Llevamos el circo en la sangre
Carlos Ruiz Zafón. La sombra del viento
Antes, íbamos al circo; actualmente, el circo viene a nosotras. Los conceptos de espacio escénico han cambiado por lo que hoy podemos pensar con Certau (La invención de lo cotidiano 1. Artes de hacer, 1990) que el espacio es ese lugar transitado de forma dinámica. De esta manera, el circo se encuentra en la cotidianidad puesto que gran parte del país se ha convertido en una enorme carpa donde transcurren los actos circenses.
En el circo actual tenemos trapecistas; verdaderos maestros capaces de dar saltos mortales de un columpio a otro, aunque sean de diferentes colores. Nunca van solos, sino que su equipo se asegura de que el maestro caiga parado para, inmediatamente, ir tras él. También tenemos a quienes hacen funambulismo, ese espectáculo que particularmente nos emocionaba cuando éramos pequeñas: caminar por la cuerda floja es una verdadera hazaña porque no se sabe cuándo se dará un paso en falso y ¡zas! se puede romper una pierna y el futuro se cerrará.
Me gustan mucho los payasos; son un capital inagotable de risas, a pesar de ellos mismos. Los que más me hacen reír son aquellos que no tienen conciencia de ser payasos: no van disfrazados como tal con su nariz de pelotita roja, pero su esencia es esa. Los podemos ver abriendo la sesión de la carpa con cualquiera de sus frases, apurándose para ganar el aplauso fácil, tropezando; hablan de los otros payasos como si fueran ellos mismos. Se equivocan cuando buscan la puerta para entrar, aunque sepamos que se van a ir, que saldrán pronto de las pistas; lástima que no recojan el confeti, la basura que tiraron.
A veces se mueren los elefantes. En un circo que pasó por la ciudad donde vivo, recientemente murió el elefante más viejo. Todos los integrantes se pusieron tristes, dijeron loas en su honor; incluso, guardaron sus colmillos como recuerdo. Como en todos los duelos, no dijeron que temían sus pisadas pues arrasaba con lo que encontraba. Tampoco quisieron recordar cuando casi tira la carpa por sus enojos o cuando bastaba mirarlo a los ojos para saber por donde refulgiría. Por su longevidad de elefante vio morir gorilas, osos, caballos de carreras, orangutanes, perritos de acrobacia, ponis, pulgas amaestradas. El dueño del circo le dedicó unas palabras de afecto, pero sonaron a que se quitaba un lastre: hacía mucho tiempo que ni lo volteaba a ver. Hasta yo tuve que reconocer que la historia de ese circo ha estado vinculada a la vida biológica del elefante: estaba antes que los espectadores actuales nacieran, por lo que impuso el ritmo al periodo que pasó y al que actualmente vivimos.
Yo vi a un domador meter su cabeza en la boca del león. Después supe que a esos leones los llevan bien alimentados a los espectáculos y lo más probable, es que les quiten los dientes. Yo no sé qué ocurre ahora ya que están prohibidos los animales en los circos. Entonces, ¿qué hacen los domadores de fieras?
Cuando íbamos a los circos de tres pistas, el espectáculo no nos daba tregua: terminaba un acto en una pista, mientras en la otra iniciaba el siguiente; nos dábamos cuenta de que en la tercera pista levantaban los trapecios porque la continuidad era básica para mantener la atención del público. En el circo de hoy predomina la superabundancia de acontecimientos, la superabundacia espacial y la individualización de las referencias, como teoriza Augé (2000. Los no lugares: espacios del anonimato: una antropología de la sobremodernidad) esto significa que ocurren muchas acciones circenses en más de cinco pistas, pero ahora son simultáneas; no una después de la otra. Además, cada una está cargada de su propio significado; ocurren en lugares lejanos que se vuelven cercanos por virtud de las redes sociales en que el circo se transmite desde temprano; y cada una, refiere a un o una protagonista exigente de que lo miren hasta la desesperación.
Cada vez, más frecuentemente, llaman por teléfono para preguntar qué acto me gusta más y qué cirquero. A veces tengo la tentación de colgar sin contestar, pero pienso que se trata de aplausos que se cuentan, y no, como debiera ocurrir con los aplausos: actos pasajeros destinados a terminarse en el momento que se aplaude y nada más.
Me desconcierta este aplauso que se congela en cifras y que puede hacer cambiar al propio circo.
¿Cómo pensar el circo hoy? Es un espectáculo de sensación donde dejamos de pensar. ¡Ah, los circos con sus desfiles, sus disfraces, sus fanfarrias: las falsas luces!
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 18 julio de 2023.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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