Se fugó de la conciencia una mañana
la luz real,
la física, la concreta.
Huyó empavorecida de su verdugo :
el Sismo.
Y durante cinco horas
la conciencia creyó
que ya jamás volvería
a llenar los caminos de fulgor.
Miguel González Lomelí
Para mi generación, la fecha 19 de septiembre no es una fecha más, sino una fecha que marca un parteaguas en las historias personales, familiares y, también, en la historia del país.
Todo inició en 1985 cuando a las 7.17 de la mañana (hora de la Ciudad de México), ocurrió un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter. Después ocurrió en 2017 en la misma fecha y este año de 2022. En los tres casos el epicentro se localiza en Michoacán.
El sismo de 1985 se llevó al país que existía. Cayeron los edificios del centro de la ciudad de México e inició el desplome del sistema político que había prevalecido. El sismo devastó la ciudad de México donde más de cuatro mil personas perdieron la vida, de acuerdo a las cifras oficiales. En esos momentos, México protagonizó una historia de rescate, de solidaridad que no se veía desde los tiempos de la revolución mexicana donde también se cuentan heroicidades de personas que no alcanzaron a ser registradas por la historia porque se trata de microheroismos, recordados por quienes los vivieron.
Ese año, regresé a la Ciudad de México el 23 de septiembre, ya que aún no sabíamos la magnitud de lo que había ocurrido. Llegué a una ciudad de México desolada: sin luz eléctrica en gran parte de las colonias, sin gas en las viviendas, con escasa disponibilidad de agua. Ahí surgió un tipo de convivencia inusitada: las personas como tú y como yo dirigían el tráfico vehicular, se compartía lo que se tenía y, sobre todo, siendo desconocidos nos tratábamos como semejantes. Como si caminar sobre escombros nos expulsara de un largo exilio en el que habíamos errado.
El sismo nos exilió del aislamiento en que estábamos unas y otros, nos devolvió a la ciudad como el lugar de la Matria. Por eso, ese lugar de lo semejante humano, pudo vislumbrarse en la solidaridad entre extraños, en el rescate de quienes quedaron atrapados bajo los edificios. Esa luminosidad reaparece cuando la tragedia se convierte en el lugar de otro enunciamiento.
A partir del sismo nada fue igual: ni la comunicación pública, ni la relación del Estado con la ciudadanía, ni la idea de lo que debe ser la política y la sociedad. En este 37 aniversario quiero recordar a héroes y heroínas que levantaron piedras; a las que acarrearon agua; a quienes volvieron a convertir la ciudad en un lugar vivible. Mi vecina tomó como suya la seguridad de los niños y niñas de la escuela primaria que estaba en la colonia y no descansó hasta que todas las criaturas fueron entregadas a sus familiares. Recuerdo, también, a una colega que adoptó dos niñas huérfanas del sismo.
Mujeres que nunca habían participado en la arena pública fueron arrojadas, desde su condición de ser mujer, a actuar más allá de su hogar: dar de comer a quienes no tenían, buscarles lugar para pasar las noches. Aquello que apenas nacía, esa luminosidad del umbral de lo humano, apareció ahí.
Recuerdo, sobre todo, a Miguel que sobrevivió a la caída del edificio Nuevo León del conjunto habitacional Tlatelolco y que hoy su vida es celebratoria, gustosa. Porque la tragedia del sismo, de la que fue rescatado mientras otros morían a su alrededor, (él cantaba como espera del rescate), no marca de manera negativa su vida; sino que se convirtió en un momento de ruinas, de aridez, que decidió encerrar dentro de sí; una tragedia que ocurrió, para, con una gran lucidez, saber que está en la vida, desposeído casi de toda pretensión, salvo saberse vivo.
Le asiste una desconocida confianza propia de quienes han cruzado la irreversibilidad de la frontera. La fragilidad lo abrió de otra manera al mundo: entra a ser solo, con el mínimo acompañamiento y así, en su soledad intacta (aunque estemos con él) vuelve a despertar cada día a un estado naciente desde donde está en la vida, la disfruta y a la vida, le agrega vida.
Hoy, en 2022, vuelve a temblar el mismo día como si fuera maldición mexicana de septiembre; seguramente habrá explicaciones de la ocurrencia circular en la misma fecha. Mientras tenemos esas explicaciones, no nos queda más que abrazarnos, circular los memes y volcarnos a la esperanza de que resurjan otras relaciones sociales en un país que es hogar, horizonte, ciudad: el territorio emocional donde vivimos.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 20 de septiembre de 2022.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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