Para mi madre, desde
luego
En días
como este desearía de nuevo retener en mi cuerpo el paraíso de leche que hicieron
las madres para mí. Eran días de lluvia cuando la leche sabía a calabaza
tierna, canela y miel. No lo sabíamos pero en esa infancia vivíamos más que en un
edén.
Después del
paso de las ambiciones, las calles afuera, los océanos recorridos, quiero
retornar a esa íntima rutina de la puerta cerrando con aldaba cuando las
hermanas nos dan las buenas noches en la complicidad de los susurros. Alguna niña llora, pero la
leche dulce vuelve a impregnar nuestros cuerpos porque es posible el sueño,
todavía.
En la
leche, la dicha es un destino. Nada sabíamos de lo instantáneo de la fatalidad
ni de los senderos de las pasiones. Bastaba un sorbo de la cordura blanca para desafiar
los límites de lo desconocido. Ahí nos arrullábamos en la llovizna.
El olor de
leche hervida no solo es el aroma de la infancia, es también el regreso de la
escuela, las tablas de multiplicar, los versos de ¿qué miras por la ventana/miro el sol que ya se va y me dice “hasta
mañana”. Flotábamos en ese tiempo en que columpio, ortografía, balones,
cuentos, eran los compases y dictados para amasar el pan de la tarde.
En el juego
de brillos de la leche formamos órbitas celestes, volamos papalotes y atrapamos
peces en algún río. Al volver de las tormentas tropicales, de las olas saladas
de San Blas, de los ojos inmensos de los cocodrilos, estaba el linaje blanco
para recordarnos las huellas de todas las mujeres que han vivido los exilios
dentro de los dormitorios y se han asilado en las cocinas.
Pronunciamos
con propiedad sus nombres porque ellas no tuvieron tiempo para recoger los manantiales que salían de sus
cuerpos. Se evaporaron entre el trajinar de las espigas que crecían para irse a
otra parte.
¿Qué corre
hoy por mi cuerpo? Los latidos continúan y mira, madre, la suavidad blanca que nos
diste susurra, incandesce los huesos como órden que vale en este mundo.
Publicado en Nayarit Opina, el 2 de julio de 2019
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Ancestral y maravillosamente nostálgica. Un poema. Desde las abuelas de nuestras abuelas hasta hoy.
ResponderEliminarEs hermoso recordar los días de la infancia, los recuerdos de la infancia son los que guardamos en nuestra memoria más profunda, como protegiéndolos, que no se contaminen, que siempre estén para cuando tenemos momentos de desgano y de tristeza y entonces buscamos y los encontramos , dándonos fortalezas y coraje para salir adelante.
ResponderEliminarQue hermoso.
ResponderEliminarHermoso y profundo. Toca el alma con recuerdos y el Qué corre por mi cuerpo...?. Hermoso.
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