¡Alegría! ¡Bailemos!
Quiero jurarlo aquí, amigos: otra vez
como la primavera
volveremos.
Rosario Castellanos. Esta tierra que piso
Si el agua nos diera su persistente fluir
podríamos abrazar en esa cauda al mundo entero. Si la llama nos diera su
floreciente llama podríamos desprender el universo desde una orilla. Pero el
agua y la llama en su recipiente de océano y de hoguera no escuchan súplicas.
¿Cómo iremos a abrazar el mundo si la muerte
nos deshace en las ciudades, en los desiertos, en las montañas? Se instala en la política como vociferío que enloquece:
sin principio ni fin la habladuría helada y sedienta ordena armas, cuerpos, policías,
mentes. Es la devastación de la arboleda, la expurgación de los espacios, la
aniquilación de lo viviente.
¡Abracemos el mundo! No ahuyentes las palomas si
llegan a tu acera ni cierres la puerta
al muchacho en su camino al norte. No
niegues la cosecha a quien sostiene la mirada en el mañana.
Abracemos a quien rompe cadenas y vuelve el
aire respirable. A quien atraviesa el espejo para encontrar su sombra. A quien regresa
y nos mira y nos convierte en tierra.
Nos rodea el sol, nos rodea el verde. El viento
por todas partes modela cabelleras de niñas y deshace sombras. En otro lugar,
en este momento, alguna de nosotras fallece de repente porque siguió el río de
latidos de otro sueño.
Abracemos al mundo, al rojo mexicano que asalta
el insomnio de pintores; a los peces ciegos que no sospechan el día; a la vibración
acuática de espacios secretos. Abracémonos nosotras, surtidoras de signos de lo
real todavía.
Abracémonos como recién llegadas en nuestro
caminar torpe con que reconocemos las huellas de quien se está yendo. Abracémonos
en el vino poderoso y eterno del amor.
Abracémonos hoy en este presente que nos toca.
Abracémonos. El mundo sólo es cierto si
juntamos las pieles de los cuerpos. Si las respiraciones nos devuelven la marea
de los océanos y en las llamas que surgen podemos deletrear las sílabas con que
comienza el habla y el alba.
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