Es cierto que durante los últimos años la participación de las mujeres en
los cargos de política han aumentado, pero también lo es que se han hecho
visibles nuevos límites a la paridad. La feminización de la educación y de la
fuerza laboral demuestra que las mujeres alcanzan competencias y calificaciones
necesarias para acceder a nuevos cargos de la política, sin embargo, ello no se
traduce necesariamente en mayores puestos de poder. En la educación, para el
ciclo escolar 2018-2019, la matrícula de licenciatura femenina es del 53%
(SEP), en tanto que en el mercado laboral el porcentaje de mujeres que trabaja
es del 40% (Inmujeres).
Las mujeres han obtenido las calificaciones, capacidades, habilidades y aptitudes para entrar al mundo de la
política, sin embargo, pocas veces se considera que la política, sus prácticas
e instituciones siguen perpetuando relaciones desiguales entre mujeres y
hombres. En las diferentes instituciones de la política: partidos,
organizaciones, niveles de gobierno, , sector privado, se advierte una pirámide
de poder la cual consiste en que en la medida que se asciende, las mujeres
ocupan porcentualmente menos cargos directivos, con una definitiva baja
presencia de las mujeres en altos cargos de gerencia y de política.
Debemos empujar la paridad desde dos lugares, al menos. El primero se
refiere a la cultura política caracterizada por una estructura jerárquica
regida por reglas y prototipos masculinos, cuyas condiciones de organización y
prácticas se rigen por la discriminación, el sexismo, familismo y menores
oportunidades para las mujeres. Es precisamente, esta cultura del intercambio
de poder entre varones, lo que ha desencadenado las acciones de la paridad para
destrabar la segregación vertical en que se encuentran atrapadas las mujeres.
El segundo se refiere a las condiciones en que participan las propias
mujeres puesto que la socialización en el “amor romántico”, la maternidad y
conyugalidad como meta de vida, entendida como vida para el cuidado de otros, da
por resultado una serie de condiciones y condicionamientos, que propician no asumir
un proyecto propio donde el poder se encuentre en el horizonte de vida. Las
mujeres son socializadas como carentes de poder, incapaz de ejercerlo, dependientes,
subordinadas, emocionales, sin un fin por sí mismas.
Ambas circunstancias propician verdaderos laberintos en los que se debaten
las mujeres cuando desean participar en política. Se ha hablado de “techos de
cristal” para referirse al conjunto de obstáculos a los que se enfrentan las
mujeres, obstáculos que no se ven, pero están y operan contra las mujeres.
También deberíamos hablar de “techos de dinero”, cuando las mujeres se quieren
registrar para las candidaturas y necesitan dinero para hacer efectivo tanto el
registro como los diferentes gastos que se originan para hacer reales las
candidaturas; “techos de normatividades”, cuando las normas específicamente
excluyen a las mujeres y otros techos. También se hace referencia a “suelos
pegajosos” en el sentido de que las mujeres tienen que optar por atender la
familia y la casa, lo que conduce a un
proceso de autoexclusión de los asuntos de la política.
Debemos empujar la paridad para acceder realmente a posiciones tanto en la
política cotidiana en las organizaciones, ayuntamientos, y también en los altos
lugares de la jerarquía. Para ello, no sólo deben cambiar las mujeres, sino que
sobre todo, deben ponerse en marcha una serie de políticas y acciones que
permitan modificar el conjunto de valores, creencias, comportamientos, símbolos
que tienden a valorar de manera diferente el papel de las mujeres y los hombres
en la sociedad, sobre todo a transformar las identidades de mujeres y hombres.
Además, no se puede empujar la paridad si las relaciones de mujeres y
hombres siguen intocadas. Es ahí, en la forma de relacionarnos, en la forma de
entendernos donde debe haber un cambio definitivo. Por eso, las estructuras
condicionantes como el amor romántico, la maternidad y conyugalidad deben
desaparecer como actualmente las conocemos para dar paso a otra manera de relacionarnos
que no tenga en el centro crear y reproducir la vida. Hasta hoy, las relaciones
entre mujeres y hombres han estado vinculadas a la reproducción biológica y por
ende, a la reproducción social. Es tiempo de que se desligue de ello. Sobre
todo que la identidad de las mujeres no siga siendo definida por la esfera reproductiva,
no como hasta ahora.
Publicado en Nayarit Opina, el 16 de julio de 2019
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
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