miércoles, 27 de agosto de 2025

Siempre tienen 18

Qué encontraste

 en la escuela?

Preguntas,

y muy pocas

 respuestas.

 

Siempre tienen 18, traen las marcas de su generación, el celular alojado en la mano, tatuajes explícitos, auriculares casi invisibles; piercing en los labios, las orejas, la lengua; las canciones que les tocan; buscan los futuros. Sus padres ya fueron profesionistas; sus madres, ya trabajaron fuera de casa. Vienen de padres divorciados, de familias recompuestas, de historias de migrantes.

 

Yo, la maestra, tenía 30 años y ellos 18. Después tuve 40 y 50 y 60. Ellos y ellas seguían llegando a las aulas universitarias con 18 años. Les llamaron generaciones ye o zeta. Hoy les llaman generación de cristal, pero yo no les veo lo quebradizo en ningún lado. Al contrario, muchos y muchas llegan con grandes fortalezas porque todavía arriban estudiantes esperando encontrar en la universidad pública una posibilidad de ascenso social. Sobre todo, quienes vienen de los ámbitos rurales e indígenas. Llegan las mujeres, llegan en masa a hacer preguntas más que encontrar respuestas.

 

Quizá les llaman de cristal porque ellos y ellas portan discursos de los derechos que les tocan. Sobre todo, el derecho de que merecen todo, merecen la felicidad, el ocio, el trabajo, la vida sin violencia; merecen el bienestar y alguien se los tiene que proporcionar. Mi generación proviene de la lógica del esfuerzo, del sacrificio, de los caminos largos. No digo que sea mejor una que otra, solo épocas diferentes.

 

Las y los jóvenes de 18 años se instalan en otra exigencia, la del tiempo en su forma rápida de pasar; la del juego como forma de transitar a la adultez; la de la comunicación instantánea; las de los miles de amigos virtuales. Se instalan en la educación desde sus ámbitos tecnológicos porque lo digital es la realidad.

 

¿Cómo podemos ser maestras ante estas generaciones? La enseñanza de las teorías, que era el patrimonio del profesorado, está en google, ahí, al alcance de un solo click, de una búsqueda inteligente. Ahí está la vida de Hipatia, la historia desde el pleistoceno, la narración de las guerras griegas, el desciframiento de las ecuaciones, la galaxia de Andrómeda y las no descubiertas. Ahí está la poesía del mundo antiguo, la música orquestal, la riqueza de los museos. Se puede encontrar en texto, en video, en plataformas interactivas.

 

Ellos y ellas juegan en entornos virtuales, transforman sus identidades, crean ciudades y lenguajes.

 

¿Cuál es, entonces, la función del profesorado ante las generaciones del ipad y la inteligencia artificial?

 

Es incierto pensar el futuro del profesorado, no de las y los estudiantes, sino el futuro del profesorado. La clásica supremacía que se arrogaban los profesores cae por los suelos ante estudiantes tecnológicamente provistos; capaces de gestionar sus propias metas; estudiantes participativos en múltiples plataformas, creadores de lenguajes digitales; estudiantes que saben a dónde quieren llegar; con una capacidad de adaptación a los cambios del mundo digital y, aún, de demandar mayores transformaciones. Estudiantes con cada vez menor capacidad de asombro y mayor capacidad de imaginación e innovación.

 

Todo es posible, dicen sus camisetas; La imaginación es el límite.

 

Los conocimientos y prácticas que teníamos el conjunto del profesorado van quedando obsoletos ante la revolución de las ideas y las prácticas del conocimiento interdisciplinario y experencial. El rezago del profesorado encuentra paliativos en cursos que organizan las instituciones para ponernos al día en el manejo de tecnología.

 

El primer mensaje que me envió mi nieto de diez años fue ¿qué tipo de gatito quieres ser? Y, a continuación, una serie de gatitos elaborados con IA; el gatito excursionista, el cocinero, el que va a la luna. Mientras ellos utilizan su primer dispositivo interactuando con la IA, nosotros todavía debatimos si se debe utilizar en el aula o expulsarla.

 

Platón se oponía a la escritura porque se dejaría de ejercitar la memoria y se confiaría en lo escrito; lo escrito siempre dice lo mismo mientras que Platón esperaba generar respuestas para, juntos, llegar a verdades. Cuando se masificó la televisión, la enseñanza la vituperó hasta que la incorporó como tecnología educativa; cuando inició internet se le pretendió expulsar de las aulas porque se trataba de información a granel sin control de calidad; cuando inicia la IA se le descalifica porque sustituye búsquedas y razonamientos.

 

La IA muy rápido transformará la educación superior, acelerará la investigación académica, potenciará la ciencia de datos. Las teorías de escenarios y los modelajes estarán al alcance de estudiantes sin necesidad de cursar posgrados para acceder a esas tecnologías. El mundo de la economía digital espera a estos jóvenes que llegan hoy con sus 18 años.

 

¿Con qué nos quedamos el profesorado que aprendimos de maestros que dictaban las clases, de quienes nos daban fotocopias para subrayar y hacer síntesis? A nosotras nos atravesó la vida, nos mostró que gran parte de lo que aprendimos era efímero. Las teorías, como formas de explicar la vida, la sociedad, la naturaleza, son verdaderas hasta que las sustituye otro conocimiento.

 

Quizá sea el inicio del fin de la supremacía del profesorado para partir de lugares más horizontales al generar conocimiento. Hoy, más que nunca, aprender a pensar, a plantear problemas, a buscar soluciones sea lo que tengamos que hacer en la educación.

 

A mi nieto le respondí con otro dibujo que yo pedí a la Inteligencia Artificial generativa: una gatita lectora. -Ah, -me dijo-, es cierto, tú eres gatita. Entonces, hacerle observar lo que él no había observado, mi género, es el principio de que vuelva a hacer la pregunta de manera más acertada. Me mandó una carita de él convertido en gatito y maullidos y esos sí, no supe cómo los hizo.

 

Bienvenidas y bienvenidos estudiantes con sus 18 años, su manera de vivir el presente con sus extensiones tecnológicas. Espero que hagamos buenas conversaciones intergeneracionales a partir de sus expectativas y nuestras experiencias…alrededor de la inteligencia artificial.

 

¡Empezar un curso nuevo, produce una emoción única!

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 23 de agosto 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

 

domingo, 17 de agosto de 2025

Mínimo homenaje a Rosario Castellanos a 100 años de su nacimiento

 La primera novela que leí de Rosario Castellanos fue Balún Canán, nombre maya-Tzeltal de Comitán, el lugar donde vivió durante su infancia. A esa novela pertenece el siguiente párrafo:


No soy un grano de anís. Soy una niña y tengo siete años. Los cinco dedos de la mano derecha y dos de la izquierda. Y cuando me yergo puedo mirar de frente las rodillas de mi padre. Más arriba no. Me imagino que sigue creciendo como un gran árbol y que en su rama más alta está agazapado un tigre diminuto. Mi madre es diferente. Sobre su pelo –tan negro, tan espeso, tan crespo– pasan los pájaros y les gusta y se quedan. Me lo imagino nada más. Nunca lo he visto. Miro lo que está a mi nivel. Ciertos arbustos con las hojas carcomidas por los insectos; los pupitres manchados de tinta; mi hermano. Y a mi hermano lo miro de arriba abajo. Porque nació después de mí y, cuando nació, yo ya sabía muchas cosas que ahora le explico minuciosamente”.

 

Es la voz de una niña que utiliza la autora para dar cuenta de la desigualdad en que se encuentran los indios mayas en Comitán. Rosario Castellanos nació en 1925 y murió en Tel Aviv en 1974. Su voz es imprescidible en las letras mexicanas. Escritora de novela, poesía, ensayo, cuento, crónica periodística, teatro, es la escritora mexicana del siglo XX que pensó en sí, en la soledad, en las mujeres, en el amor; pensó con otras y para otras. Aquí la quiero recordar con el cariño con que la encontré cuando la leí por primera vez, pero también, cuando sus versos sirvieron de guía para despertar en las mañanas, recordar la cadencia del idioma, para pensar, para pensar y cantar.

 

Con sus ideas hemos hecho proclamadas Debe haber otro modo de ser humana y libre; hemos pensado epistemológicamente como en el siguiente verso que se refiere a la totalidad, a la fragmentación y la enunciación:

 

porque la realidad es reductible
a los últimos signos
y se pronuncia en sólo una palabra

 

Hemos ironizado:

 

—¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir
que se levantó un acta en alguna oficina
y se volvió amarilla con el tiempo
y que hubo ceremonia en una iglesia
con padrinos y todo. Y el banquete
y la semana entera en Acapulco…

 

Aquí la quiero recordar con tres poemas:

 

Agonía fuera del muro


Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren , cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo ( ¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la especie no produce? )
los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.

 

El otro


¿Por qué decir nombres de dioses, astros
espumas de un océano invisible,
polen de los jardines más remotos?
Si nos duele la vida, si cada día llega
desgarrando la entraña, si cada noche cae
convulsa, asesinada.
Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre
al que no conocemos, pero está
presente a todas horas y es la víctima
y el enemigo y el amor y todo
lo que nos falta para ser enteros.
Nunca digas que es tuya la tiniebla,
no te bebas de un sorbo la alegría.
Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.
Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,
lo que come es tu hambre.
Muere con la mitad más pura de tu muerte.


La piedra


La piedra no se mueve.
En su lugar exacto
permanece.


Su fealdad está allí, en medio del camino,
donde todos tropiecen
y es, como el corazón que no se entrega,
volumen de la muerte.

 

Sólo el que ve se goza con el orden
que la piedra sostiene.
Sólo en el ojo puro del que ve
su ser se justifica y resplandece.


Sólo la boca del que ve la alaba.

Ella no entiende nada. Y obedece.

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 16 de agosto 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

domingo, 10 de agosto de 2025

Jala, donde el viento sabe a ceniza

Llevamos la vida en la vida;

somos las mujeres mazorca

las mujeres nixtamal

las mujeres

 

Aquí, en Jala, amanece la sombra de las casas señoriales y poco, a poco, se van desvaneciendo hasta que la mañana se vuelve mediodía.  Más allá, surgen las casas de los campesinos que, fieles a las tormentas, levantan los surcos para que el 15 de agosto los elotes sonrían en la ciega furia de la vida.

 

Después de la tormenta sientes que en estos callejones puedes vivir la eternidad porque aquí están guardados los recuerdos de las madres, de las madres de las madres; de los padres. La tormenta cayó fuerte. “fueron tres tormentas en una”, me dijo un señor que pasaba: “la primera vino silenciosa; la segunda fue la de los rayos; la tercera traía viento”. Yo lo dejé que siguiera en sus murmullos porque no sabía si hablaba conmigo, con el hueco de las bardas o con los perros de la calle.

 

Todavía susurraba el agua de la tormenta entre las piedras y el piso de ceniza. Un hilo de luz nos seguía cuando íbamos saltando por un camino abierto entre las corrientes del agua. El señor siguió en su palabrería, en tanto que yo volví sobre mis pisadas para retornar a la plaza. Los perros se fueron por el callejón de los arrayanes.

 

Tropezamos con piedras al azar porque en esta hora de la mañana todavía la luz se pega a las paredes y tarda en bajar hasta el empedrado. Digo buenos días a una señora que barre las hojas que cayeron tras la tormenta. Todavía se oye el candor de la caída de las hojas en tanto la señora vuelve a sus propias meditaciones sobre la hija que se fue para el norte. Porque, aunque ella no lo diga, las hijas se van cuando se tienen que ir y aquí quedamos las madres, con el corazón en la espera de que pasen las tormentas que les tocan.

 

Más adelante, las veladoras forman una cruz en el piso de una casa, las cuales veo al pasar. Trato de no asomarme demasiado a ver a los deudos porque las caras desconocidas verán mi propia cara en la manía de vivir. Tal vez deba decir en esta manía de vivir donde los días pasan sin remordimientos.

 

Frente a la presidencia municipal empiezan a colocar el templete donde se llevará a cabo la presentación de las candidatas a reina del elote de este año. La decoración multicolor de la cultura wixarika, luce en el venado y en el puma, tapizados de chaquira, joya de la artesanía nayarita. Los ojos de dios anuncian el espectáculo nocturno, entreverados con elotes de utilería, porque la presentación se programa para las 9:30 de la noche, un horario destinado a redes sociales con muy poco público presencial: solo los familiares de las candidatas y quienes integran el jurado: el cabildo del municipio, las reinas electas de localidades vecinas, Ixtlán del Río y Ahuacatlán.

 

Todo esto que oyes, todo esto que pisas está destinado a perecer: es un templete por el que pasarás, por el que serás vista para, después, ser reemplaza por otra; mientras tanto, alguien te dice: “es tu turno”. Cierras los ojos para ver más allá, donde se ve el entrecruce de las nubes; así no ves los ojos de toda la gente que vive sobre la tierra y te mira.

 

La Feria del Elote de Jala, Nayarit tendrá su reina, ese símbolo de fertilidad que portan las mujeres jóvenes en todas las culturas agrícolas. Aunque parezca un evento social que sigue el glamour de los tiempos, el principio femenino se alza desde el centro de la tierra. El principio femenino marca la cosecha en su mansedumbre de ser tierra, matriz, resurgimiento. La joven elegida, es algo tan común y tan divino como la diosa Xilonen, “espiga, mazorca tierna”. Ella simboliza lo que renace milpa tras milpa, flor tras flor, grano.

 

Aquí en Jala, el piso es de ceniza porque el volcán nos dejó esta alfombra negra. Con la ceniza hemos creado sermones, criaturas, buques para navegar. Hemos vivido bajo el cielo de ceniza cuando cae la tarde mientras las iguanas se esconden en los tejados. Hemos enterrado a nuestros muertos en cualquier orilla de ceniza.

 

En las casas se esconden los nombres que hemos olvidado. El de la mujer muerta sigue nombrándose en las paredes de las casas que siguen en pie porque los tañidos de las campanas del día de su muerte renovaron el cansancio de otras edades. Cada mujer que nace recupera a la anterior y esta a la anterior y así hasta que el viento feroz devuelva las edades del principio.

 

Es verano, es el tiempo de los verdes verdes, cuando la tierra quiere asentarse en el fervor del sol del mediodía. Es el verde amado colgando en los aleros de las casas, en el borde del espejo como poema desbordado.

 

El viento trae los sonidos del trueno mientras los pájaros, indiferentes a los empedrados, pasan brillando sus plumajes azules.

 

Es Jala, el viento sabe a ceniza. En tanto, en el llano, la milpa palpita en la tormenta que vuelve.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 9 de agosto 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

martes, 5 de agosto de 2025

El espejo de Penélope

Soy plateado y exacto. No tengo prejuicios…

Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí

buscando en mi extensión su verdadero ser…

En mí, ella ahogó a una muchacha y en mí, una vieja

se alza hacia ella día tras día, como un pez terrible

 

Sylvia Plath. Espejo (fragmento)

 

Durante los veranos nos enviaban a la casa de los abuelos en la ciudad de México. En la recámara principal había un tocador-espejo ante el cual se sentaba la tía mayor a ponerse rulos antes de dormir, aromatizar su cuerpo con agua de rosas, y, sobre todo, dedicar un tiempo al cuidado de la cara a través de las cremas de la época. Los cosméticos se compraban en la Farmacia París, en lo que hoy se denomina Centro Histórico, por la calle República de Salvador, entre las calles de 5 de Febrero e Isabel la Católica.

 

Para mí, niña que era, ese ritual me hablaba del mundo de las adultas, similar a las historias en que se envolvían los días de esas tías que morían de amor o que fabulaban en torno al amante perdido.

 

Junto con el rito de estar sentada frente al espejo, las historias se sucedían, por lo que las tardes-noches eran esperadas para saber las narraciones de otras tías que no habíamos conocido, pero que sus historias nos hablaban de heroicidades, de amores transgresores, de secretos dichos a medias o de obediencias que terminaban por enmudecerlas.

 

Otras mujeres asomaban también al tocador: primas de paso por la ciudad, parientas que llegaban a estudiar o simplemente, las que iban de Tepic, de Compostela, a visitar la Villa de Guadalupe, Xochimilco, Bellas Artes.

 

El espejo abarcaba toda la parte central del tocador. El diseño estaba elaborado para que las mujeres se sentaran frente a él en un banco cómodo y pasaran ahí una buena parte de la tarde-noche. Abajo, a los costados, unos pequeños cajones guardaban los cosméticos que se utilizaban.

 

¿Por qué el espejo es tan importante para las mujeres? Telémaco, el hijo de Odiseo y Penélope ordena a su madre subir al piso de las mujeres a arreglarse ante la contienda final entre los pretendientes. Odiseo está ahí, disfrazado de vagabundo.

 

“Conque, báñate, viste tu cuerpo con ropa limpia, sube al piso de arriba con tus esclavas y promete a todos los dioses realizar hecatombes perfectas, por si Zeus quiere llevar a cabo obras de represalia”.

 

Penélope, habitante del piso superior del palacio, acata la orden. Ante el espejo de metal bruñido, se compuso el cabello ayudado por sus esclavas, formó los rizos lustrosos, untó su cuerpo con aceite de ambrosía y rosas y su fragancia habrá alcanzado el palacio hasta despertar la lujuria de los pretendientes.

 

El espejo, es el símbolo de Afrodita, diosa del amor, quien es representada sosteniendo un espejo en una de sus manos; es, por lo tanto, un utensilio femenino que muestra la belleza de las mujeres.

 

Las mujeres encuentran su belleza en el espejo, en tanto que los hombres encuentran su belleza en la lucha y en el uso de las palabras.

 

Para Aristóteles, si las mujeres se ven al espejo durante la menstruación, verán una nube sangrienta. Nos damos cuenta que se trata de una mirada masculina sobre lo que son las mujeres y lo que deben y no deben hacer. Por cierto, para este filósofo, una de las pruebas de la “inferioridad” de las mujeres era que ¡no podían contemplar su propio sexo!

 

Durante la Edad Media se prohibió el uso de los espejos porque propiciaba que las mujeres, al usar maquillaje, “alteraran” el rostro de Dios. Recordemos, que, de acuerdo a la Biblia, los seres humanos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, por lo que los maquillajes alteraban el rostro divino que las mujeres portaban. ¡Una batalla inútil contra los espejos!

 

En cuanto al tocador-espejo de la casa de la Ciudad de México, fue trasladado a Tepic cuando la familia decidió regresar a la ciudad donde vivo. El tocador fue abandonado en un cuarto de azotea porque en las casas modernas el lugar lo ocupaban las cómodas-tocador donde las mujeres tienen que arreglarse de pie, sin esa ceremonia de la conversación larga. En su lugar, las pantallas ocupan el espacio de las palabras que nos traían las narraciones de otras generaciones. La tía conservaba el tocador-espejo en el desván de la azotea, más como un recuerdo que como un mueble que fuese a utilizar, símbolo material de otra época.

 

Por eso, cuando diseñé mi propia casa, me traje el tocador. Durante años yo también me sentaba en ese banco, mientras mis hijas balbuceaban a mi alrededor. Les contaba las historias de la tía que se había enamorado por carta, de la que murió pronunciando el nombre de su amado, de la que se escondió en un pozo de agua para que no se la llevaran en la revolución.

 

Mis hijas suben hasta mí, me dan besos, escalan mi cuerpo. Sus murmullos se expanden muy alejadas de las historias que cuento. Ellas habitarán sus propias narraciones sin que sepan de las abuelas que fueron casadas a traición ni de las que alimentaron sus garras de ángel.  

 

Un día tuve que deshacerme del tocador porque, aunque el espejo estaba formado por una delgada capa de plata, poco a poco, las sombras lo empezaron a cubrir. Fue como si el proceso de envejecimiento borrara, en cada mancha, los rostros de las mujeres que se habían mirado en él; sus amores, sus historias, sus tonos, sus voces.

 

En el espejo de Penélope quedó escrita la espera de la mujer fiel. En el espejo de mis tías quedaron los enamoramientos, las transgresiones, las cursilerías, las cicatrices.

 

El banco lo conservé unos años más hasta que me di cuenta que me había transformado en la tía vieja, hablando al espejo en medio de la nube de aromas y recuerdos. Las hijas están en otros espejos que les devuelven su propia desnudez.

 

Termino con el siguiente poema de mi autoría:

 

¿Qué ve el espejo cuando nos ve?

el tiempo que pasa por nuestra piel

porque somos

medidores de tiempo

 

No nos sobra espejo

no nos sobra.

Ha pasado

mi vida por su vida:

los momentos

de teatro

los de la avidez

los del abandono del fuego.

 

Hasta los instantes hermosísimos del jazz

vibrando en Frenesí

 

En el espejo

partimos poco a poco

con la sonrisa

del día de la graduación

y el canto

de ave acurrucada.

 

A fuerza de mirarnos

nos borramos

Nos vamos

como hojas

en ráfagas de viento.

 

El espejo ve llegar

nuestro sonambulismo

en la niebla

 

El espejo ve

nuestra esencia de polvo

y obedece.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 29 de julio 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

 



[1] Socióloga de la Universidad Autónoma de Nayarit lpacheco@uan.edu.mx

miércoles, 23 de julio de 2025

Mujer joven, mujer vieja

Creo en las manos limpias

creo en el trabajo perdido de varios años.

Creo en el secreto llevado a la tumba.

Estas palabras se alzan ante mí por encima de las reglas.

No buscan apoyo en ningún ejemplo.

Mi creencia es fuerte, ciega y sin fundamento.

 

Wislawa Szymborska. Descubrimiento

 

Difícilmente conversamos sobre lo que vemos cuando nadie nos ve. Una mañana se paró un señor delante de la puerta cerrada del templo de la colonia donde vivo mientras yo caminaba de regreso a casa. Con una mano sostenía la bicicleta y con la otra, se santiguó. La mirada de ese señor volcada detrás de la puerta de madera sabiendo que allá dentro había algo que lo vinculaba con este aquí. El sol apenas desataba los copetes de los árboles cuando este hombre nos mostraba la brizna de la creencia, de lo inconmensurable.

 

Una mujer vieja porta bolsas llenas de ropa, de zapatos, de cartones. Ella pasa gritando alguna cosa, en tanto, quienes estamos en la caminata apresurados nos quitamos de su camino. Yo procuro seguir indiferente como si fuera cualquier vecina a la que topo casualmente. Ella pasa con su máscara de abandono, de soledad, como si la hubieran pintado en la barda de una casa y después fuera borrada por la lluvia.

 

Cuando pasa, desaparece del paisaje aunque el silencio la siga nombrando. Deambula sin fin hacia donde nadie la aguarda. Tal vez, sea una aparición para mostrarnos nuestro propio vagabundeo por la vida. Por la noche, la he visto acostada en cartones cerca de la terminal de autobuses, o en el pequeño resquicio que deja el techo de la escuela de la colonia.

 

También nosotras, vagabundeamos por la vida de un lugar a otro. Engañamos el errar solitario entre familiares y amigas.

 

En el trayecto, divisé a una mujer joven que se bañaba fuera de un negocio utilizando el agua de una llave externa al edificio. La mujer joven daba la espalda a la bocacalle por lo que no se podía ver su rostro; conservaba el brasier y el pantalón de mezclilla mientras se bañaba. Llenaba una botella en la toma de agua, que rápidamente vertía en su cuerpo. Yo caminaba por la cuadra de enfrente desde donde la divisaba perfectamente. En este caso, yo era la que pasaba mientras ella seguía en su baño callejero.

 

Al día siguiente, a la misma hora, la volví a ver. Por más impasibles que queramos ser a las condiciones de las personas, no pueden pasar desapercibidas; no seguimos como si no ocurriera, como si no nos ocurriera, porque lo que pasa en la calle a otras personas también nos pasa a nosotras. En las ciudades desarrollamos sensibilidad de la indiferencia a fin de silenciar los gritos del alma ante estas situaciones que laceran. Son mujeres, son hombres, son niñas, son jóvenes que se lanzan a la calle a pedir, a hacer una gracia por una moneda, a vender, a pedir. Aunque parezca que son otros, pienso que podría ser la situación de mis hijas, mis sobrinas, mis alumnas, en cualquier mujer obligada a hacer algo así.

 

Tenemos por ello, ¿que involucrarnos en esas otras realidades que nos golpean, que interpelan nuestra conciencia de clase media?

 

De alguna manera, cada quien ha vivido su propia versión de errar por la calle. Yo anduve en el extranjero de mochilera, cuando estudiaba, por lo que sé lo que es estar en la calle porque no tienes albergue, el tren se retrasó o la dirección de la amiga estaba equivocada. De cualquier modo, me remonté a una fría terminal donde, en alguna ocasión, dormí en la banca abrazando mi pequeña cartera con mi pasaporte; lo único que me ataba a una identidad, a un lugar, a una familia.

 

Quizá por eso el deambular de otras no me es ajeno.

 

Después de algunos días, preparé una bolsa con una toalla pequeña y un short. Pensé regalárselos para hacerle más fácil el baño. También agregué un jabón. Traté de levantarme temprano para llegar al lugar antes que la muchacha joven y simplemente, dejar la bolsa. Los dos días siguientes amaneció lloviendo, lo que me impidió salir a caminar. El tercer día desperté tarde, por lo que no hice el paseo matutino. Además, supuse que a esa hora, la muchacha joven ya no estaría, puesto que entendí que su baño, a esa hora, era para evitar ser vista.

 

Un día, por fin, dejé la bolsa. De regreso de la caminata, el envoltorio ya no estaba; vi el piso mojado, lo que me hizo suponer que se llevó las cosas.

 

Ha seguido lloviendo por las tormentas de verano; el aire se vuelve fresco como una bienvenida del amanecer y las flores se levantan en sus tallos; los árboles caen sobre los cables de luz. En esta hora me siento huésped del Paraíso porque así debe ser el paraíso: humedo con un silencio de hojas cayendo.

 

No la he vuelto a divisar a la muchacha joven. Nunca le vi la cara ni hablé con ella. Puede ser que haya cambiado de barrio o de ciudad en su vagabundeo o que el regalo del jabón y la toalla la haya hecho sentirse mirada, por lo que haya buscado otro lugar anónimo donde bañarse.

 

De vez en cuando dejo un jabón cerca de la llave de agua, por si regresa la muchacha joven.

 

Termino con el siguiente poema que escribí:

 

La muchacha

no sabe

la calle que andará

la mañana siguiente

ni la siguiente.

 

El día

es solo un perpetuo

buscar el agua

para bañar el cuerpo

ese que marca

la caída del día.

 

La muchacha

desatada

de cualquier nombre

escapa del infierno

de ti y de mí

de nosotras.

 

Se aloja en la rima

de caminar

de vagar.

 

No va

a ninguna dirección

rodea el agua

nada más.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 de julio 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

domingo, 13 de julio de 2025

Aguas Turbias de Luis Manuel Robles Naya

Y así pasan los días y los meses, 

y los años vuelan más rápido que los cometas.

 

Luis Manuel Robles Naya

 

“En esta casona vieja de paredes despostilladas, el tiempo es como el musgo, adherido tercamente a los rincones, destilando ayeres en cada madrugada, rondando siempre a despecho de los relojes que aquí no existen y ni siquiera importan. Aquí no es necesario buscar los recuerdos: llegan sin convocatoria ni aviso, fluyen por la memoria sin concierto ni orden temporal…”

 

Así inicia el texto denominado Recuerdos, escrito por Luis Manuel Robles Naya, como parte de los 16 textos reunidos en el libro Aguas Turbias, primera obra de este autor.

 

¿Por qué es relevante que las personas escriban las historias de sus pueblos? Porque quienes escriben le aportan sentido al pasado no como algo que sabemos que ya no está, sino como sucesos que ayudan a perfilar el presente que vivimos. Construyen también, identidad

 

¿Por qué sabemos que alguien es de Santiago? Porque el río le atraviesa; también, el calor; el calor que se enfrenta con paliacate en mano, con abanicos, con continuos refrescarse. En estas narraciones el río, como la vida, sigue

 

“deslizándose por la ladera del otero, que parece repartirla por todos sus lados. Sus veredas resbaladizas fluyen en todas direcciones, hacia el norte para el estadio, el rebaje por el oriente y la ladera contraria que mira hacia los ocasos, resguardando el caserío de techos de teja, la mayoría con paredes encaladas de colores vivos, y el último tramo del río, al que se escurren las aguas del temporal y al que confluyen las vidas de todos. Ese río por el que pasó la revolución y también tuvieron que cruzar los españoles en sus expediciones, por el que navegó la historia de la conquista, saliendo sus barcos del Botadero”

 

Es importante detenernos en cómo recordamos lo que recordamos. Puede ser que alguien experto nos hable de la dinámica de los recuerdos a corto plazo o a largo plazo o informarnos que no existe un solo lugar en el cerebro para contener todos los recuerdos. Si bien es necesario conocer la fisiología de los recuerdos, en el caso que nos ocupa, nos detenemos en el significado que tiene para la persona que lo recuerda y para quienes los escuchan y comparten. Cada uno de los recuerdos tiene una memoria simbólica que, a su vez, construye otras historias. No la de la historia oficial que siempre nos devuelve dos o tres lugares emblemáticos, sino la historia construida de los pequeños momentos vividos por sus habitantes. Así entramos al soliloquio del loco, que no está loco, pero adquiere la identidad de loco para oponerse a los convencionalismos sociales. También entramos al dolor de quien se niega a ver al viejo en su decrepitud, quizá porque le anticipa su propia vejez.

 

En el libro encontramos escritos en primera persona y en tercera; leemos monólogos y palabras al viento. De esta manera, el autor va hilvanando recuerdos al tiempo que muestra personajes que ya no existen pero que anduvieron por esas calles. Lo mismo observa al colorín posando sobre las ramas de los eucaliptos cuando los rayos amarillos del sol los inunda de claridad, que los muchachos bañándose en el río o la cuna donde duerme la recién nacida cuando llegan los forajidos por el oro; nos avisa del feminicidio que se va a cometer en la mujer adúltera.

 

A la mirada de Luis Manuel Robles Naya no escapan ni las piedras reverberantes, expulsando el vapor resultante de la humedad dejada por la lluvia.

 

El río vuelve en la narración; el río, siempre el río:

 

“Está más ancho que ayer y viene arrastrando troncos y animales; nomás veo cómo se sambuten y vuelven a flotar entre la corriente, unos ya patas p´arriba y otros que nomás sacan la cabeza y mugen, como que acaban de caer y todavía tienen fuerzas para luchar contra el torrente. Aquí, tirado donde estoy, se ven claritas las nubes negras, gordas y pesadas, tan densas que parece que se van a jalar el cielo detrás de ellas, descolgándose desde los cerros por el rumbo del puente del Chalán, pero más arriba, en las orillas de la sierra.

 

Quien recuerda es como quien ve por primera vez, como si las descubriera y quisiera dejarlas fijas en un tiempo inmóvil. Es cierto, las recuerda para él mismo, pero también para todos aquellos que forman parte de las generaciones que fueron atravesadas por las corrientes del río, desde que se tiene registro de él, hasta la actualidad.

 

Dicen que no siempre es el mismo río, pero puede ser que sí lo sea en la memoria de quien lo recuerda, aunque se convierta en la metáfora del pasar de la vida:

 

“La vida pasa como las aguas turbias: lenta, pero fluida en el estío; bronca cuando la naturaleza lo exige; violenta y rápida, impredecible para muchos”.

 

Muchas gracias a Luis Manuel Robles Naya por hacernos partícipes de estos recuerdos; por unirse a las voces que hablan de Santiago y, sobre todo, por la prosa directa con que escribe.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 12 de julio 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

domingo, 6 de julio de 2025

Mi primera biblioteca

Tú juegas en las grutas que forma en tus riberas

De ceibas y parotas el bosque colosal:

Y plácido murmuras al pie de las palmeras

Que esbeltas se retratan en tu onda de cristal

 

Ignacio Manuel Altaminaro. El Atoyac

 

En la esquina de mi casa en el cruce de las calles Querétaro y Zapata, en Tepic, Nayarit, detrás de un mostrador de madera, Doña Lucía despachaba dulces a las niñas del barrio. También vendía cuentos, esas historietas infantiles que eran la ventana a otros mundos, donde niñas y niños de diversos lugares, hacían travesuras y exploraban el mundo de la infancia. Ahí estaban “Los Super Sabios”, “La Familia Burrón”, “Chanoc”, “La pequeña Lulú”, “Lorenzo y Pepita” y otros.

 

Sobre una soga, colgaba los cuentos que, por diez centavos, se podían alquilar, si no tenías dinero suficiente para comprarlos y llevártelos a casa. Nos sentábamos a leer nuestros diez centavos de historietas en banquitos de madera. Me aficioné a “Clásicos infantiles” publicados por editorial La Prensa, donde se ilustraban las historias de los cuentos infantiles de diversas partes del mundo.

 

Cuando Doña Lucía vio que dedicaba el gasto que me daban en mi casa, a la lectura, me llamó aparte; me dijo que tenía otras historias, pero que “tenían más letras”. Entonces, me prestaba “Clásicos ilustrados”, también de editorial La Prensa y novelas clásicas que tenía en su casa. Te asomabas al pasillo y ahí veías el patio con la fuente en medio y por todos lados, libreros con sus novelas organizadas; ella sabía donde estaba cada una. Generalmente, yo las tenía que leer en su local, pues no confiaba en que pudieran sobrevivir si las llevaba a la calle.

 

Esas fueron mis primeras lecturas de Ivanhoe, Historia de dos ciudades, Los miserables, Las aventuras de Marco Polo, Ana Karenina, Cuentos de Navidad, Diversos cuentos de Las Mil y una noches, El Conde de Monte Cristo, Frankenstein, Los Viajes de Gulliver, La Guerra de los Mundos, etc. Algunas frases me sorprendían como los relámpagos del temporal de lluvias: primero queda todo obscuro y al relámpago no lo ves, te ciega con la luz. Así, yo quedaban sin entender la historia, pero de pronto, una frase iluminaba. Me maravillaban las historias; las frases que hilvanaban las historias; las letras que formaban las frases: todos los mundos que evocaban; todas las historias que dependían de esas letras organizadas.

 

Después, ya de adulta, recordaría esa primera biblioteca de novelas alquiladas en las que leí, por primera vez, una síntesis de narraciones, que llenaban con deleite el tiempo de la infancia.

 

En la escuela primaria teníamos los Libros de Texto Gratuito de la década de los sesenta y setenta. Eran lecturas que nos acercaban a la cadencia de las letras. Recuerdo en especial, las lecturas del libro de Primer Grado por su ritmo y resonancia; una lo abría y podías oler las letras pegadas, pasar tus dedos por los colores. “Qué buenas son tus manos, mamá. Tus manos trabajan para mí sin descanso. No hay cosa que necesite que tus manos no puedan hacer…” Ahí también, tuvimos el primer encuentro con la poesía de Amado Nervo “Como renuevos cuyos aliños/un viento helado marchita en flor/ así cayeron los héroes niños/bajo las alas del invasor…”. Ahí estaba, también, la poesía de Ignacio Manuel Altamirano “Tú corres blandamente/ bajo la fresca sombra/Que el mangle con sus ramas espesas te formó:/Y duermen tus remansos en la mullida alfombra/que dulce primavera/de flores matizó…”

 

Una tía abuela le había comprado a su hijo una enciclopedia de libros infantiles, así que cuando íbamos a su casa, me bajaban un tomo para leerlo mientras las personas adultas hacían la visita. Ahí leí lo que hoy serían pequeños ensayos para niños, síntesis de cuentos clásicos, acertijos, experimentos científicos básicos, etc.

 

Al terminar la escuela primaria, me fui a vivir con mi tía Consuelo que era maestra de Literatura Universal de secundaria. Entonces mi relación con los libros cambió porque leía libros en orden y en ediciones empastadas y cuidadas. Ahí leí Las cuitas del joven Werther de Goethe, siendo adolescente, pero esa es otra historia.

 

Esos cuentos infantiles son la entrada al gusto por la lectura. Las ilustraciones buscaban fijar los personajes, aunque estos se escaparan sin lograr establecer un solo Frankenstein, un solo Quijote de la Mancha o una sola Caperucita Roja.

 

Después del doctorado regresé a Tepic. Doña Lucía había muerto, sin que alguien me pudiera dar noticia de sus familiares. La tienda de cuentos de la esquina se había transformado en una cremería y ya nadie podía asomarse al patio con la fuente, a las flores de los pasillos; a los libreros. La casa fue fraccionada en locales comerciales.

 

Muchos años después, tuve que escoger un nombre para una de mis hijas. Decidí que su nombre sería Lucía, en recuerdo de la primera bibliotecaria que conocí: una señora de barrio cuyo amor a las narraciones todavía recuerdo en el gusto con que me hablaba de esa pasajera que viajaba en tren para encontrarse con alguien que amaba tras guardar la memoria de una noche. Con esas palabras abría mi interés de niña de ocho, de diez años.

 

Ciertamente, ahí, aprendí a leer y a imaginar. Ahí supe que las letras se pueden unir para contar historias tuyas y mías, de pueblos enteros, de las mujeres que ya no están, de paisajes remotos, de ríos que se desbordan, aunque se hayan escrito en Rusia, en Comitán, en Londres, en Chile, en Guadalajara, y nunca se detienen.

 

Gracias, doña Lucía, por regalarme mi primera biblioteca.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 5 de julio 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx