martes, 2 de febrero de 2021

Tratemos de dormir, Freud

Estamos aprisionados en el reino de la vida, 

como un marinero en su pequeño bote, 

en un océano infinito

 

Anna Freud

Trato de dormir. El perro ladra. Le contesta otro en la distancia. La voz de mi tía dice mi nombre. Más bien, me llama como cuando era niña. Despierto. Tomo agua. Trato de dormir. 160 mil muertos en mi país. Enciendo la luz. Tomo un libro. Leo “...en un cielo de pronto descosido. / Un desierto de nubes perforado. /Golpe en la nada”. Cierro el libro de poemas de Wislawa Szymborska. Pienso “un desierto de nubes perforado”. Voy en avión, veo las nubes debajo de la ventana. Tal vez ese sea el desierto de nubes. Si pasamos por una cumbre, estará perforado. La niña de Mariana acaba de nacer. Trato de dormir. Eva me avisó la muerte de su madre. No pude abrazarla. Ni siquiera le envié flores. Nada, ninguna ceremonia. Recuerdo la ventana con cortinas bordadas donde pasaba su vejez. La noche todavía no se aleja. Respiro lentamente, me concentro en la respiración. Los muertos tirados en las calles de Ecuador. Trato de dormir. ¿Cuándo vi a Juan por última vez? En la posada del otro año. No supimos que sería la última. Lo veo como maestro de ceremonia de la posada. Su camisa roja deslumbraba. Ahora me aterra su sonrisa. Cadáveres en bolsas de basura en Brasil. Detrás de él hay un paisaje de corolas azules, juncos, ramas verdes trituradas por un huracán. Damos vueltas en una carretera que termina en el mar. No lo veo, pero allá, al final, está el mar. Paula, la enfermera, de las primeras contagiadas. La sepultaron inmediatamente. Juan fuma mientras maneja. De nuevo, la camisa roja. Las fosas comunes en Nueva York. Cambio de posición para intentar dormir. Las ramas trituradas todavía están ahí. Se meten a una casa donde Ana baila frenéticamente. Me invita cuando todavía no llego, la veo muy lejos. Sigue bailando sin dar importancia a la vegetación. Da vuelta, vuelta y vuelta. Los entierran de noche, cuando nadie se da cuenta. Deseaba que las ramas se apresuraran, me alcanzaran, me cubrieran. Tenemos vestidos blancos, seguimos dando vueltas en el aire. Ana y yo bailamos en el aire. Abajo también estamos nosotras con otros vestidos. Féretros acumulados en Madrid. No tengo frío ni calor. Un viento amarillo nos atraviesa. En algún lugar, la música sigue. Se desvanece. Cadáveres acumulados en las calles ¿Guayaquil o la India? Tal vez ya estoy dormida. Deseaba que las abejas se alejaran con sus irreflexivos tamboriles. Temía sus pechitos a rayas. Escapo a una laguna helada. Rodeo para llegar. No supe cuándo murió Carmen. Solo vi la esquela en las redes. Ni cuenta nos damos de quienes mueren. Apenas de las personas más cercanas. Cuerpos arrojados a la calle. No nos da tiempo de llorar a una cuando ya otra más está en la esquela. Me digo a mí misma: ¡ten valor! recuerda la generación de la guerra. Cavan zanjas para cuerpos anónimos. La abuela con sus historias de sobrevivencia en la revolución. Vuelvo a cambiar de posición. Estiro la sábana. Despidieron a su hija desde la pantalla; no pudieron abrazarla. Trato de dormir. La abuela y sus historias dando a luz en el piso de barro de una cocina. La veo cobijada en sus enaguas largas. Niñas enterradas debajo de algún árbol. Cuerpos en camiones refrigerados esperando que los incineren. Las abejas con plumas vienen detrás de mí. Sostengo una niña en los brazos, salgo por la puerta del árbol. Murió el padre y el hijo de coronavirus; eran médicos. Una ventana se cierra. Aún no me he dormido. No supimos el nombre de la niña. El viento se cuela. Me levanto a correr las cortinas. Trato de dormir. Ángeles no ha salido de su casa. No recibe a nadie. Todo pide por teléfono. Diez meses sin ver a nadie. Solo en pantalla. Algo perdemos cuando dejamos de vernos. No se ha pintado el pelo. Lo hará cuando salga. Tal vez entonces. Veo su casa blanca. Por dentro blanca; por fuera, blanca. Ella también está blanca. ¿Qué color tendrá para mí? Se le murió el abuelo en el coche, rumbo al hospital. Las flores saludan al aire cuando paso. Veo la claridad sobre las cortinas de mi ventana. Ya no hay tanques de oxígeno. Un gato maúlla. Llegará la hora de peinarme, de preparar la sonrisa, de preguntar por qué me aterraba la noche. Trato de dormir. ¿Las abejas heredaron el zumbido? ¿siempre zumbaron igual en todas las eras de la tierra? Las nubes blancas, el desierto de nubes perforado. Trato de dormir. 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 2 de febrero de 2021.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

 

1 comentario:

  1. Hola, Lourdes, excelente la mezcla de recuerdos con la desesperación por no poder dormir. El insomnio corroe las espernzas en este encierro que todavía no tiene fecha de libertad. Un abrazo.

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