lunes, 2 de diciembre de 2024

Lagunilla-Niño Perdido, un libro de Miguel González Lomelí


Siento un poderoso impulso 

de seguir a mi padre y alcanzarlo

 y empiezo a caminar.

 Luego, no sé por dónde se fue

y a mis seis años, no puedo orientarme

 

Miguel González Lomelí. Con el sol en los ojos

 

Siempre es un gusto leer a Miguel porque nos sorprende con su manera de articular los hechos vividos para ser contados de manera literaria. Seguramente todos los ambientes que se describen en los cuentos que conforman este volumen tienen parte de situaciones que experimentó durante su estancia en la gran ciudad. La diferencia estriba en que no se trata de crónicas de su vida en México, Distrito Federal, cuando era Distrito Federal, sino que utiliza esas circunstancias para devolvernos una realidad literaria.

 

Toda la literatura es una manera de ficcionalizar la realidad, aunque la realidad, en sí misma, sea ficción. La no ficción, donde podríamos catalogar este conjunto de cuentos, es un género basado en hechos, situaciones o personas reales que se transmutan para volverse literarios. El narrador se convierte en testigo, un testigo privilegiado porque presenta personajes y situaciones en sus particularidades, en sus sensaciones.

 

Quienes saben de literatura dicen que en las narraciones lo que cuenta son los detalles. Por eso entramos a la vecindad donde viven Damiana y Felipe en el callejón de la calle Meave para ser testigos de la tragedia de la pobreza. Nos asomamos al hotel Alameda donde admiramos a Marilyn Monroe y sentimos la emoción de los marchistas al entrar a las calles del conjunto Tlatelolco.

 

Todo eso siempre estuvo ahí, lo que cambia es la mirada del escritor. El desafío no es narrar la calle o la habitación, sino traducir esos detalles a algo estético en la literatura como ocurre en los cuentos que se agrupan en este libro.

 

Las narraciones tratan de acontecimientos que realmente han tenido lugar, pero ese acontecimiento puede ser parte de un recuerdo, de algo que ocurrió de alguna manera, a los que a través de la escritura se le da otro significado. De esta manera, la ficcionalidad es un producto del lenguaje literario que se basa en lo que ocurrió para convertirse en otra narrativa.

 

En estos cuentos se reconstruyen las pequeñas historias, escena por escena saltando de una a otra sin que en ningún momento se trate de una crónica. Algunos cuentos tienen finales divertidos; otros, cuentan situaciones de pobreza y desesperación; otros más se detienen en la solidaridad de empleados de la delegación, ante el desastre del sismo. Ahí vemos crecer la solidaridad de un burócrata gris para con las víctimas del sismo ante la incertidumbre de encontrar un rastro de la hija perdida. En la literatura, este burócrata gris, se convierte en un héroe.

 

Este cuento nos introduce al ambiente después del sismo. Es una manera, elegante, de referirse al sismo en sus consecuencias.

 

Sobresale la imaginación de los personajes. Un joven se encuentra a una mujer que pasea perros en la Alameda e inmediatamente imagina lo que pudo haber sido su vida: corista de un teatro de revista; descendiente de un hacendado venido a menos por la Revolución o prostituta en un bar de París.

 

También debe señalarse la capacidad del autor para reproducir diálogos realistas puesto que las palabras de quienes hablan, con sus entonaciones, modismos y redundancias se muestran en habitantes de la Merced o de vecindades; en estudiantes o en empleados de gobierno. A través de la lectura podemos imaginar los gestos, comportamientos, hábitos de las personas detrás de los diálogos.

 

No hay mirada compasiva para quienes viven en la pobreza ni tampoco para quienes toman decisiones que afectan su vida. La distancia con que se cuentan las historias es la suficiente para que el lector genere empatía con los personajes o, por el contrario, forme su propio criterio.

 

Existe una constante en los personajes masculinos que se enamoran. Siempre lo hacen de mujeres bellas y, por lo tanto, lejanas, aún las mujeres cercanas, las comunes y corrientes tienen cabida en la literatura trastocadas en seres bellos.

 

En el cuento “La tercera María”, narra: … Llegó a la entrada simultáneamente a una mujer de apariencia por demás interesante: llevaba el pelo suelto como a media espalda, sin ningún elemento que lo sujetara y le caía de manera muy natural, con un leve ensortijado que ondulaba suavemente sobre sus hombros. Iba arropada con una especie de capa negra y cuando se fijó en su rostro, se dio cuenta de una luz muy especial en sus ojos y una apenas insinuada sonrisa en sus labios.

 

En “Marilyn en la Alameda”, describe: …aquella cabellera, ligeramente ondulada parecía derramar plata a su paso como si esta pudiera renovarse constantemente ¡y su sonrisa, su sonrisa! En su sonrisa naufragaban todas las miradas, todos los deseos, todos los sueños.

 

El narrador es la primera persona o es un narrador omnisciente que puede adentrarse a los pensamientos del personaje. En el cuento “Con el sol en los ojos”, encontramos prosa poética en lo siguiente: A lo lejos se pierde mi padre, se desvanece su figura, debo alcanzarlo si no, qué voy a hacer, a dónde voy a ir, me voy a perder, ayúdenme, almas blancas de la niebla.

 

Los cuentos de este volumen tienen como trasfondo la ciudad de México o más bien, la ciudad de México es el personaje principal. Aquí están sus calles, sus oficinas, sus bares, sus esquinas, sus parques. No es la ciudad de México del pasado, de la nostalgia, sino la de quienes caminan, disfrutan, batallan. En Lagunilla-Niño Perdido, el autor encierra un periodo de esta ciudad a modo de mensaje para el futuro: en esta urbe caminaron, soñaron, lucharon estos personajes que ahora son sustituidos por quienes con otras narrativas individuales construyen la vida colectiva en la ciudad que les toca.

 

Debemos agradecer a Miguel su oficio de escribir. Porque en su escritura, y en esta en particular, podemos preguntarnos a través de los personajes que construye ¿cuántas personas se pueden conocer en una vida? ¿cuántas ilusiones y desilusiones se pueden sentir? ¿cuántas vidas se pueden atisbar?

 

Miguel es una persona que escribe a partir de su tiempo, de sus circunstancias y con ello nos devuelve nuestra época para que quede ahí, en el sustrato de una generación que se reconoce en los títulos de las películas o en los nombres de las calles que ya no se usan.

 

 Es cierto, la literatura no va a resolver lo urgente, pero nos acompaña en la vida, puede generar respuestas a largo plazo más duraderas y resistentes. Por eso, muchas gracias.

 

Intervención en la presentación del libro Lagunilla-Niño Perdido de Miguel González Lomelí, el 29 de noviembre en el Museo de Los Cinco Pueblos en Tepic, Nayarit.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 7 de diciembre  de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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