Llevé lo que la ola, para romper lleva
-sal, espuma y estruendo-,
y toqué con mis manos una criatura viva,
el silencio
Rosario Castellanos
Las hojas sostienen un leve hilo de agua de la llovizna de la madrugada. Mientras amanece, febriles hombres pintan los batientes de la plaza del pueblo en la víspera de la celebración. En tanto, las mujeres de los tianguis arman sus arañas de la nada a la nada en la mitad del tiempo.
El agua sigue pequeños cauces en este pueblo de calles de piedra y de ceniza. Es Jala en la ladera del volcán Ceboruco. El agua aún no termina de absorberse en estos confines olvidados de callejones y senderos que bajan de la montaña. Con la escoba, una señora ensaya un conjuro frente a su casa: prepara la entrada a las personas que espera, ahuyenta a quienes se fueron. Puede ser que tú solo veas que barre la calle, pero en su corazón, amasa palabras secretas para evitar el infortunio.
En el mercado, una joven prepara alimentos: gorditas de nata, tamales calientes, atole de masa. No porque alguien se detiene y a señas pide que le sirvan, se acabaron las palabras. Es necesario que alguien diga buenos días para que las palabras digan lo que dicen y algo más. Entonces, el vaso rebosa del tormentoso champurrado caliente que conoce el camino del alma.
Los pájaros empiezan a cantar porque las madrugadas, en este lado del volcán, se conocen por los mirlos; el frío, por la ausencia de la hija; el atardecer, por los recuerdos; el llano, por las altivas espigas de maíz.
Frente al templo, una muchacha se toma una selfi. Son los tiempos, son los tiempos. La abuela se persignaba en ese mismo lugar al pasar. Hoy, es un escenario que valida la presencia efímera, el lugar marcado en el mapa para decir “aquí estuve”. La cantera, indiferente, sostiene al reloj y sus horas; ancla el tiempo, al tiempo.
Dentro, han sacado a Cristo Rey: una escultura de Jesús sentado en un trono enmarcado en un techo dorado. Lo han colocado en el sitio de honor frente al altar porque el novenario ya empezó. Los cuetes despiertan los cielos para anunciar la celebración. El Cristo fue traído de Barcelona por Mariano Ruiz, Jefe Político de Tepic en 1904 para regalarlo a las creencias de este pueblo.
A su lado, la Virgen de la Asunción con los brazos abiertos, recuerda los elotes tiernos de las cosechas buenas; agradece las peregrinaciones que hicieron los hijos. Madre de la lluvia en otras cosmogonía, les regaló las lluvias a tiempo, para que recogieran los frutos del paraíso.
Los Santos Médicos, Cosme y Damián, en su perenne curación al mártir Sebastián, cobijan a santeras y curanderos de almas y de cuerpos de quienes llegan para abrir sus ventanas a la sanación, para aliviar el desamor, la mala fortuna, la medianoche encontrada al cruzar el río. Son las brujas y los brujos de la montaña magnética.
Algo tienen las iglesias que nos llaman al regreso. Sabemos de la aglomeración de las metrópolis, del ruido de los aviones despegando, de la frescura de los valles cuando verdean. Volvemos a un templo como este, quizá porque nunca nos fuimos del todo de la pequeña tierra donde nacimos. Este ambiente de recogimiento con sus santos sangrantes y vírgenes suplicantes, nos devuelven a ese lugar de la infancia donde el alma se reconoce un tanto confundida entre la espiritualidad y el goce.
Tal vez las cúpulas altas, el olor a flores, la soledad de esta hora de la mañana, se metan en nosotras como el dolor de una mujer que no conocemos; de un muchacho desaparecido, de una joven arrojada a un precipicio y esté presente aquí en esta paz para perturbarnos.
Tocan las campanas anunciando la primera celebración del día. Una niña descalza atraviesa el atrio como si pisara alfombras en el piso de cantera. Más vale atravesar este patio para volver a las calles de ceniza.
¿A qué vengo a este pueblo? Amanece al fondo del camino donde el sol muestra al arrogante volcán.
Es de silencio la madrugada; pende inmóvil en la ceniza de las calles mientras la niebla, desinteresada, se evapora.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 21 de noviembre de 2024.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx