lunes, 11 de junio de 2018

Contra la falsa pedagogía: A cien años de la reforma universitaria de Córdoba

La autoridad no se ejercita mandando,
sino sugiriendo y enseñando: amando.

Manifiesto liminar de Córdoba, 1918.

En junio de 1918 los estudiantes de Córdoba, Argentina, protagonizaron uno de los movimientos que ha dado lugar a transformaciones en toda América Latina: la reforma de las universidades. Efectivamente, la reforma de Córdoba era, en ese momento, un movimiento radical de transformación de las funciones de las universidades que impactó en los movimientos universitarios de todo el subcontinente.

Los estudiantes planteaban la necesidad de transformar la vida democrática de las instituciones más férreas de la educación: las universidades, para ello, pedían participar en el gobierno de la institución, el derecho de autonomía de la comunidad universitaria ante el poder y la posibilidad de que las propias comunidades universitarias definieran sus planes de estudio, garantizar la docencia por concurso público y sobre todo, fortalecer los lazos de la universidad con las sociedades locales.

En México, ese movimiento adquirió su mayor apogeo en 1968, cuando demandas similares movieron la estructura del poder universitario y también la estructura de todo el sistema político mexicano. ¿Por qué inician los movimientos contestatarios en las universidades? Una de las explicación puede radicar en la expansión de la clase media y su incorporación a las instituciones de educación superior a partir de la obligatoriedad, gratuidad y laicidad establecidos como fundamentos de la educación en México.

Los problemas del presente difieren de los de hace cien años. Por una parte, solamente alrededor de un 36% de la juventud en edad de cursar educación superior se encuentra en alguna IES (ANUIES, 2016), por lo que se tiene una de las cobertura más bajas de ese nivel para países con economías similares (Chile: 80%; Argentina: 80.3%; Corea: 100%). Ello ocasiona que la educación universitaria siga siendo una educación destinada a la élite que puede acceder a ella.

En el país, los grandes proyectos de universidades nacionales o universidades estatales con repercusiones sociales capaces de transformar el presente de la sociedad, se han convertido en proyectos mayormente vinculados a la empresa comercial que al compromiso con la resolución de problemas sociales. Sin duda, deben existir universidades vinculadas a la empresa; sin embargo, es un error pensar que toda la educación superior debe seguir ese modelo porque las múltiples realidades regionales están lejos de permitir que toda la educación se convierta en un negocio. Piénsese por ejemplo, en la universidad necesaria para la población, rural, la juventud urbana pobre o la juventud indígena. En cada uno de esos casos, los modelos de universidad deberán tener características diferentes a la empresarial debido a que se trata de poblaciones que no pueden acceder a una educación a través del pago de servicios, debido a que sus propias condiciones de vida han sido depauperadas por las políticas económicas.

Además, las universidades locales se han convertido en la caja chica de los gobernadores quienes pueden saquear las universidades o simplemente servirse de ellas dentro de las prácticas de patrimonialización de los recursos públicos que atraviesan el país.

En el caso del profesorado universitario, las condiciones de trabajo se han convertido en condiciones de alta explotabilidad donde lo que menos importa es la reflexión y la construcción de conocimiento. Se les asigna una cantidad excesiva de horas dedicadas a la docencia, se les presiona para que se conviertan en buscadores de recursos para la investigación; deben autopromocionarse para impartir conferencias, cursos, talleres; publicar en revistas de alto impacto mundial, realizar innovaciones; vincularse con el empresariado, además de participar en instancias colegiadas. Todo ello se convierte en condiciones de trabajo que impiden la reflexión sistemática y sobre todo, la atención del estudiantado.

El legado de Córdoba sigue siendo referente al momento de evaluar la función social de las universidades puesto que la trascendencia de sus contribuciones a la construcción de sociedad son claves. La autoridad protege a la falsa dignidad y a la falsa competencia, por ello, deben ponerse condiciones diferentes para que las universidades no sean el refugio de los mediocres, ahí está el centro de la proclama de Córdoba.

Pensar y hacer pensar de manera crítica y comprometida a quienes transitan por las aulas universitarias sigue siendo la principal función de la universidad: contribuir con su capacidad analítica, y propositiva a la construcción de una sociedad menos desigual a través de universitarios (as) responsables, éticos, cuyas decisiones se tomen a partir de la cultura humanística y científica con un alto sentido de colectividad. Dentro de ello, una asignatura pendiente es la transformación de las relaciones entre mujeres y hombres que en cien años, perduran con su carga de asimetría y violencia.


Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 11 de junio de 2018

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