La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos.
Olympe de Gouges.
Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791)
¿Qué quieren las mujeres? es el grito de Nietzche, Rousseau, Marx, Freud, que resuena en la filosofía, el derecho, la biología, la cultura, la religión, la psicología. Los grandes hombres pensaron a las mujeres como seres dóciles; domesticadas, graciosas para gloria y beneplácito del placer masculino y malvadas, desobedientes, transgresoras, pecadoras, diabólicas, para reprimirlas. Ahí estaban ellas en sus corsets discutiendo las ideas de ellos; adorando los dioses que ellos habían creado; amamantando a sus hijos, prolongando sus apellidos.
Bastaba decir mujeres para tenerlas agrupadas en ese conjunto informe de las indiferenciadas. Mujeres atrapadas en las ideas que sobre ellas se construyeron: machos incompletos para Aristóteles; principio del mal, según Pitágoras; depravadas si quieren ser doctas, según Eurípides; seres inútiles, para Nietzche; destinadas a reproducir, para Santo Tomás; mala hierba para Lutero; provocadoras de los santos varones, para San Agustín; salvadas por la maternidad, según San Pablo; bestia que nunca se harta, para Alfonso X el Sabio; con vocación de sometidas, para Dostoievski; envidiosas del pene, para Freud; incapaces para todo, niñas permanentes, según Schopenhauer; seres de adorno, no de aprendizaje, para Rousseau; vacías para Oscar Wilde; disolutas, para Tolstoi; naturales en el hogar, para Marx.
Las ideas de los hombres de ciencia no se quedan atrás: para Darwin, la cacería hizo fuerte el cerebro de los hombres, por lo que las mujeres quedaron con un cerebro débil; el naturalista Haeckel las ubica como “poco evolucionadas”. El médico Briquet afirmaba que la mujer está hecha para sentir y “y sentir es casi histeria”. Para Spencer, la maternidad detiene la evolución del sistema nervomuscular, por lo que las mujeres muestran una disminución en la abstracción y el raciocinio, necesarios para las matemáticas y la justicia. La biología afirmaba que las mujeres tienen que invertir toda su energía en la reproducción y no en el intelecto, pues una mujer que piensa tiene hijos defectuosos, dijo algún naturalista biólogo. La craneología afirmaba que el cerebro de la mujer es menor, por lo que carece de capacidades cognitivas como el varón. El pensamiento biológico contemporáneo las piensa obedientes a las hormonas. Ayer, como hoy, encerradas y determinadas por la matriz, el útero, los ovarios, las hormonas.
Tanto las ideas de la ciencia, como de la filosofía y de las religiones masculinas, han construido un sistema jerárquico imaginario basado en la supuesta superioridad de los hombres. Se dicen a sí mismos, talentosos, fuertes, inteligentes. Más de dos mil siglos de ideas autoproclamando su supremacía en la convención de “espejito, espejito” porque el colectivo de los hombres creó la idea de su propia superioridad en todo y desde ahí, clasificó a las mujeres fuera de la cultura, de lo civilizatorio y de la ética. El colectivo viril hegemónico se apropió de los cuerpos, los deseos, los imaginarios de las mujeres al imponerles la jaula de ideas en que las aprisionó. El mito de Pigmalión de casarse con la mujer perfecta, narra que lo llevó a enamorarse de una estatua de mármol que él mismo esculpió: Galatea, siempre bella, siempre joven como aspiración del deseo masculino de crear a la mujer a su gusto, autómata.
A partir del soliloquio viril de ideas, expulsaron a las mujeres de las iglesias, de las asambleas, de la ciencia. Las ideas se convirtieron en furia contra las mujeres: fueron quemadas en hogueras acusadas de brujas; encerradas en cuevas por disolutas; aprisionadas por locas; aisladas como enfermas; confinadas por histéricas; arrojadas a abismos, intercambiadas entre reyes, vendidas por los padres; mutiladas por los esposos; compradas por mercaderes; desfiguradas por amantes; atadas por perversas; violadas y asesinadas ayer y hoy.
Entonces, las mujeres se sacudieron las ideas que las habían enredado. Hablaron: las mujeres nacemos libres y tenemos derecho a permanecer libres. Empezamos a pensarnos fuera de los barrotes del pensamiento viril: inició el feminismo.
El feminismo irrumpe la autocomplascencia del pensamiento viril; lo enfrenta, muestra las falacias de la supremacía y de todo pensamiento donde las mujeres han sido expulsadas y negadas.
Por ello, el intruso es el Feminismo.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, septiembre 30 de 2020.