Señor, quiero preguntarte si lo
que he vivido
significa algo.
Señor, aún no tengo visa, ni
pasaporte
Señor, llévame contigo al
cielo,
soy un migrante,
no me cobres cuota.
Ernesto y Vicente
migrantes centroamericanos
No, ellos no tienen
derechos. Los derechos pertenecen a otra parte de la humanidad cuyo recorrido
lo conocemos: desde el derecho romano hasta la Declaración de los Derechos
Humanos, pero a ellos no los cobija. La noción de migrantes remite a
colectividades sometidas a la segregación y racialización, son la parte de la
sociedad que no es “como nosotros”, son cuerpos vagando por el mundo, ya sea a
las puertas de Estados Unidos o a las puertas de Europa.
Son los mismos:
despojados de patria, de ciudadanía, de territorio; despojados de las
condiciones mínimas de construir una familia, de abrazar a sus hijos, de
sembrar una parcela. Amenazados por el desasosiego, violadas las mujeres,
teniendo hambre en sus cuerpos y en sus corazones, atrapados en la violencia
extrema, arrasados sus territorios, hoy se ven enfrentados al terror racial del
mundo que sí tiene Derechos; se ven obligados a dejar el lugar donde nacieron
para aventurarse en lo que no se conoce, atraídos por la necesidad, que no espejismo,
de vivir una vida, como sea.
Hoy, la zona devastada
del mundo viaja a la zona hollywoodense del mundo. Están dispuestos a vivir como
sea posible porque donde vivían ya estaban muertos.
Protagonizan una
genealogía alternativa de derechos humanos porque viven en las zonas grises de
una sociedad que se piensa a sí misma cumbre de lo humano racional, celebra la
democracia y la libertad, alaba a dioses que le dan la razón, pero en sus
entrañas, es una sociedad esclavista.
Ellos tocan los
muros como si fueran las puertas del cielo. Convertidos en extranjeros de sí
mismos, ni siquiera buscan protagonizar otra historia, actúan como zumbidos en
las entrevistas que periodistas realizan a su paso por los desiertos, por las
montañas, en su cruce de ríos. Escuchamos las voces de las niñas caminando, de
los viejos cargando su nada y ahí dejan las marcas, las huellas, pronto
sepultadas por quienes les siguen.
No es la suya la
marcha de la indignación, sin narrativas que los agrupen, sin banderas que los
identifiquen, sin declaración de agenda, cada quien piensa que su caminar es un
salvarse individual en una experiencia fragmentaria en sí misma.
¿A quién interpelan
los migrantes? No a los Estados, no a los altares, no a los mercados. Su voz
cae en el vacío porque han sido convertidos en los nuevos salvajes, en los bárbaros,
en los destructores.
La suya es un mero
acto de imaginación moral en tanto se desarrolla la conciencia colectiva que conduce
a deshacerse de las categorías de sujetos inferiores, desechables, sobrantes de
la sociedad contemporánea. El gesto histórico consistirá en construir una
colectividad nueva formada a partir de la posibilidad de que la vida sea
posible, de trabajar, de construir solidaridades y tener obligaciones. No piden
más, sólo ser seres humanos en otra genealogía de la construcción de derechos.
Publicado en Nayarit Opina, el
30 de julio de 2019
Socióloga, investigadora de la
Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com