¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
lleváronla al tempo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Gustavo Adolfo Becquer
En una ocasión estuvimos levantando una lista de niñas y niños en una comunidad wixaritari de los alrededores de Tepic. Al llegar a una vivienda, una señora estaba confeccionando aretes de chaquira, por lo que siguió con su labor mientras contestaba las preguntas de cuántos hijos e hijas tenía, las edades, etc. Ya habíamos terminado cuando se escuchó un llanto en el interior de la casa. Le pregunte de a quién correspondía ese llanto. –“Es una niña que nació hace poquito”- dijo, sin despegar las manos de la labor que hacía. –“¿Por qué no me dijiste para registrarla?” –“No quiero que la apuntes en tus papeles porque los dioses se la están comiendo”.
Entré a la casa y vi a una niña envuelta en trapos, orinada y sucia, simplemente dejada ahí por la mamá. Salí con ella en brazos y le dije, “mira, dale de comer porque tiene hambre” –“Me dijo el marakame que no me la arrime a darle de comer porque los dioses se la están comiendo. No va a vivir”. Traté de llevar a madre e hija a la clínica cercana; intenté convencerla de buscar alguna solución, pero ella segura del designio de la niña, había dejado de alimentarla y atenderla.
Confronté, entonces, las decisiones sobre la muerte de esta mujer, resignada a la muerte de la hija, muerte por pobreza. Seguramente el marakame priorizaba la salud de la madre ante el desgaste de dar de comer a una niña que, habiendo nacida desnutrida, tenía pocas posibilidades de sobrevivir. También contaban los otros hijos que debían ser atendidos por la madre.
Me costó trabajo dormir esa noche porque la niña wixarika, envuelta en esos trapos, muriéndose, se sobreponía en mi sueño. Me levantaba a ver a mis propias hijas en sus cunas.
Tenemos distintas posiciones ante la muerte. En la cultura mestiza católica, la resignación hacia la muerte es una decisión última que se toma con resignación después de haber hecho todo lo humanamente posible para que la hija o cualquier otro familiar, sobreviva. La medicina laica también tiene este propósito: buscar todas las soluciones posibles, antes de rendirse.
En México tenemos, al menos dos conmemoraciones sobre la muerte. La primera se refiera a los muertos próximos, a nuestros familiares que recordamos en sus aniversarios. La segunda se refiere a los muertos como colectividad y para ello tenemos el 1 y el 2 de noviembre. El día primero se recuerda a los niños y niñas que no probaron comida. Dentro del catolicismo se les llama comúnmente angelitos, pero se trata de criaturas que no ingresaron a la vida. El día dos se recuerda a los muertos en general.
En México, a partir de la separación Estado-Iglesia, el culto a los muertos se trasladó de los templos a los panteones. Gracias al Estado laico los panteones se convirtieron en lugares de fiesta cívica porque, aunque la celebración tenga que ver con la religiosidad, realmente se trata de festividades realizadas fuera del control de la iglesia.
En determinadas épocas, la muerte requiere su propia devoción. Así ha ocurrido durante las epidemias, las pestes, los contagios. Así ha ocurrido durante los asesinatos masivos derivados del crimen organizado, de las guerras, de las desapariciones, de los feminicidios.
La muerte, requiere su propia devoción y se convierte en la Santa Muerte.
Tiempo después regresé a la comunidad wixaritari que conté al principio. La familia había abandonado esa localidad para asentarse más adentro de la sierra. Entonces, pensé en esas niñas indígenas que no son registradas en los censos ni en ningún documento; niñas que están enterradas en cualquier sitio, sin seña alguna y seguramente, nadie las lleva en el recuerdo.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 30 de octubre de 2023.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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