Hay mucha
gente en el mundo,
pero todavía
hay más rostros,
pues cada uno tiene varios.
Reiner María Rilke
¿Se
siente usted “amenazado” cuando se acerca una persona pordiosera a pedirle
algo? ¿Se indigna ante la Casa Blanca de Peña Nieto? Bienvenido, está usted en
la democracia emocional.
Nos
dijeron que la democracia era el lugar de la razón, la conciliación, la
negociación, pero resulta que en la parte más racional de la democracia se
encuentran las emociones. Nadie gana ninguna campaña electoral exponiendo la
fría exposición de razonamientos, por el contrario, las grandes campañas
mediáticas a las que asistimos en el siglo XXI son las campañas donde se
movilizan las emociones: el miedo en las campañas de Trump, la repulsión en la
campaña de Andrés Manuel López Obrador.
El
miedo ha sido el principal factor de movilización de la sociedad
estadounidense: el miedo a la invasión de los bárbaros del sur que,
sintetizados en los mexicanos traficantes y violadores han dado cobijo a la
latinidad más abajo del río Bravo. Esa es la apuesta de Trump ante la carencia
de razones para gobernar. Su miedo protege a un imaginario mundo blanco del
arrasamiento de las hordas hablantes de español, supersticiosas y taqueras.
Andrés
Manuel López Obrador ha puesto en el centro de su democracia el sentimiento de
repulsión. En primer lugar, repulsión a la corrupción y en segundo lugar,
repulsión hacia los ricos y según él, al séquito que los apoya: periodistas e
intelectuales fifí, enemigos del pueblo.
Se
pensaba que el camino hacia el progreso estaba pavimentado de razón, adhesión a
ideales de libertad y a la construcción de una sociedad igualitaria. En ese
camino no había lugar para la irracionalidad o la emoción, pero precisamente el
uso de las emociones hizo triunfar al nazismo en Europa y los fascismos latinoamericanos.
Hoy,
las democracias contemporáneas son totalmente emocionales sin que un principio
de racionalidad pueda advertirse en ellas. O tal vez, el principio de
racionalidad sea conservar lo que se pueda ante la crisis que apabulla al
mundo. La democracia está pensada para momentos de estabilidad, pero el binomio
crisis financiera más democracia se convierte en una bomba de tiempo que solo
se puede superar aliviando las tensiones emocionales de la población.
¿Por
qué la democracia de hoy plantea la repulsión a los ricos? Porque se asume la
posición de ser no rico y de que toda riqueza, en el fondo, es mal habida, es una
expropiación a los pobres.
En
sentido inverso, Trump proclama una repulsión a los pobres bajo la figura de
los inmigrantes porque él se asume en el lugar de los ricos. Tenemos así
visiones contrapuestas y falsas.
El
elogio de los ricos supone que portan la responsabilidad, el buen gusto, el
logro de metas, la civilidad, el orden. El elogio de los pobres parte del
supuesto que encarnan la vida sencilla, el esfuerzo, la autenticidad, la
bondad. Sin embargo, ambas visiones son falsas porque son reducciones de
conductas humanas que no derivan de la condición de ser rico o pobre.
El
sentimentalismo político hace ganar elecciones. Lo que no sabemos es si logra
transitar hacia acciones de gobierno que cambie la situación real de la
población. La repulsión exacerbada hacia los ricos está generando un odio de
clase que no sabemos en qué acciones concretas puede derivar. El odio hacia los
pobres en EU se convierte en asesinatos hacia todos aquellos que sean mexicanos
o lo parezcan.
Si
bien, la democracia necesita reconocer el papel de las emociones en la
ciudadanía, la emoción no surge aisladamente, no se dirige al pobre, al rico,
al inmigrante, a los homosexuales por sí sólo. Es necesario que las fuerzas de
la política las dirijan hacia aquellos que se quieren ver excluidos de la
polis, para quedar solamente “nosotros”, los buenos, porque los buenos siempre
somos nosotros, no los otros.
Publicado en Nayarit Opina el 9 de septiembre de 2019.
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