martes, 1 de septiembre de 2020

Habitar tecnología

En la fotografía de la muchedumbre

 mi cabeza es la séptima de la orilla, 

o tal vez la cuarta a la izquierda,

 o la veinte desde abajo. 

Las señales que me hace

 son ningunos rasgos personales; 

quizá la ve el Espíritu del Tiempo,

 pero no la mira.

 

Wislawa Szymborska. Poesía no completa

 

Mi abuela habitaba en la religión: al despertar se persignaba, lo hacía al desayunar, bañarse, salir a la calle, antes de dormir. Cuando sonaban las campanas de la iglesia cercana decía alguna jaculatoria como: “alabado sea Dios”. Sus expresiones de asombro, regocijo o temor iban por el estilo de “Jesús, María y José”, “Dios te ayude”, “la Virgen te oiga”, “Dios guarde la hora” y otras más. Portaba el escapulario de la virgen preferida convencida de la protección que le otorgaba. Iba a la iglesia para encontrarse con una comunidad en ese espacio dedicado al ritual. Al rezar, se encontraba a sí misma en el instante del silencio. 

 

Hoy habitamos tecnología. ¿Quién se resiste a encender el celular al despertar, en el caso de que se hubiese apagado? De la misma manera que la abuela, consultamos internet para salir a la calle, realizar un viaje o seleccionar una dieta. Desayunamos con algún dispositivo ya sea tableta, teléfono, televisión, computadora. Ahí están las nuevas voces que, desde espacios intangibles, marcan pautas para nuestra vida. Si alguien sale de casa sin celular, empieza el desasosiego. Por ello, no es exagerado decir que los teléfonos (con internet) se han convertido en los amuletos tecnológicos de los seres racionales de la modernidad. 

 

Encontramos la comunidad en Facebook, Instagram, Twitter, quienes han encontrado en nosotras, a sus fieles devotas. Las redes sociales permiten crear vínculos con comunidades cercanas o remotas que nos dan ilusión de pertenencia. También ahí nos vemos a nosotras mismas. La obsesión de subir fotos, anécdotas o frases, nos permite dejar rastros de los caminos que transitamos. Ahí nos enteramos de la niña recién nacida, del cumpleaños de alguien, del deceso de conocidos. La tecnología es el espacio para la vida privada, la vida íntima, la social, la pública. 

 

Somos, un algo vacío que llenamos con las huellas digitales proporcionadas por la tecnología. 

 

Las nuevas expresiones han sido sustituidas por: “me dejó en vista”, “castígalo sin celular”, “qué no se caiga la red”, “que no me quede sin datos”, “nadie me dio like” y otras. 

 

He asistido a reuniones con jóvenes a través de las pantallas, pero también lo he hecho con personas de mayor edad. Cuando éstas últimas, entran a la tecnología, las vemos asistidas de las hijas o nietas, pero después, aprenden a utilizar los dispositivos para enlazarse a conversaciones. Ningún rincón de la vida cotidiana queda fuera del hálito tecnológico, no al menos en la sociedad de las clases medias de las urbes. 

 

En la tecnología consumimos novedades y más novedades. De cinco minutos, de dos, de veinte segundos; lo que provoca vivir intensamente ya que cada presente deja paso a un nuevo presente. Se banaliza la novedad, nos agota en la incapacidad de retener el caudal de información, de imágenes. En tanto que, en las comunidades de los rituales, la repetición rehace el sentido comunitario y con ello, alarga el tiempo. Quizá por eso, entramos a los rituales para saber lo que está fijo, lo que queda para el tiempo largo. Cuando entramos al rito comunitario nos olvidamos de la carga de nosotras, borramos las huellas identitarias para dar paso a lo colectivo ya que lo que importa es el conjunto. El alma o la identidad de cada quien se abstrae de sí misma para ser parte de ese todo, ya sea una ceremonia religiosa o un concierto, desde sentimientos conocidos y colectivizados.

 

En cambio, habitamos la tecnología para mostrarnos y escucharnos a nosotras mismas. Es el eco del yo lo que muestran las distintas fotos que a diario hago circular en la red. A contrario de los ritos, en las redes sociales desaparece el mundo para quedar yo misma: yo fascinada con las fotos que muestro, con las letras que escribo, los mensajes que envío. Es el permanente mostrarme a mí misma para mí. El mundo se esfuma para que aparezca yo.  

 

Y por la noche, de nuevo nos despedimos en la tecnología. Activar silencio tecnológico es similar a callar a los ángeles, a la voz interior. La tecnología nos vela, porque como en los rituales sagrados, está ahí, con su carga de misterio para posesionarse de nuestras vidas y nosotras, como seres de los abismos, nos entregamos a ella. Quizá porque sabemos que es inútil resistirse o porque, ¡oh, abuela! nos reconocemos necesitadas de estos pequeños dioses en los cuales habitar para sentirnos humanas, seres de presencia ante la soledad de la falta de rituales. 

 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, septiembre 1 de 2020.

 

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