martes, 2 de junio de 2020

Racismo: la estructura del odio

Los animales del mundo existen por sus propias razones. 
No fueron hechos para los humanos, 
del mismo modo que los negros 
no fueron hechos para los blancos
 o las mujeres para los hombres.

Alice Walker

El grito de George Floyd “no puedo respirar” es una realidad con la que no podemos vivir. ¿Cómo explicar la brutalidad policial cuando en el binomio policía blanco-detenido negro se sintetiza la supremacía del dominio? Ese mundo brillante, correcto, americano que transmiten las islas blancas de las universidades de Harvard, Yale, Chicago, difundido por Hollywood se asienta sobre la perversión racial.

No han bastado las luchas emancipadoras de la esclavitud ni el impacto social de Black Power (Poder negro), ni el movimiento Las vidas negras importan (#BlackLivesMatter) en los Estados Unidos para eliminar el rechazo de la diferencia entre la autoridad blanca y el pueblo racializado. No solo la población negra ha sido racializada, sino también la población latina, filipina, haitiana: todos aquellos habitantes que no compartan las características de la población anglosajona son convertidos en los otros, en miembros de la raza, porque los blancos no tienen raza: la raza siempre son los otros.

El capitalismo racial (Mbembe, 2016, Crítica de la razón negra) tiene su sustento en las estructuras de odio que convierten, al país más poderoso del mundo, en una necrópolis. Más allá de las propias fronteras, la racialización avanza para incorporar a los habitantes del mundo que no coincide con los rasgos geoeconómicos, culturales, políticos de los Estados Unidos. Es convertida en raza, la población china, mexicana, afganistana, vietamita, cubana. 

La estructura de odio en que descansa la política de la racialización constituye el fondo y la superficie del capitalismo contemporáneo extractivo de los recursos naturales de Chile o de Siria. Dicho así, no aparecen las masacres perpetradas por las largas dictaduras auspiciadas dentro del orden blanco, ni las cárceles clandestinas ni los muertos arrojados a los océanos de las dictaduras latinoamericanas. 

El genocidio sobre África no ha terminado. Continúa en las zonas obscuras de quienes se creen superiores; se prolonga en las disposiciones simbólicas donde lo no blanco es sinónimo de inferioridad, criminalidad, suciedad; persiste en las disposiciones para deportar, expulsar, precarizar. Se afianza en los encierros para los otros, quienes han sido destinados a no moverse de sus lugares; habitantes permanentes de cárceles, campamentos, centros de detención, áreas especiales, patrullas, lugares de paso.  

Quienes habitan la raza han sido construidos como seres amenazantes de quienes hay que deshacerse, protegerse; a quienes se puede eliminar, en el extremo de la dominación.

Las multitudes tratan de superar los límites asfixiantes de la supremacía blanca, aunque solamente veamos griteríos, estallidos de bombas caseras, rompimiento de vidrios, asalto a centros comerciales, incendio de patrullas. Ese es el lenguaje para preservar la vida. En el dilema de protestar para vivir o dejarse matar, se condensan las nuevas exigencias ante la fabricación de exclusiones. 

La historia colonial llega hasta el presente, convertida en asesinato como el modus operandi de los agentes vencedores y en la resistencia, como contrapoder que las multitudes vencidas forjan ante la supremacía del poder.  

Como en todas las colonizaciones, a los vencidos no les asiste la razón, no es a través de la palabra como argumentarán su defensa, sino por el contrario son los cuerpos los que accionan, son las bocas las que gritan, son las manos las que lanzan, son los pies los que caminan. Hoy las multitudes que protestan son multiraciales: está la población latina, asiática, blanca. Hoy las mujeres blancas hacen vallas para que pasen las mujeres negras en la protesta.

Basta decir la palabra raza para imaginar un mundo de miedos, carencias, tormentos, desolaciones colectivas, sufrimientos individuales. Basta imaginar la raza para ubicarnos en los umbrales de lo que debe ser resarcido, reparado, curado.    

No es fácil deshacernos de la imagen de “No puedo respirar”. No será fácil porque acompañará a la humanidad junto con las aldeas quemadas, los niños perdidos, las mujeres violadas. No será fácil porque remite al odio, a la brutalidad, a la humillación. 

¡Qué poco hemos avanzado en la construcción de ti, de mí como semejantes!

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, junio 1 de 2020.

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