La primera novela que leí de Rosario Castellanos fue Balún Canán, nombre maya-Tzeltal de Comitán, el lugar donde vivió durante su infancia. A esa novela pertenece el siguiente párrafo:
“No soy un grano de anís. Soy una niña y tengo siete años. Los cinco dedos de la mano derecha y dos de la izquierda. Y cuando me yergo puedo mirar de frente las rodillas de mi padre. Más arriba no. Me imagino que sigue creciendo como un gran árbol y que en su rama más alta está agazapado un tigre diminuto. Mi madre es diferente. Sobre su pelo –tan negro, tan espeso, tan crespo– pasan los pájaros y les gusta y se quedan. Me lo imagino nada más. Nunca lo he visto. Miro lo que está a mi nivel. Ciertos arbustos con las hojas carcomidas por los insectos; los pupitres manchados de tinta; mi hermano. Y a mi hermano lo miro de arriba abajo. Porque nació después de mí y, cuando nació, yo ya sabía muchas cosas que ahora le explico minuciosamente”.
Es la voz de una niña que utiliza la autora para dar cuenta de la desigualdad en que se encuentran los indios mayas en Comitán. Rosario Castellanos nació en 1925 y murió en Tel Aviv en 1974. Su voz es imprescidible en las letras mexicanas. Escritora de novela, poesía, ensayo, cuento, crónica periodística, teatro, es la escritora mexicana del siglo XX que pensó en sí, en la soledad, en las mujeres, en el amor; pensó con otras y para otras. Aquí la quiero recordar con el cariño con que la encontré cuando la leí por primera vez, pero también, cuando sus versos sirvieron de guía para despertar en las mañanas, recordar la cadencia del idioma, para pensar, para pensar y cantar.
Con sus ideas hemos hecho proclamadas Debe haber otro modo de ser humana y libre; hemos pensado epistemológicamente como en el siguiente verso que se refiere a la totalidad, a la fragmentación y la enunciación:
porque la realidad es reductible
a los últimos signos
y se pronuncia en sólo una palabra
Hemos ironizado:
—¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir
que se levantó un acta en alguna oficina
y se volvió amarilla con el tiempo
y que hubo ceremonia en una iglesia
con padrinos y todo. Y el banquete
y la semana entera en Acapulco…
Aquí la quiero recordar con tres poemas:
Agonía fuera del muro
Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren , cohabitan.
El cuerpo de los hombres prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.
Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.
Sin orgullo ( ¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la especie no produce? )
los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.
El otro
¿Por qué decir nombres de dioses, astros
espumas de un océano invisible,
polen de los jardines más remotos?
Si nos duele la vida, si cada día llega
desgarrando la entraña, si cada noche cae
convulsa, asesinada.
Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre
al que no conocemos, pero está
presente a todas horas y es la víctima
y el enemigo y el amor y todo
lo que nos falta para ser enteros.
Nunca digas que es tuya la tiniebla,
no te bebas de un sorbo la alegría.
Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.
Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,
lo que come es tu hambre.
Muere con la mitad más pura de tu muerte.
La piedra
La piedra no se mueve.
En su lugar exacto
permanece.
Su fealdad está allí, en medio del camino,
donde todos tropiecen
y es, como el corazón que no se entrega,
volumen de la muerte.
Sólo el que ve se goza con el orden
que la piedra sostiene.
Sólo en el ojo puro del que ve
su ser se justifica y resplandece.
Sólo la boca del que ve la alaba.
Ella no entiende nada. Y obedece.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 16 de agosto 2025.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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