martes, 23 de julio de 2019

Empujemos los límites de la paridad

Es cierto que durante los últimos años la participación de las mujeres en los cargos de política han aumentado, pero también lo es que se han hecho visibles nuevos límites a la paridad. La feminización de la educación y de la fuerza laboral demuestra que las mujeres alcanzan competencias y calificaciones necesarias para acceder a nuevos cargos de la política, sin embargo, ello no se traduce necesariamente en mayores puestos de poder. En la educación, para el ciclo escolar 2018-2019, la matrícula de licenciatura femenina es del 53% (SEP), en tanto que en el mercado laboral el porcentaje de mujeres que trabaja es del 40% (Inmujeres).

Las mujeres han obtenido las calificaciones, capacidades, habilidades  y aptitudes para entrar al mundo de la política, sin embargo, pocas veces se considera que la política, sus prácticas e instituciones siguen perpetuando relaciones desiguales entre mujeres y hombres. En las diferentes instituciones de la política: partidos, organizaciones, niveles de gobierno, , sector privado, se advierte una pirámide de poder la cual consiste en que en la medida que se asciende, las mujeres ocupan porcentualmente menos cargos directivos, con una definitiva baja presencia de las mujeres en altos cargos de gerencia y de política.

Debemos empujar la paridad desde dos lugares, al menos. El primero se refiere a la cultura política caracterizada por una estructura jerárquica regida por reglas y prototipos masculinos, cuyas condiciones de organización y prácticas se rigen por la discriminación, el sexismo, familismo y menores oportunidades para las mujeres. Es precisamente, esta cultura del intercambio de poder entre varones, lo que ha desencadenado las acciones de la paridad para destrabar la segregación vertical en que se encuentran atrapadas las mujeres.

El segundo se refiere a las condiciones en que participan las propias mujeres puesto que la socialización en el “amor romántico”, la maternidad y conyugalidad como meta de vida, entendida como vida para el cuidado de otros, da por resultado una serie de condiciones y condicionamientos, que propician no asumir un proyecto propio donde el poder se encuentre en el horizonte de vida. Las mujeres son socializadas como carentes de poder, incapaz de ejercerlo, dependientes, subordinadas, emocionales, sin un fin por sí mismas.

Ambas circunstancias propician verdaderos laberintos en los que se debaten las mujeres cuando desean participar en política. Se ha hablado de “techos de cristal” para referirse al conjunto de obstáculos a los que se enfrentan las mujeres, obstáculos que no se ven, pero están y operan contra las mujeres. También deberíamos hablar de “techos de dinero”, cuando las mujeres se quieren registrar para las candidaturas y necesitan dinero para hacer efectivo tanto el registro como los diferentes gastos que se originan para hacer reales las candidaturas; “techos de normatividades”, cuando las normas específicamente excluyen a las mujeres y otros techos. También se hace referencia a “suelos pegajosos” en el sentido de que las mujeres tienen que optar por atender la familia y la casa,  lo que conduce a un proceso de autoexclusión de los asuntos de la política.

Debemos empujar la paridad para acceder realmente a posiciones tanto en la política cotidiana en las organizaciones, ayuntamientos, y también en los altos lugares de la jerarquía. Para ello, no sólo deben cambiar las mujeres, sino que sobre todo, deben ponerse en marcha una serie de políticas y acciones que permitan modificar el conjunto de valores, creencias, comportamientos, símbolos que tienden a valorar de manera diferente el papel de las mujeres y los hombres en la sociedad, sobre todo a transformar las identidades de mujeres y hombres.

Además, no se puede empujar la paridad si las relaciones de mujeres y hombres siguen intocadas. Es ahí, en la forma de relacionarnos, en la forma de entendernos donde debe haber un cambio definitivo. Por eso, las estructuras condicionantes como el amor romántico, la maternidad y conyugalidad deben desaparecer como actualmente las conocemos para dar paso a otra manera de relacionarnos que no tenga en el centro crear y reproducir la vida. Hasta hoy, las relaciones entre mujeres y hombres han estado vinculadas a la reproducción biológica y por ende, a la reproducción social. Es tiempo de que se desligue de ello. Sobre todo que la identidad de las mujeres no siga siendo definida por la esfera reproductiva, no como hasta ahora.  

Publicado en Nayarit Opina, el 16 de julio de 2019
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com


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