martes, 2 de julio de 2019

Paraíso de leche

Para mi madre, desde luego

En días como este desearía de nuevo retener en mi cuerpo el paraíso de leche que hicieron las madres para mí. Eran días de lluvia cuando la leche sabía a calabaza tierna, canela y miel. No lo sabíamos pero en esa infancia vivíamos más que en un edén. 

Después del paso de las ambiciones, las calles afuera, los océanos recorridos, quiero retornar a esa íntima rutina de la puerta cerrando con aldaba cuando las hermanas nos dan las buenas noches en la complicidad de los susurros. Alguna niña llora, pero la leche dulce vuelve a impregnar nuestros cuerpos porque es posible el sueño, todavía.  

En la leche, la dicha es un destino. Nada sabíamos de lo instantáneo de la fatalidad ni de los senderos de las pasiones. Bastaba un sorbo de la cordura blanca para desafiar los límites de lo desconocido. Ahí nos arrullábamos en la llovizna.

El olor de leche hervida no solo es el aroma de la infancia, es también el regreso de la escuela, las tablas de multiplicar, los versos de ¿qué miras por la ventana/miro el sol que ya se va y me dice “hasta mañana”. Flotábamos en ese tiempo en que columpio, ortografía, balones, cuentos, eran los compases y dictados para amasar el pan de la tarde.

En el juego de brillos de la leche formamos órbitas celestes, volamos papalotes y atrapamos peces en algún río. Al volver de las tormentas tropicales, de las olas saladas de San Blas, de los ojos inmensos de los cocodrilos, estaba el linaje blanco para recordarnos las huellas de todas las mujeres que han vivido los exilios dentro de los dormitorios y se han asilado en las cocinas.

Pronunciamos con propiedad sus nombres porque ellas no tuvieron tiempo para  recoger los manantiales que salían de sus cuerpos. Se evaporaron entre el trajinar de las espigas que crecían para irse a otra parte.

¿Qué corre hoy por mi cuerpo? Los latidos continúan y mira, madre, la suavidad blanca que nos diste susurra, incandesce los huesos como órden que vale en este mundo.

Publicado en Nayarit Opina, el 2 de julio de 2019
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com


4 comentarios:

  1. Ancestral y maravillosamente nostálgica. Un poema. Desde las abuelas de nuestras abuelas hasta hoy.

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  2. Es hermoso recordar los días de la infancia, los recuerdos de la infancia son los que guardamos en nuestra memoria más profunda, como protegiéndolos, que no se contaminen, que siempre estén para cuando tenemos momentos de desgano y de tristeza y entonces buscamos y los encontramos , dándonos fortalezas y coraje para salir adelante.

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  3. Hermoso y profundo. Toca el alma con recuerdos y el Qué corre por mi cuerpo...?. Hermoso.

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