre de 2024

Los cuentos del Abuelo Nayar


Guadalajara, Jalisco

San Juan de las cuatro esquinas,

 donde correteó la loba

a toditas las catrinas.

 

Para Chema y su familia, 

en particular a su madre, 

una contadora de historias

 

¿Cuántos cuentos, guarda la montaña? Sin duda, cada generación hace un recuento de las historias que se van contando, de tal manera de que se puede imaginar un río de narraciones que fluyen a través del tiempo para hacerse presentes en cada época con nuevos personajes.

 

En esta ocasión José María Jiménez Carrillo nos entrega este volumen de Cuentos del Abuelo Nayar. En ellos atisbamos a escenarios y situaciones diversas, desde la montaña, las marismas hasta las cantinas. Allí ocurre el diario transcurrir de la vida, ahí vemos a los personajes en sus maneras de sobrevivir, en las rencillas que les arranca la vida o que le sirven para pasar el tiempo.

 

Porque los cuentos nos relacionan con el mundo. A través de los personajes pensamos, sentimos y aprendemos de los contextos en los que la vida transcurre. Por ejemplo, yo no sé si fueron reales las cantinas llamas Cielo e Infierno en un poblado de la costa, porque, como se imaginarán, poco sé de cantinas y tampoco sé mucho de los pueblos costeros. Sin embargo, la cantina le sirve al autor para recrear un suceso donde la niebla es el personaje principal. La niebla que empaña la visión de quienes regresan al pueblo y en ese extravío alguien pierde la vida.

 

Regresamos también a otras épocas donde la vida en la escuela estaba lejos de tabletas y videos educaciones. Eran los tiempos donde se jugaba el tropo. Leemos: “A la hora del recreo, en la primaria se compraba una paleta y recargado en la pared de la escuela, se ponía a ver el juego del trompo que jugaban algunos alumnos de sexto año de primaria” Por sí solo, el inicio del cuento nos deja la expectación de lo que ocurrirá.  Queremos saber más de lo que pasaba en ese recreo. Efectivamente, se narra el detalle del juego del trompo, cuya descripción hubiera maravillado a Sor Juana Inés de la Cruz, quien narra cómo, cuando le prohibieron tener libros y estudiar, ella se basaba en lo cotidiano para seguir creando conocimiento. Dice, por ejemplo, que tiraba harina a las niñas que jugaban el juego del trompo para analizar los círculos que dejaban al dar vueltas. En el relato que nos ocupa tenemos una verdadera lección de los tipos de trompo que existían y de las suertes más apreciadas entre los jugadores.

 

Cuando leemos los relatos del Abuelo Nayar nos transportamos a los diversos lugares donde se ambientan las narraciones, ya sean los pueblos costeros o los ranchos de la serranía. Intentamos ajustar la información que se nos va dando para nosotros inventar otros finales, porque así es, vamos interpretando la información a partir de esquemas que ya tenemos. Por ello, leer estos cuentos nos permite recrear diversas situaciones y también asomarnos a finales inesperados, a otras formas de resolver las situaciones, a otras sensaciones y maneras de resolver los conflictos cotidianos.

 

En los cuentos del Abuelo Nayar también intentamos entender las motivaciones de los personajes. Sabemos, por ejemplo, que Don Canuto tiene un hijo llamado Canuto, que este va a vender huevos al mercado Juan Escutia de Tepic, pero que las rencillas se resuelven con ira. En otros cuentos, también la ira, la violencia atraviesan las relaciones entre los personajes.

 

Las personas son atrapadas por su época y su contexto. Se hace lo que se ha hecho durante años y poco a poco empieza a cambiar. Sin duda, también, la sensibilidad de la

sociedad cambia en las diversas épocas, por eso, lo que era normal en un momento dado, ya no es aceptado en otra.

 

Los cuentos que nos presenta José María Jiménez tienen la virtud de recoger el habla de las personas de la costa y de la sierra en una época precisa. Supongo que será a mediados y fines del siglo XX. Quizá algunos de estos tipos de habla siguen usándose, en aquellas tierras o ahora se entrelacen con las palabras y modismos de la televisión, de las redes sociales, del internet. Leemos palabras como “varejones”, “tiliches”, “enmuinado”, “tirria”, “sopetón” y otras.

 

Los cuentos del Abuelo Nayar nos transportan a escenarios donde quisiéramos estar o no quisiéramos: al interior de las cantinas, a los paseos en panga, a los ríos, a la vida cotidiana llevando a la nieta. Vemos la angustia de los personajes que se pierden entre la neblina y no les queda más que el cielo para orientarse. Por eso, como dicen los personajes del cuento “El arado”, le digo a José María, “Tírale a la luna” para llegar al puerto que quieres. Sigue adelante con las narraciones, para seguir contando historias, que, al fin y al cabo, los seres humanos somos eso: animales que confabulamos, que narramos para explicarnos quiénes somos.

 

Intervención en la presentación del libro el 11 de diciembre de 2024 en la Universidad Autónoma de Nayarit.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 12 de diciembre de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

 

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lunes, 2 de diciembre de 2024

Lagunilla-Niño Perdido, un libro de Miguel González Lomelí


Siento un poderoso impulso 

de seguir a mi padre y alcanzarlo

 y empiezo a caminar.

 Luego, no sé por dónde se fue

y a mis seis años, no puedo orientarme

 

Miguel González Lomelí. Con el sol en los ojos

 

Siempre es un gusto leer a Miguel porque nos sorprende con su manera de articular los hechos vividos para ser contados de manera literaria. Seguramente todos los ambientes que se describen en los cuentos que conforman este volumen tienen parte de situaciones que experimentó durante su estancia en la gran ciudad. La diferencia estriba en que no se trata de crónicas de su vida en México, Distrito Federal, cuando era Distrito Federal, sino que utiliza esas circunstancias para devolvernos una realidad literaria.

 

Toda la literatura es una manera de ficcionalizar la realidad, aunque la realidad, en sí misma, sea ficción. La no ficción, donde podríamos catalogar este conjunto de cuentos, es un género basado en hechos, situaciones o personas reales que se transmutan para volverse literarios. El narrador se convierte en testigo, un testigo privilegiado porque presenta personajes y situaciones en sus particularidades, en sus sensaciones.

 

Quienes saben de literatura dicen que en las narraciones lo que cuenta son los detalles. Por eso entramos a la vecindad donde viven Damiana y Felipe en el callejón de la calle Meave para ser testigos de la tragedia de la pobreza. Nos asomamos al hotel Alameda donde admiramos a Marilyn Monroe y sentimos la emoción de los marchistas al entrar a las calles del conjunto Tlatelolco.

 

Todo eso siempre estuvo ahí, lo que cambia es la mirada del escritor. El desafío no es narrar la calle o la habitación, sino traducir esos detalles a algo estético en la literatura como ocurre en los cuentos que se agrupan en este libro.

 

Las narraciones tratan de acontecimientos que realmente han tenido lugar, pero ese acontecimiento puede ser parte de un recuerdo, de algo que ocurrió de alguna manera, a los que a través de la escritura se le da otro significado. De esta manera, la ficcionalidad es un producto del lenguaje literario que se basa en lo que ocurrió para convertirse en otra narrativa.

 

En estos cuentos se reconstruyen las pequeñas historias, escena por escena saltando de una a otra sin que en ningún momento se trate de una crónica. Algunos cuentos tienen finales divertidos; otros, cuentan situaciones de pobreza y desesperación; otros más se detienen en la solidaridad de empleados de la delegación, ante el desastre del sismo. Ahí vemos crecer la solidaridad de un burócrata gris para con las víctimas del sismo ante la incertidumbre de encontrar un rastro de la hija perdida. En la literatura, este burócrata gris, se convierte en un héroe.

 

Este cuento nos introduce al ambiente después del sismo. Es una manera, elegante, de referirse al sismo en sus consecuencias.

 

Sobresale la imaginación de los personajes. Un joven se encuentra a una mujer que pasea perros en la Alameda e inmediatamente imagina lo que pudo haber sido su vida: corista de un teatro de revista; descendiente de un hacendado venido a menos por la Revolución o prostituta en un bar de París.

 

También debe señalarse la capacidad del autor para reproducir diálogos realistas puesto que las palabras de quienes hablan, con sus entonaciones, modismos y redundancias se muestran en habitantes de la Merced o de vecindades; en estudiantes o en empleados de gobierno. A través de la lectura podemos imaginar los gestos, comportamientos, hábitos de las personas detrás de los diálogos.

 

No hay mirada compasiva para quienes viven en la pobreza ni tampoco para quienes toman decisiones que afectan su vida. La distancia con que se cuentan las historias es la suficiente para que el lector genere empatía con los personajes o, por el contrario, forme su propio criterio.

 

Existe una constante en los personajes masculinos que se enamoran. Siempre lo hacen de mujeres bellas y, por lo tanto, lejanas, aún las mujeres cercanas, las comunes y corrientes tienen cabida en la literatura trastocadas en seres bellos.

 

En el cuento “La tercera María”, narra: … Llegó a la entrada simultáneamente a una mujer de apariencia por demás interesante: llevaba el pelo suelto como a media espalda, sin ningún elemento que lo sujetara y le caía de manera muy natural, con un leve ensortijado que ondulaba suavemente sobre sus hombros. Iba arropada con una especie de capa negra y cuando se fijó en su rostro, se dio cuenta de una luz muy especial en sus ojos y una apenas insinuada sonrisa en sus labios.

 

En “Marilyn en la Alameda”, describe: …aquella cabellera, ligeramente ondulada parecía derramar plata a su paso como si esta pudiera renovarse constantemente ¡y su sonrisa, su sonrisa! En su sonrisa naufragaban todas las miradas, todos los deseos, todos los sueños.

 

El narrador es la primera persona o es un narrador omnisciente que puede adentrarse a los pensamientos del personaje. En el cuento “Con el sol en los ojos”, encontramos prosa poética en lo siguiente: A lo lejos se pierde mi padre, se desvanece su figura, debo alcanzarlo si no, qué voy a hacer, a dónde voy a ir, me voy a perder, ayúdenme, almas blancas de la niebla.

 

Los cuentos de este volumen tienen como trasfondo la ciudad de México o más bien, la ciudad de México es el personaje principal. Aquí están sus calles, sus oficinas, sus bares, sus esquinas, sus parques. No es la ciudad de México del pasado, de la nostalgia, sino la de quienes caminan, disfrutan, batallan. En Lagunilla-Niño Perdido, el autor encierra un periodo de esta ciudad a modo de mensaje para el futuro: en esta urbe caminaron, soñaron, lucharon estos personajes que ahora son sustituidos por quienes con otras narrativas individuales construyen la vida colectiva en la ciudad que les toca.

 

Debemos agradecer a Miguel su oficio de escribir. Porque en su escritura, y en esta en particular, podemos preguntarnos a través de los personajes que construye ¿cuántas personas se pueden conocer en una vida? ¿cuántas ilusiones y desilusiones se pueden sentir? ¿cuántas vidas se pueden atisbar?

 

Miguel es una persona que escribe a partir de su tiempo, de sus circunstancias y con ello nos devuelve nuestra época para que quede ahí, en el sustrato de una generación que se reconoce en los títulos de las películas o en los nombres de las calles que ya no se usan.

 

 Es cierto, la literatura no va a resolver lo urgente, pero nos acompaña en la vida, puede generar respuestas a largo plazo más duraderas y resistentes. Por eso, muchas gracias.

 

Intervención en la presentación del libro Lagunilla-Niño Perdido de Miguel González Lomelí, el 29 de noviembre en el Museo de Los Cinco Pueblos en Tepic, Nayarit.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 7 de diciembre  de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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