Osa Mayor, baja, hirsuta noche,
animal de piel de nubes con ojos viejos,
ojos de estrellas,
por la espesura irrumpen relucientes
tus patas de león con las garras…
Ingeborg Bachman. Invocación a la Osa Mayor
Por miedo acortamos el dolor; por dolor nos encerramos en nosotras mismas, cerramos las ventanas, tapiamos las puertas. Hemos dicho a amigas y familiares que estamos, aunque realmente no estemos porque ¿mostrarnos en pantallas es ser? ¿qué tipo de seres somos en esta tecnología? Hemos quedado pixeladas entre dispositivos, habitantes de señales enredando el mundo.
La vida se nos estrecha en el pecho. No podremos conocer los nombres ni las historias de quienes han muerto en la pandemia, la obscuridad permanece cayendo en cada habitante que expira. Tengo miedo de saberlo, darme cuenta que cualquiera, en esta tarde o mañana dejará de caminar en la banqueta de sus rutinas. Tengo miedo saber quién era, la madre de quién, el doctor que nos atendió, la prima del norte.
La gloria de los cielos no nos reconforta. Es mejor intentar nuestra vida aquí en la tierra, conjeturando, fantaseando, intentando convertirnos en seres humanos los seres humanos. Vivimos días largos, noches llenas de silencio. Una intenta leer vanamente, fijar una rutina que llene el vacío, elaborar frágiles puentes del día a la noche. Sin embargo, los gallos no cantan ninguna madrugada, todavía no despertamos en el mañana. Aunque el aire esté poblado de palabrería, de noticias, de datos, es el silencio lo que escuchamos, ese silencio inmóvil que a veces se apodera del sueño y se vuelve insomne o nos vuelve sonámbulas. Revolvemos la noche en busca del crujido, del fantasma que nos habita para conjurarlo, pero vuelve sólo el sonido quieto del mosquito.
Sigue el secreto silencio profundizando en sí mismo, agrandándose en las entrañas de quienes seguimos vivas. Quisiera saber si alguien pagará por estas muertes, si algunos serán responsables del deterioro, del desamparo. Si todas seremos castigadas por la negligencia o si estas muertes son el castigo de otro tiempo. ¡Oh, este pensamiento de la culpa y el castigo! Humilladas desde el nacimiento.
En tanto cae el silencio, el circo sigue: el show del entretenimiento, del negocio, de la farándula política, vuelve a encender las luces, ajenas al latrocinio de quienes debieron evitar la catástrofe.
No se puede hablar del silencio enmarcado en luces de neón, con el micrófono abierto. Quien oye el silencio poco puede hablar porque revuelve las horas, el sueño, la conciencia, el bocado. Quien siente el silencio desvanece el tiempo con su carga de relatos. Dejan de sucederse unos a otros para permanecer colgados de un tiempo inmóvil donde penden quienes se fueron para siempre, las voces que no escucharemos, las vidas arrancadas antes de tiempo.
¿Quién ignora que estamos en el mismo dolor? No habrá victoria, aunque llegué en algún momento. Nadie se dirá vencedor sobre las losas endurecidas. Los labios helados quedarán para siempre, aunque pájaros enloquecidos canten.
Sesenta mil no es una cifra, es la narrativa del espanto, de la desidia, del desamparo.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, agosto 25 de 2020.